Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La telebasura no es lo que nos dijeron que era

Maria Patiño con cara de asombro en el Sálvame Mediafest
Maria Patiño con cara de asombro en el Sálvame Mediafest
Mediaset
Maria Patiño con cara de asombro en el Sálvame Mediafest

Si alguien grita "¡Telebasura!", rápidamente asociamos el término a programas como Sálvame. La prensa tradicional se ha llenado la boca criticando, con cierta superioridad moral, los programas de entretenimiento que van del reality show al corazón. Como si las malas prácticas profesionales sólo estuvieran en un género televisivo. Como si no hubiera buena y mala prensa. Como si no hubiera buenos y malos informativos. Como si no hubiera buenos o malos espacios de debate. 

La diferencia es que a Sálvame se ve venir. De lejos. Mientras que a otros géneros televisivos o periodísticos disfrazados de televisión inocua, sana y responsable pueden lanzar mensajes dañinos sin que nos demos cuenta. Porque creemos que son espacios "blancos" para toda la familia. Sin embargo, también utilicen técnicas de la televisión del conflicto, enfrentamiento e impacto del reality show.  El virus del reality show se ha propagado sin remedio por todas las pantallas. De la tele clásica a Twitter. 

El público que conecta con Sálvame y sus diferentes versiones sabe lo que se va a encontrar. Esta misma noche, con la última entrega del Sálvame Mediafest, Telecinco ha vuelto a evidenciar su capacidad de sacarse de la manga un espectáculo trepidante que te evade mientras te hace vivir la adrenalina de un directo a través de personas que son como tú. Un directo en donde parece que todo puede pasar. Incluso es fácil presagiar que, en algún que otro determinado momento, se meterá cizaña o se sacará algún tema emocional privado para generar un repunte de interés, pues el programa no tiene inversión para atrapar al espectador con grandes puestas. Como consecuencia, hay que potenciar la imprevisibilidad de la efervescencia del vivo. Y tirar de la especialidad de la casa, la controversia. De ahí que, a la vez, Mediaset tenga un techo de público: el de la audiencia que por convicción no quiere enfrentarse a determinados personajes y la comercialización de sus miserias.  Sálvame no engaña: la audiencia tiene claro a lo que se enfrenta. No pasa lo mismo con otros formatos que la audiencia ve sin las defensas en alerta porque no llevan la etiqueta de "corazón" o "reality show". 

Pero la diferencia entre buena o mala televisión no depende del tipo de programa, como la diferencia entre la buena y mala prensa no depende del tipo de periódico, sino de la calidad y la honestidad de las ideas que desarrolla a la hora de contar cada historia. Sea como sea la historia. En ocasiones, ni los malos son tan malos ni los buenos tan buenos.

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