Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Curias

Hay patrones de conducta hasta en los girasoles.
Hay patrones de conducta hasta en los girasoles.
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Hay patrones de conducta hasta en los girasoles.

Nos encanta vivir en curias. El poder se organiza así. Como la subdivisión en celdas de un panal de abejas, como el orden natural que existe en las espirales de las pipas de un girasol que ya observó Fibonacci, necesitamos organizarnos en pequeñas curias. La autoridad, el éxito o la fama confieren poder y respeto y, como un agujero negro, generan movimientos repetidos de atracción y sumisión.

La página web del Vaticano muestra la organización de la curia. Está formada por 47 instituciones divididas en congregaciones, tribunales, dicasterios y demás. Cada una de ellas es un laberinto de cargos, responsabilidades y funciones. En nuestro país, replicamos este modelo en cada institución: ayuntamientos, diputaciones provinciales, gobiernos autonómicos, gobierno central, ministerios, empresas públicas, corporaciones de radio y televisión, etc. El sector privado también cae en este ridículo ritual. En cuanto la empresa crece un poco, huele también a curia.

La autoridad, el éxito o la fama confieren poder y respeto y, como un agujero negro, generan movimientos repetidos de atracción y sumisión.

En este tipo de organizaciones hay dos fuerzas importantes que lo mueven todo: el miedo y la veneración a la autoridad. Muchos trabajadores de cualquier curia institucional tienen miedo a perder su sitio, a hacerlo mal, a que les digan algo, a salirse del camino establecido. Además, algunos de ellos sienten un respeto desmedido por el poder, les encanta y se arrastran ante cualquier atisbo de autoridad.

Cuando se acerca el poder, es habitual ver melindres, frotamientos de manos, reverencias postmodernas que se manifiestan en ponerse muy firme o en echar el tronco hacia adelante, es muy típico llamar a la persona por su cargo -algo que parece poner cachondos a políticos y pelotas- y también les encanta transmitir mensajes de arriba hacia abajo con gravedad: “desde presidencia indican”, “no ha gustado la idea en el gabinete” y otras frases ridículas de este estilo.

Vivir al margen de subsecretarios, directores generales, CEOs que creen que parte de su misión está en hacerte feliz, directores de recursos humanos que no se saben tu nombre y gentuza sin talento que llegó a su puesto y se aferró como a un clavo ardiendo resulta un lujo que poca gente se puede permitir, que sale caro y que está bastante mal visto. Se lo recomiendo de corazón. 

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