Khadija Amin Periodista
OPINIÓN

15 de agosto, el día más negro para las mujeres afganas

La manifestación estaba rodeada de muyahidines fuertemente armados.
Una manifestación de protesta contra los talibanes.
EFE
La manifestación estaba rodeada de muyahidines fuertemente armados.

El 15 de agosto de 2021 fue el día más negro para las mujeres afganas, una sentencia definitiva a sus libertades y derechos. Estremece conversar con compatriotas que aún viven allí o que se vieron obligados a salir tras la llegada de los talibanes en estos 365 días de sufrimiento. Relatan la crudeza y la realidad de la vida de millones de personas en Afganistán, la asfixia económica a la que están sometidos los que allí siguen y la tristeza de los que tuvieron que huir de su patria para no perder la vida.

"Nunca pensé que el sistema republicano sería destruido un día con la fuerza que tenía nuestro ejército. Es una vergüenza para nuestro país que Kabul cayera fácilmente en manos de los talibanes", asegura Maryam Hassanzadeh (24 años), licenciada en Administración y Gestión por la Universidad de Kabul, que perdió su trabajo en un ministerio.

Maryam aún permanece allí y sigue sin dar crédito de todo lo sucedido hace un año. "El día que los talibanes entraron, todos mis sueños desaparecieron. Nos quitaron el trabajo. A nuestras niñas no se les permite ir a la escuela y ahora vemos que también se llevan nuestra identidad. Ya no tengo derecho a elegir el color de mi ropa, que es mi derecho personal", asegura.

En el pasado todos trabajaban para lograr sus sueños, "pero ahora los jóvenes que siguen estudiando para tener un futuro brillante, solo piensa en conseguir un pedazo de pan". En su relato, Maryam dice que es "muy doloroso" ver cómo los jóvenes educados dejan su patria y, en lugar de ellos, son ahora los "terroristas que vinieron de las montañas" los que gobiernan el país.

Asegura que, con sus actos, los talibanes "silenciaron las voces de las mujeres y tomaron como rehenes a todas para lograr sus demandas políticas". "Yo era una niña de unos meses cuando entraron por primera vez al poder, pero las historias que escucho de mis padres son las mismas que veo ahora. No han cambiado en absoluto. No tuvieron misericordia en sus corazones entonces y no saben nada de la humanidad", prosigue. "Los únicos cambios que se han producido ahora son que las mujeres ya no callamos, levantamos la voz por nuestros derechos, mientras que las mujeres de aquella primera etapa eran oprimidas y soportaban en silencio".

Desde la caída sistema republicano, el nivel de violencia hacia las mujeres se ha incrementado y no se escuchan sus voces. Se sincera asegurando que no puede "afrontar las restricciones impuestas por los talibanes. Me resulta difícil y me afecta al alma y al espíritu. Ahora levantamos la voz porque, de seguir así, solo quedaremos para ser empleadas o para dar a luz".

La incertidumbre y el miedo de Sheema

Es el turno de Sheema (seudónimo), doctora del ejército que vive en la clandestinidad en Afganistán. Este es su relato sobre cómo trató de salir del país a partir de aquel 15 de agosto de hace un año: "Cuando partimos para Kabul, no pensé que caería. Pero dos días después, cayó. Mi esposo y yo nos convertimos en muertos. Somos médicos y nuestro deber era ayudar y tratar a las personas, pero en ese momento preferiríamos ser personas normales, anónimas, y al menos no tendríamos pánico a que los talibanes vinieran a por nosotros. Nuestros comandantes nos dijeron que nos escondiéramos durante 48 horas sin imaginar que el gobierno ya no existiría, algo que, de pasar, seríamos masacrados por los talibanes. Así que no había elección. Después de la caída de Kabul, viví allí por un tiempo. Varias veces fuimos al aeropuerto decepcionados y perdidos. Por la saturación de gente dentro y fuera, nos fue imposible acceder a la terminal, por lo que tuvimos que volver a casa. En la provincia de Mazar, a uno de nuestros compañeros, lo mataron sin piedad frente a su casa, con el pretexto de que era un exsoldado y estaba trabajando contra los talibanes. Mi esposo, en ese momento, decidió que uno de nosotros debería entrar al aeropuerto para poder ayudar al otro. Fue a entrar y hasta ahora. No sé si está muerto o desaparecido y, aunque ya informé a sus familiares, todavía estoy esperando una llamada suya y que me diga 'soy Mohammad Arif'. Aquel día volví con lágrimas en los ojos".

No sé si mi marido está muerto, todavía estoy esperando una llamada suya y que me diga: 'soy Mohammad Arif'

"Cada provincia inició un registro casa por casa, con el pretexto de tener armas y equipo militar... Yo era médico militar, tenía un rifle del gobierno para mi propia protección. Así que regresé a casa en la provincia de Balkh antes de ir a mi casa. Fui a la casa de mis hermanos. Tenía mucho miedo de regresar a mi casa por si iban a por mí, cosa que hicieron. De nuevo, pasé semanas y meses en Mazar. Envié correos electrónicos a todas las direcciones que conocía para solicitar el estatus de refugiado por la situación vulnerable de las mujeres y desafortunadamente no recibí una respuesta positiva y traté de dirigirme a Pakistán o a Irán, pero no pude. Quedé atrapada en una vida que está por encima del cielo y por debajo de la tierra. Y aunque los talibanes anunciaron una amnistía general, mataron a varios de mis compañeros. Ya estoy cansada de vivir en secreto".

El exilio en Salamanca

Monesa Qadri fue secretaria del Consejo Provincial de Badghis. Lleva aproximadamente un año viviendo en España, en Salamanca, junto a tres hijas y un hijo. Me entrevisté con ella y me relató, sentada en un sofá en la esquina de la sala de estar, los días que pasó en Kabul después de la caída. Cuando habla de su nieto, se aclara la garganta y permanece en silencio por un momento.

"Mi hijo Mohammad tiene 9 años y siempre pregunta, ¿cuándo vendrá mi padre (sigue en Afganistán)? Algo que es muy difícil para mí de responder", describe. "Estoy agradecida al Gobierno español por salvarme la vida, pero este Gobierno debería ayudar a los afganos cuyos familiares se quedan en Kabul, para que vengan a vivir junto a los refugiados", afirma. Su esposo, su nuera, sus nietos y otros miembros de la familia de su hijo se han quedado en Afganistán.

Mohammad, de 9 años
Mohammad, de 9 años
KHADIJA AMIN

Monesa me cuenta que sufre graves problemas mentales y emocionales, y que asiste a terapia con un psicólogo. "He trabajado muchos años en diferentes departamentos por los derechos de la mujer, pero ahora cuando veo que todo se perdió tan fácil... me cuesta mucho aceptar que las mujeres de mi país han perdido su libertad", concluye, lamentando con pena "las atrocidades que los talibanes estarán haciendo a la gente en ese momento".

Las realidades desaparecidas

Ahmad Shah Azimi es uno de las docenas de periodistas que han sufrido mucho en Afganistán para representar la belleza y reflejar la verdad en forma de imágenes. Además resultó gravemente herido en el ataque al Sshash Darak de Kabul, una explosión que se cobró la vida de 9 periodistas afganos y dejó heridas a decenas de civiles el 30 de abril de 2018. Ejerce como fotógrafo y se convirtió en refugiado francés con la caída de Kabul. El 19 de agosto realiza una exhibición de parte de su obra en su país de acogida bajo el nombre 'Espejo roto', en la que trata de visibilizar realidades desaparecidas. En la muestra se incluyen 200 fotografías que recogen los logros en el campo del deporte, la lucha de las mujeres, la construcción y la belleza de Afganistán, así como la profundidad de la tragedia de los sangrientos acontecimientos y el terror que atraviesa su país.

Ahmad Shah Azimi posa con una de sus fotografías
Ahmad Shah Azimi posa con una de sus fotografías
 

"Quiero mostrar en estas imágenes cómo la gente de Afganistán trabajó codo con codo para el desarrollo de un país a pesar de todos los problemas, pero los ratos políticos de los líderes afganos lo echaron todo a perder", apunta.

La persecución y la huida

Mezgan es periodista y trabajaba desde hace años en la televisión nacional. Actualmente, vive en Estados Unidos y describe cómo tuvo que huir por miedo a represalias, por su profesión. "Por trabajar en la televisión estatal, temía que los talibanes me siguieran a casa. Así que mi madre me dijo que fuera a casa de mi hermana a esconderme un tiempo, hasta que la situación se calmara tras el regreso talibán. Después de unos días, decidí ir a la oficina con mis colegas Khadija Sediqa y Shabnam. Estaba muy preocupada por lo que sucedería y perdí la esperanza. Decidí irme de Afganistán", relata.

Asfixiadas económicamente y sin derechos

Samira vive con sus cinco hermanas y su padre en España. Llegaron a Salamanca gracias a la ayuda del Gobierno de España hace 10 meses, algo que soñó. "Nunca soñé dejar mi tierra natal."El amor que tenía por mi patria no me permitía salir allí. Ahora estoy aquí y tengo todas las comodidades que un humano quiere tener, pero no tengo la felicidad. No vivo tranquila cuando pienso que las mujeres viven ahora allí en las peores condiciones. "En Afganistán hay miles de familias que no cuentan con el cabeza de familia. Las mujeres solían trabajar, pero ahora los talibanes no se lo permiten", afirma. En sus palabras, una vez más, se desvela el gran problema que atraviesan hoy los ciudadanos afganos: la asfixia económica, que "aumenta cada día". "Cuando pienso en que si yo estuviera en Afganistán, mis hermanas y yo estaríamos todos desempleados... ¿quién nos ayudaría?", se cuestiona.

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