Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Barcelona y el arte de hacer volar a los Juegos Olímpicos

Rafael Álvarez, primer finalista olímpico español en plataforma de diez metros, en Barcelona 92
Rafael Álvarez, primer finalista olímpico español en plataforma de diez metros, en Barcelona'92
RTVE
Rafael Álvarez, primer finalista olímpico español en plataforma de diez metros, en Barcelona 92

A menudo, en nuestro entorno está la mejor escenografía. Sólo hay que saber mirar alrededor. Cuando tocó organizar los Juegos Olímpicos de Barcelona'92 se contó con la inteligencia de no querer imitar. Y sí, se miró a alrededor. Se huyó de colocar las olimpiadas en polígonos con los que especular para que, después, quedaran sin uso al acabar la competición y las infraestructuras se integraron en lugares a potenciar de la ciudad. La montaña de Montjuic se convertió en gran protagonista. Ya había acogido una exposición internacional y, en los noventa, crecía como capital mundial del deporte. 

El Estadio de Montjuic con su arquitectura que transmitía historia, el Palau Sant Jordi con su diseño que contagiaba modernidad y, en la falda de la montaña, la piscina olímpica. Al aire libre, los vertiginosos trampolines hacían a los nadadores volar sobre los tejados de una ciudad que quedaba al fondo. Era el decorado natural perfecto. Con la Sagrada Familia. Pero también con una amalgama de casas, torres, desorden y contaminación. 

Barcelona no sólo acogía los Juegos Olímpicos, se convertía en protagonista visual de las propia competición. Un mar de tejados creaba una postal única en el momento de los saltos más altos sobre la piscina. La imagen era desordenada, no tan idílica como la recordamos. Pero el resultado de la estampa era poderoso: el ruido de una gran capital frente a la belleza de la búsqueda de la perfección corporal del olimpismo.

Aunque no recordemos el nombre de los saltadores en las distintas disciplinas, en el imaginario colectivo sigue presente ese cielo infinito barcelonés. Hoy quizá pondríamos una pantalla de leds de fondo con una ristra de logotipos que pocos leerán, pero la mejor escenografía suele estar en la vida que nos rodea. En tiempos en los que la tecnología arrasa con todo e incluso nos homogeneiza, aprovecha aquello que te hace único y huye de imitar lo que no eres. Ahí se resume la inspiración de los organizadores de Barcelona: los Juegos Olímpicos fueron una gran oportunidad para ampliar los espacios colectivos que componen una ciudad como protagonista principal de la convivencia diaria. 

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