Fariba, activista iraní en España: "Salía de casa sin saber si volvería, porque la Policía de la Moral busca cualquier excusa para detenerte"

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Fariba, Nilufar y Leila, tres mujeres iraníes residentes en España.
Bieito Álvarez
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Pantalones vaqueros. Camiseta. El pelo descubierto. Para Fariba, Nilufar y Leila no se trata solo de una cuestión estética. Es el símbolo de una libertad por la que las mujeres de su país se están jugando la vida. Sus compatriotas se están manifestando en Irán desafiando al régimen y desde España, quieren ser fuera la voz de quienes dentro están a pie de calle recibiendo disparos por negarse a seguir siendo sometidas. Ellas saben lo que es vivir sin libertad. 

"Yo salía de casa con miedo, sin la seguridad de que fuese a volver, porque la Policía de la Moral busca cualquier excusa para detenerte", rememora Fariba. Esa policía de la que habla detuvo a Masha Amini en Teherán el pasado 13 de septiembre, supuestamente por llevar mal puesto el velo. La joven de 22 años tuvo que ser trasladada de la comisaría al hospital al entrar en coma y a los tres días falleció. Las autoridades lo atribuyen a que tenía problemas de salud y hablan de "incidente desafortunado" pero su familia lo niega y son muchos los que creen que murió a causa de los golpes que le propinaron los agentes. El suceso ha provocado una ola de protestas y altercados en una sociedad indignada también por una grave crisis política y económica.

La Policía de la Moral fue creada en 1979, cuando la Revolución Islámica derrocó al último sah, y durante décadas se ha ocupado con mano de hierro de que se cumplan las estrictas normas impuestas para las mujeres. Se prohíbe que lleven pantalones cortos, que vayan maquilladas, que luzcan un collar demasiado llamativo o un corte de pelo demasiado moderno. Y por supuesto el uso del hiyab debe ser riguroso. 

"Creo que serán pocas las iraníes que no hayan tenido problemas con ellos. Incluso a mi madre, una señora mayor, la reprendieron un verano por no llevar pantalones. A veces te detienen y otras te sancionan en la calle. A mí no me llegaron a llevar a comisaría pero sí me increparon, según ellos, por ir mal vestida", cuenta la también presidenta de la Asociación Iraní Pro Derechos Humanos. Ella lleva media vida en España. Llegó con 26 años después de un divorcio que consiguió no sin antes renunciar a todo, incluida su hija. Finalmente, gracias a la intervención de los familiares de ambas partes, y tras un proceso que duró un año, logró la custodia y ambas huyeron del país. 

Desde entonces, lo que más valora es poder "respirar libremente": "Mi madre vino una vez a verme y me preguntó que por qué no volvía. 'Si tú no eres una chica de salir de discotecas', me dijo. Le respondí que aquí respiraba un aire libre. La libertad no es solo poder ir de discotecas. Soy libre de volver a casa cuando quiera, sin que nadie me diga nada, y de salir a la calle sin miedo". 

En Irán, los malos tratos no son motivo de separación, incluso las que se atreven a denunciar a sus parejas reciben la incomprensión de los agentes, y las víctimas de violación son acusadas de provocar. Las mujeres no pueden ocupar cargos como el de jueza porque "carecen de equilibrio emocional", ni pueden viajar, trabajar ni donar órganos sin el permiso del tutor varón. La edad nupcial está establecida en los 13 años y las que son acusadas de infidelidad corren el riesgo de ser lapidadas. Mientras, el hombre puede tener hasta cuatro esposas permanentes y un número ilimitado de concubinas. Son lo que se denominan matrimonios temporales, que se pueden 'contratar' por una hora o por 99 años. 

"Es un intento de legalizar la prostitución", comenta Nilufar, que vive en España desde que tenía 14 años. Ella y su familia aterrizaron aquí cuando estalló la revolución. "Mis padres eran artistas y fueron perseguidos. [Ruholah] Jomeini prometió pluralidad política, dijo que era el pueblo el que tenía que decidir por votación quién iba a gobernar. La revolución se hizo para conseguir una democracia, no una teocracia, pero nos la robaron. En cuanto los ayatolás llegaron al poder asesinaron, encarcelaron, exiliaron a los opositores y se declaró un único partido", apunta y agrega que para las mujeres la situación empeoró especialmente: "Derogaron la ley de familia, cerraron las guarderías, echaron a las que estaban en puestos públicos, implantaron la obligatoriedad del hiyab...". 

Ese velo se ha convertido en el emblema más visible de las manifestaciones en Irán. Las protestas las están encabezando principalmente jóvenes, pero también mayores, que se descubren la cabeza y se cortan el cabello. Exigen que llevar el pañuelo sea opcional pero esa es solo una de sus reivindicaciones. Apoyadas por muchos hombres, su objetivo final es acabar con un sistema que las oprime. Y no es la primera vez que protestan. En 2018, por ejemplo, hubo una réplica del #MeToo estadounidense cuando varias mujeres denunciaron abusos sexuales y acoso por parte de hombres del mundo de la cultura.

Cortes en las comunicaciones

  • "Ahora mismo tenemos poco contacto con gente de Irán porque les están impidiendo el acceso a internet. Es difícil saber cuántas personas han muerto. Lo poco que consiguen transmitir al exterior les lleva mucho esfuerzo. Intentan conseguir algo de conexión por las noches", comenta Nilufar. Leila coincide en que le está resultando muy complicado contactar con su familia. "Han estado incomunicados unos días", remarca. Fariba sí pudo hablar con su hermana el lunes y le contó que escuchan los tiroteos. "La gente ha encontrado otra forma de luchar para esquivar la fuerte represión de las protestas. Ahora gritan desde casa y cuando salen en coche tocan la bocina". 

"Las mujeres han protestado desde el primer momento. Con ponerse una falda sin pantalones, sin medias, con dejar fuera un mechón... pero lo han pagado muy caro. Han dado su vida, la de sus hijos o la de sus padres. Se ha reprimido a la gente de forma bárbara", lamenta Leila. Cuando triunfó la Revolución Islámica tan solo tenía siete años y hasta que con 23 emigró a España tuvo que regirse por las normas impuestas por el Gobierno. 

Como uno de los peores episodios de aquella época recuerda un incidente en el colegio siendo adolescente. "Cuando entrábamos en clase nos cacheaban y de mi mochila sacaron un periódico en el que había estado tomando apuntes. En el reverso aparecía la imagen de un chico. Yo no me había dado cuenta, ni sabía quién era. Me llevaron ante el comité de la moral del colegio y no entendía nada porque lo único que había hecho era tomar apuntes. Los comités de la moral están en todos lados: en las escuelas, las fábricas, los barrios...", cuenta.

Ella misma tuvo que formar parte de uno para poder llegar a la universidad y estudiar Enfermería. "Eran como las juventudes hitlerianas. Pude pasar desapercibida y centrarme en mis estudios. Pero tenías que apuntarte aunque no estuvieras de acuerdo porque sino no te dejaban hacer una carrera", explica. 

Leila logró escapar de aquello junto a su marido y en Madrid han formado una familia con dos hijos. Se muestra convencida de que esta vez sí es posible un cambio en su país, pero para ello será imprescindible "el apoyo internacional". Le duele que "nadie diga nada" y que se deje que el presidente iraní, Ebrahim Raisi, pueda intervenir en la ONU. Raisi se encontraba en la Asamblea General cuando Masha murió y desde allí prometió una investigación "urgente y precisa". En una rueda de prensa durante su estancia en Nueva York restó importancia a las protestas, asegurando que eran algo "normal", pero dejó claro que no permitiría el "vandalismo". Días después, afirmó que se actuaría de "forma decisiva" contra los manifestantes. 

La televisión estatal iraní afirmó hace unos días que 41 personas han fallecido durante las dos semanas de disturbios, pero matizó que se trata de un recuento propio y no de las cifras oficiales. La ONG Iran Human Rights eleva ese número a al menos 76. Y ante la imposibilidad de saber bien qué está pasando por los cortes de internet, se teme que esa sea solo la punta del iceberg. 

Fariba cree que no va a ser fácil y que el camino será lento pero también opina que esta vez hay motivos para la esperanza. Le da fuerzas pensar que "hay muchos simpatizantes del propio Gobierno, deportistas, periodistas, artistas... que se están sumando a la causa". "Es la vez que más gente se está movilizando", subraya y reclama igualmente el soporte de la comunidad internacional: "Lo necesitamos para conseguir nuestros derechos". 

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