OPINIÓN

Los acompañantes

Los pacientes que mejor se encuentran tienen libertad para moverse por los pasillos del hospital. Caminan por pasillos con suelos amarillos a los que técnicamente se llama 'zona sucia'.
Pacientes y acompañantes en los pasillos de un hospital.
Jorge Paris
Los pacientes que mejor se encuentran tienen libertad para moverse por los pasillos del hospital. Caminan por pasillos con suelos amarillos a los que técnicamente se llama 'zona sucia'.

Una de las grandes definiciones de la vida se encuentra entre los pasillos de los hospitales. La gente sube, baja, espera, habla por teléfono, se reúne, ríe, llora o se desespera por la tardanza de los resultados de unos simples análisis. Unos nacen, otros mueren y esa es la mayor paradoja de un tétrico edificio al que no suele gustar acudir. 

Al igual que en las comisarías o los parques de bomberos, allí nadie apaga una luz hasta que el tubo fluorescente deja de emitir una señal luminosa constante. El blanco es un color que trasmite pureza, da sensación de limpieza, aunque también cansa cuando se está expuesto en exceso. La mayoría de las personas están de paso, pero otros prácticamente viven allí y no hablo de los trabajadores.

Hace poco estuve en un centro hospitalario madrileño y me dediqué a observar. Me encanta esa labor de la cual se aprende a raudales, y que dista del cotilleo. Decía Guillermo Fesser que todas las personas tienen una historia para ser contada en un libro, eso mismo hizo él con Marcelo, el barman del mítico Oyster Bar de la estación central de Nueva York.

Solamente hay que poner el dedo en el mapa y abrir una investigación. En aquella visita sanitaria me paré a comer en la cafetería y entre mesas con personas solitarias pude ver un taxista tomando café, una comercial con su portátil abierto hablando por teléfono con síntomas visibles de estrés, médicos haciendo una parada laboral, un administrativo con un pincho de tortilla y muchos otros individuos que allí estaban como yo, solos. Justo al lado tenía a una mujer que estaba comiendo con otras dos personas que parecían familiares o amigos. Sin quererlo me detuve en su charla, que compartían entre una lasaña de verduras, unas albóndigas con patatas panaderas y un trozo de tarta de chocolate encima de unas bandejas de autoservicio. 

En aquella visita hospitalaria me paré a comer en la cafetería, entre mesas con personas solitarias

Esta señora les estaba comentando a los demás comensales que su vida había avanzado hacia una nueva etapa. Al parecer su marido debía estar ingresado desde hace algunas semanas y no se estaba enterando de nada de lo que ocurría. La mujer se debatía entre la incertidumbre, la tristeza y la resignación de saber que esto no iba a tener un final como el que le gustaría. Comentaba que el shock del momento le había hecho ir adaptándose a una vida diferente entre aquellas pálidas paredes. Por desgracia no es la única que vive situaciones similares y que como camaleones se adaptan a las circunstancias que le plantea el destino.

Las líneas de hoy quiero que sirvan para rendir homenaje a todos aquéllos que pasan por situaciones similares, esos acompañantes a los que las largas estancias en hospitales les quitan tiempo vital y todo para poder cuidar de quien llevan dentro de su corazón. No dan medicinas, pero sí apoyo constante. Muchas cometen el difícil error de descuidarse, de no pedir ayuda y seguir al pie del cañón sin detenerse a pensar. Son verdaderos héroes que dejan todo de lado por el amor al prójimo. Su postura se debate entre la entereza externa, y la ruptura interna. 

Algunos lograrán superar ese periodo y se irán felizmente con su ser querido a casa, otros tendrán que seguir combatiendo unidos un tiempo más, pero varios no tendrán el fin deseado. Ahora bien, lo que seguro pueden hacer es salir con la cabeza bien alta y la dignidad por bandera. Son valientes y todo tributo se queda corto.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento