Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Los chavales valen

De portería a portería, churrería.
De portería a portería, churrería.
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De portería a portería, churrería.

Un año más. se escucha el sonido seco y algo débil, como de vinilo viejo, de la canción triste de la Copa del Rey, un remedo del cuento de la Cenicienta que nos quieren vender año tras año en ese negocio de palco, pelotazo y laboratorio en que se está convirtiendo el fútbol. Parece que queda bien ensalzar la humildad, poner por unos días el foco en los llamados modestos y someter a los poderosos a una prueba de fuego con el riesgo amenazante de la humillación mediante la reedición de la historia de David y Goliat.

Hablemos de la verdadera humildad del fútbol, si les parece, para recordarle a esta tropa que los humildes siguen existiendo y que no militan en los equipos que juegan la Copa del Rey. Los humildes aprenden a jugar al fútbol en un patio que suele ser pequeño, en una pista de cemento con porterías de fútbol sala. Desde pequeños asimilan unos códigos que se parecen poco a lo que después ven en la televisión.

La costumbre del "mano, penalti, pido”, que recoge en tres palabras toda la fuerza del poder legislativo, judicial y ejecutivo en una sola acción

En ese patio se aprenden normas sagradas. Suele haber cinco partidos a la vez. Hay que regatear a los mayores, a los pequeños y a los rivales. Los mayores, a veces, te quitan el balón y tienen influencia en el juego. De ahí nace la regla “los chavales valen” con su cláusula anti abuso que dice “los chavales valen menos cuando meten gol”. Otra costumbre impagable es la del “mano, penalti, pido”, que recoge en tres palabras toda la fuerza del poder legislativo, judicial y ejecutivo en una sola acción. Riete del VAR. “De mano a gol, gol” es también un modo inteligente y pragmático de evitar penaltis en un área superpoblada.

“De portería a portería, churrería” y “la ley de la botella” eran disposiciones de rango menor, quizá reglamentos que podían burlarse con un poco de picardía o, en el segundo caso, con la “ley del vaso” (el que la tira no hace caso) que era un homenaje a la objeción de conciencia deportiva, a la holganza y a la jerarquía. Estos códigos se consolidan y, a veces, llegan a la edad adulta.

Los humildes están en los parques, en esos partidos entre inmigrantes, en equipos de ligas laborales o en la regional más profunda donde hay equipos como Asociación Gitana, Sordos, Grabal, Sagitta, Donantes de Sangre, Gaia y otros héroes y donde se escuchan frases como el mítico “que el lunes tengo que ir a trabajar”, frase que debería estar en las enciclopedias y que se dice después de sufrir una entrada o patada peligrosa, el tribal y maravilloso “salimos” que gritan los centrales o el portero para sacar la renqueante línea de defensas y las dos frases de culto que gritan los optimistas que miran una jugada embarullada desde la banda: “aún vale” y “aún puede ser buena”. Esto también es el fútbol y aquí está la verdadera humildad para el que sepa entenderla. Los chavales valen.

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