OPINIÓN

El archivo

Archivo - Libros en una librería.
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JCCM - Archivo
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En su monólogo Esta noche moriré Fernando Marías fantaseaba sobre una Corporación que se beneficiara de las obras que aparecieran, revalorizadas, tras la muerte de su autor. En un alarde de sensatez, reflexionaba que la obras gráficas encontrarían un postor mucho más generoso y, por lo tanto, serían de mayor interés para la Corporación que los manuscritos, incluidos los de Kafka, o Borges, o Cela.

Pensaba en ello estos días cuando leía que el Ministerio de Cultura ha comprado el archivo de arte de José María Lafuente, indudablemente valioso, por 30 millones de euros; fraccionado en varios pagos y de entrega inmediata, ese inmenso legado será expuesto en un museo en Santander que supondrá también una inversión considerable. Por el archivo de la mítica agente Carmen Balcells, que contaba con manuscritos de Vargas Llosa o García Márquez, se pagaron en 2010 tres millones y medio de euros.

Hablamos de cantidades estratosféricas para cualquier autor, en cualquiera de los casos, y de inversiones que, por suerte, aseguran que las obras de todo tipo continúen formando parte del Patrimonio Público. Iceta no hace sino cerrar una operación que inició Lasalle en 2014, y que sigue en la línea de una inversión creciente en fondos. 

Pero qué bofetón en el orgullo, qué irritación en el ego cuando descubrimos que los autores, los artistas más rentables en el plazo inmediato, valemos tan poco en comparación con el mercado del arte. Se me dirá que el archivo de Lafuente se encuentra en gran parte compuesto por obra poética y por textos muy variados, y que el ego, en todo caso, no debería ser gremial, sino un ejercicio de vanidad individual. Tenía razón Fernando: valemos (un poco) más muertos que vivos.

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