Frente a la inmensa figura de Nadal, que con todo merecimiento ocupa estos días las portadas de diarios y revistas, contrasta sobremanera ver el espacio que muchas publicaciones dedican semana tras semana a personajes irrelevantes clasificados, no se sabe bien por qué, de "famosos". Un término tan devaluado como el de "exclusiva", que de ser un logro periodístico ha pasado a denominar, en el lenguaje popular de la prensa del corazón, a un posado pactado y pagado.
Rafa Nadal es el mejor ejemplo de lo que la palabra famoso, para bien, debería y debe significar: alguien conocido y admirado por su brillante trayectoria. En el caso del tenista concurren, además, una serie de circunstancias que agrandan su figura y la hacen más admirable. Su éxito no es producto de la suerte o de la casualidad; el tesón, el trabajo continuado, el esfuerzo hasta rozar los límites de lo posible le han llevado al lugar donde está.
Si a todo esto añadimos que, lejos de ser un divo displicente que mira al mundo desde una atalaya, es amable, se muestra cercano y atiende con cortesía al público y a los medios de comunicación, es aún más digno de respeto. Vivimos en un mundo que busca complicadas fórmulas matemáticas que den solución a nuestros problemas. Convivimos con los algoritmos, una palabra nueva que se ha instalado en nuestras vidas.
Rafa Nadal tiene el algoritmo del éxito.
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