
Desde el mito del talón de Aquiles ninguna extremidad inferior ha suscitado tanta atención y comentarios como el pie izquierdo de Rafa Nadal. Aquellas hazañas que la Grecia antigua atribuía a su héroe con una lanza en la mano bien podrían compararse a las logradas por el tenista manacorí con una raqueta. Aquiles no sufría enfermedad alguna en su talón, el problema fue que su madre en el intento de hacerlo inmortal le sumergió al nacer en el río Estigia sujetándolo por un pie desprotegiendo ese punto de su anatomía. Lo de Nadal también es de nacimiento, aunque no dio la cara hasta 2005 en Madrid cuando sufrió una fractura por sobrecarga del pie izquierdo obligándole a renunciar ese año a varios torneos y a viajar a EEUU en busca de soluciones. Meses después le sería diagnosticada una osteocondritis del escafoides, lo que en medicina se conoce como la enfermedad de Müller-Weiss.
El escafoides es un hueso imprescindible para el funcionamiento de la articulación; su deformación afecta al movimiento pudiendo provocar fuertes dolores. Es lo que lleva padeciendo Rafa Nadal desde hace 17 años y que en Roma vimos en mayo reflejado en su cara cuando cayó ante Denis Shapovalov en el Masters 1000. "No me he lesionado –dijo entonces–, soy un jugador que vive con una lesión". Y con esa cruz a cuestas, que amarga su existencia y condiciona su competitividad deportiva, Nadal un mes después alzaba al cielo de París su 14.º trofeo de Roland Garros sumando con él 22 Grand Slam, un récord mundial en el tenis masculino al que solo se aproximan con 20 títulos Roger Federer y Novak Djokovic.
La lesión seguía allí pero no el dolor que le hacía insoportable mantenerse en la pista.
En ese último partido en que Rafa arrolló literalmente al noruego Casper Ruud, el pie del tenista español estaba dormido. La lesión seguía allí pero no el dolor que le hacía insoportable mantenerse en la pista. Su pie fue anestesiado para aliviar el suplicio y poder centrarse en el juego lo que en todo momento ha explicado abiertamente cuando se le ha preguntado sobre el problema. Esa sinceridad y esa ética de la que siempre ha hecho gala no bastó para frenar la mezquindad de algunos deportistas y medios de comunicación franceses que han tratado de embarrar la figura de Rafael Nadal deslizando oscuras suposiciones sobre las inyecciones utilizadas para el dolor del pie.
En la creencia del ladrón de que todos son de su condición, algunos ciclistas galos, de esos que no ganarían un Tour de Francia, aunque se atiborraran de drogas, han cuestionado el tratamiento como si una anestesia, legalmente permitida por las normas deportivas, tuviera algo que ver con los estímulos del dopaje. Pura miseria alentada por algún rotativo galo cansado de ver a los españoles con el maillot amarillo o triunfando en Roland Garros y ellos sin comerse un colín.
Nadal, a sus 36 años, tiene aún muchas posibilidades de seguir sumando victorias en Grand Slam como el inminente de Wimbledon. Su juego se antoja imbatible a tenor de lo que vimos en la pista Philippe-Chartier de París frente a Djokovic. Dependerá del nuevo tratamiento de radiofrecuencia pulsada que pretende neutralizar el nervio del escafoides que envía la señal de dolor al cerebro.
Toda España lo quiere, y cuando digo «toda» parafraseo a John Carlin
"Si funciona, voy a seguir", dijo Nadal. Toda España lo quiere, y cuando digo "toda" parafraseo a John Carlin, que define a Rafael Nadal como el personaje que genera mayor consenso en nuestro país. Rafa no solo es un referente deportivo, lo es también como persona. Nos ha emocionado tantas veces que lo único que se le puede reprochar es habernos acostumbrado mal. Ojalá ese pie le permita seguir malacostumbrándonos un poco más ahora que va a ser padre.
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