
A los chicos jóvenes que entran en la terapia de grupo, Jordi Figuerola les da la bienvenida reconociendo que le hubiese gustado conocerles en otras circunstancias. Al mismo tiempo, les muestra su satisfacción porque hayan dado el paso de pedir ayuda pronto. "Yo tardé veinte años", cuenta. Dos décadas durante las que sufrió anorexia a escondidas, llegando a creer que era el único hombre que estaba pasando por un trastorno que tradicionalmente se ha asociado al género femenino.
"Durante años estuve muy mal. Buscaba información sobre lo que me pasaba en función de cómo me sentía y como opción salía la anorexia. Pero todo estaba enfocado en clave femenina, se hablaba mucho de los síntomas que tenían las mujeres, y yo creía que entonces aquello no iba conmigo. También se destacaba que solo afectaba a un 1% de hombres y pensaba que yo no iba a estar en un porcentaje tan bajo", relata este barcelonés, que ahora tiene 38 años. Las estadísticas indican efectivamente que la proporción de hombres que sufren trastornos de la conducta alimentaria (TCA) es mucho más baja que la de las mujeres, pero existe un amplio consenso en que la cifra es muy superior a los casos epidemiológicamente descritos. La vergüenza y el miedo a la incomprensión provocan que vivan invisibilizados.
Jordi ya ha conseguido hablar sin tapujos de lo que le sucede; es más, desde hace año y medio lo hace públicamente a través de su cuenta de Instagram @anorexia_masculina. Pero hasta llegar a ese punto el proceso no ha sido fácil. Su calvario empezó cuando tenía unos 14 años y quiso llamar la atención. Aquel niño introvertido, con baja autoestima, dominado por los miedos, que sufrió acoso escolar, no se atrevía a pedir ayuda a los adultos de manera directa y vio en dejar de comer una forma de captar las miradas.
Entonces la estrategia surtió efecto y sus padres le llevaron a un psiquiatra. Pero lejos de profundizar en el problema, aquel especialista les despachó en dos tardes bajo el argumento de que eran cosas de la edad. "Se le pasarán", dijo. El trastorno sin embargo quedó latente hasta que a los 18, con las primeras fiestas con amigos, empezó a obsesionarle su físico. El rechazo hacia su imagen fue en aumento, llegando a convertirse en odio. Contar con la aprobación externa se hizo indispensable, pero nada era suficiente, y si fallaba, se autoflagelaba psicológicamente. La autoexigencia era extrema. "Es lo que a veces falta explicar de los trastornos alimentarios. Son también reflejo de una mochila que se lleva detrás".

Jordi fue perdiendo mucho peso y quedándose muy delgado. Cada vez le resultaba más complicado comer y cada vez se machacaba más en el gimnasio, hasta casi desfallecer. La báscula se convirtió en una gran enemiga de la que sin embargo le era imposible desprenderse. En paralelo estaba muy irritable, deprimido, se negaba a salir de casa, le costaba concentrarse. Las señales de que tenía anorexia eran claras, pero en su entorno no saltaron las alarmas: "El aislamiento, tener miedo a socializar, a comer en público... son síntomas de un trastorno alimentario. Pero como era un chico... A los chicos no nos pasan estas cosas". Y mientras nadie parecía percatarse, aquel joven iba consumiéndose, física y psicológicamente. Finalmente, una amiga supo reaccionar.
"Vio que ya no podía casi ni andar, que me costaba mucho hacer cualquier cosa, que no sonreía, que estaba triste. Y lo hizo muy bien porque fue aconsejándome que pidiera ayuda poco a poco. Yo al principio me negaba. Es un trastorno en el que cuesta mucho que uno mismo pida ayuda. Tras insistir a lo largo de varios meses, para que se callara, fui al médico, inicialmente para demostrarle que no me pasaba nada", recuerda. Pero sí le ocurría algo. Tanto que llegó al hospital con un infrapeso muy preocupante, en estado grave, pisando la delgada línea que separaba el ingreso de la atención en el centro de día.
De aquel primer paso hace dos años y medio. Dos años y medio que lleva en tratamiento, porque este es un proceso lento, difícil y con altibajos. Primero acudía al hospital de día de lunes a viernes a desayunar, a comer y a terapia. Allí, por primera vez, se sintió comprendido. "A los pocos días llegó algún chico más pero al principio estaba solo con chicas. Yo contaba mi historia y ellas asentían con la cabeza y cuando ellas hablaban yo me sentía identificado porque me ocurría lo mismo. Fue la primera vez que respiré tranquilo".
Ahora sigue yendo a terapia y ahora sí su grupo está formado solo por hombres. "A los nuevos que llegan les digo que aprovechen lo que les dicen los expertos y lo que les decimos quienes llevamos tiempo. Y que hay que romper el miedo a hablar de cualquier trastorno. Lo importante es llegar a estar bien contigo mismo y aceptarte tal como eres. Esa es la finalidad. Yo hay muchas cosas que he aceptado de mí. En eso estoy muy contento. He trabajado mucho la autoestima. En otras facetas aún no he avanzado, pero entiendo que han sido veinte años y la recuperación es un proceso largo", explica.
De ese proceso habla en las redes, que igualmente están cumpliendo el doble objetivo de contribuir a su propio proceso de recuperación y de apoyar a otros en su misma situación. "Aparte de hablar en primera persona de cómo me siento reivindico que no pasa nada por lanzar un mensaje de socorro. Antes la publicidad se centraba en las mujeres. Ahora cada vez hay más chicos con trastornos alimenticios porque hace unos años que la esclavitud del culto al cuerpo también nos llegó a nosotros", alerta y cita como un ejemplo más de la invisibilidad de la anorexia masculina que al dar de alta su perfil virtual no figuraba nada registrado anteriormente bajo ese nombre.
"Para mí antes las redes sociales eran muy peligrosas. Pero ahora les he encontrado la parte positiva. Si las utilizas con criterio puedes sacar muchas cosas buenas de ellas. He conocido a gente con la que comparto el mismo problema. Incluso a familiares. No podemos olvidarnos de ellos. Yo siempre digo que quienes han sufrido el trastorno alimentario somos yo y mi familia. Al principio no sabían cómo ayudarme ni yo sabía decirles cómo hacerlo. Opté por explicarles con un dibujo qué era el trastorno para mí y lo han ido entendiendo, al menos al nivel de saber qué decirme o qué no. De nada servía por ejemplo que me insistieran en que comiera", afirma.
La relación de Jordi con la comida todavía es conflictiva. Necesita ir marcándose retos día a día y hacer el esfuerzo de cumplirlos. "Te das cuenta de que esto de rápido no tiene nada. Debes cambiar la forma en la que ha funcionado tu mente durante mucho tiempo", admite y por ello insiste en la importancia de dar a conocer esta realidad para que nadie más la viva en soledad: "Por mucho que te lo digan, si no quieres no vas a pedir ayuda. Pero al menos que sepas que lo que te está pasando nos ha pasado a muchos y que te tendemos la mano para el momento que tú decidas. Lo importante es que veas que hay más gente como tú".
"Muchos se han visto ridiculizados por tener una enfermedad considerada de mujeres"

Sara Bujalance
- Sara Bujalance es directora general de la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB). Licenciada en Psicología y máster en Terapia Cognitiva Social por la Universidad de Barcelona, está en posesión del Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP).
¿Qué complicaciones presentan los TCA en hombres?Cuesta que pidan ayuda. Es cierto que afectan mayoritariamente a mujeres, pero igualmente hay hombres. Tenerlo en cuenta y, sobre todo, facilitar la detección de casos es un reto dentro de este campo. La dificultad radica en que son trastornos que tienen poca conciencia de enfermedad. La persona que los sufre a menudo no es capaz de identificar lo que le está sucediendo. Piensa que el origen de su sufrimiento está en que le sobra peso, en que tiene problemas con los demás… Y al estar muy normalizadas conductas como hacer dieta, para el entorno pasan desapercibidos, salvo que exista un contacto muy estrecho o haya algo que los haga muy evidentes. Esto ocurre más aún con los hombres.
¿A qué achacan ese estigma?Los hombres lo viven con vergüenza, con mucha incomprensión y con frecuencia se han visto ridiculizados por el hecho de tener una enfermedad considerada de mujeres. El tema de los TCA tiene que ver mucho con los estereotipos. El hecho de que afecten más a mujeres se da por diferentes factores de riesgo: recibimos más presión social, hormonalmente somos más sensibles a la pérdida de peso… Pero aunque haya muchos menos varones los hay y la sospecha que comparto con otros compañeros de profesión es que hay muchos más de los que conocemos. No solo anorexia sino bulimia o trastornos por atracones, que desde el punto de vista físico suelen ser más difíciles de identificar.
¿Cómo llegan quienes piden ayuda?Normalmente describen la incomprensión, incluso la incredulidad, que sufren por parte de su entorno cuando explican que tienen un TCA. Además encontramos entre los más jóvenes una preocupación cada vez mayor por estar musculados. Sería un trastorno dismórfico corporal, pero también son personas que se sienten mal consigo mismas y tienen una angustia que hace que igualmente se obsesionen con su cuerpo. Cuesta mucho detectarlos y muchas veces, aunque se diagnostiquen, son casos que quedan en tierra de nadie porque no hay especialistas ni protocolos de tratamiento. Se dan menos que otros diagnósticos relacionados con la imagen, pero hay más vigorexia que hace diez años.
¿El culto al cuerpo cada vez está más implantado también entre los hombres?Sí. Vemos muchos más casos de trastornos de conducta alimentaria en hombres que hace quince años y sobre todo vemos que los jóvenes y adolescentes de ahora se sienten muchos más preocupados por su aspecto físico que los de hace veinte años. Aunque las mujeres recibimos más presión, a ellos también se les presiona más. La presión por el cuerpo ha aumentado para ambos sexos.
¿Cómo se puede actuar?Una de los trabajos iría en la línea de desmitificar la idea de que los trastornos alimenticios son únicamente de mujeres y de mujeres jóvenes. También afectan a hombres y se dan en todas las edades. Habitualmente se inician en la adolescencia, pero eso no quiere decir que desaparezcan cuando esta finaliza. Al contrario. Hasta que no se recibe tratamiento se van agravando y cronificando. Otro de los mitos es que se tiende a frivolizar, se entienden como preocupaciones del primer mundo, de gente preocupada por su estética, y nada más lejos de la realidad. Son trastornos mentales graves, con una base depresiva, de ansiedad y de dificultad emocional muy elevadas. Todo forma parte del mismo conjunto.
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