Melisa Tuya Redactora jefe de '20minutos'
OPINIÓN

El alcohol y el ejemplo

Restos de una botellona en el Parque del Guadaíra.
Imagen de archivo de los restos de una botellón.
ASOC. PARQUE VIVO GUADAÍRA
Restos de una botellona en el Parque del Guadaíra.

Los adolescentes españoles comienzan a consumir alcohol a los 14 años de media; el 74% de los chavales de entre 14 y 18 años han bebido alguna vez y el 23% se ha emborrachado en el último mes. Son datos del Ministerio de Sanidad que, como madre de una niña de trece años, me parecen terroríficos. Cabe preguntarse qué ejemplo estamos dando los adultos, cómo hemos construido nuestra sociedad en torno al consumo de alcohol.  

De poco sirve que soltemos a nuestros niños una charla sobre los peligros del alcohol si nos ven con frecuencia en sobremesas interminables, tomando primero vino y dando paso después al pacharán, o saliendo a tomar unas cervezas mientras ellos corretean alrededor. Estamos normalizando constantemente el consumo de bebidas alcohólicas en torno a la diversión. 

Y luego está la presión ambiental a los no bebedores de cualquier edad. Yo apenas bebo alcohol. Calculo que a lo largo de un año se reduce a un par de claras con limón, algún culín de sidra y media docena de ocasiones mojándome los labios para brindar y dejando el remanente de la copa rumbo al fregadero. A mis 46 años he perdido la cuenta de las veces que me han querido convencer para beber. 

Los mismos que se llevan las manos a la cabeza con los comas etílicos de niños de doce años me miran extrañados cuando paso una noche de fiesta solo con un par de refrescos de cola; me he visto animada hasta el cansancio extremo a beber por todo tipo de personas y en todo tipo de ambientes; me han preparado el que supuestamente era el mejor gin tonic del mundo para convencerme de sus bondades; he tenido que explicar que no juzgo que ellos beban, pero que me dejen tranquila; he escuchado en tono de broma que soy un muermo, que no sé apreciar lo bueno, que no se puede ser tan sano. En ocasiones con niños delante, con los míos y con los suyos.

Por suerte tengo ya una edad en la que no me van a empujar a beber por mucho que insistan, por mucho que el alcohol me rodee. Siendo más joven alguna vez claudiqué, en alguna ocasión me tomé un cubata. ¡Cómo no hacerlo! Todo el mundo a tu alrededor está bebiendo, muchos se empeñan en que lo hagas y estás en la edad de la pertenencia a la tribu. Por suerte nunca me gustó sentir que perdía el control; por suerte mi padre era prácticamente abstemio y jamás le vi asociar ocio y alcohol. 

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