OPINIÓN

El imperio de Schrödinger

La ministra de Igualdad, Irene Montero, interviene en una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados, el 23 de noviembre de 2022.
La ministra de Igualdad, Irene Montero, interviene en una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados, el 23 de noviembre de 2022.
FERNANDO SÁNCHEZ / EUROPA PRESS
La ministra de Igualdad, Irene Montero, interviene en una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados, el 23 de noviembre de 2022.

Uno de mis parientes, ya más en la edad de las pruebas médicas que de las bodas, sabe de antemano qué le dirán, qué nos dirán a todos los médicos. Si el resultado es negativo, con un leve dejo de rabia dice: "Ya sabía yo, tenía esa impresión". Si sale todo bien, insiste: "Yo ya lo sabía, me daba buena espina". Obviamente siempre tiene razón, y me pregunto en qué momento entre el análisis y los datos impresos se deshace ese equilibrio de Schrödinger entre la tragedia y la salvación, entre encontrarse sano y enfermo al mismo tiempo.

Pensaba que el don de la infalibilidad pertenecía únicamente a mi familia hasta que estas últimas semanas he descubierto que más que de un don se trata de un virus, y que se ha extendido, como la bronquiolitis, del análisis médico al político, desde la ley del ‘solo sí es sí’ a las huelgas médicas, de los nombramientos del Poder Judicial a la investigación de lo ocurrido en la frontera de Melilla.

Todo es posible a la vez: la ley puede o no revisarse porque puede o no contener errores

Dado que ya nadie, nunca, bajo ningún caso ni presión, se rebaja a disculparse ni mucho menos reconocer un error, durante el tiempo en el que la antigua verdad aún se sostiene y la nueva comienza a formularse, se produce una expansión cada vez más firme del imperio de Schrödinger. Todo es posible a la vez: la ley puede o no revisarse porque puede o no contener errores y puede, o no, favorecer a los agresores. La huelga puede que exista, o quizás no; el problema se subsanaría si alguien abriera la caja, y dictara, por fin, el fin de la paradoja. Pero la realidad resulta mucho más rentable cuando está suspendida en el tiempo, sin historia pasada ni contexto: solo hay que dictaminarla antes que nadie. 

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