La guerra en Ucrania cumple 100 días: el conflicto se cronifica y Occidente nutre a Kiev mientras ensaya la vía diplomática con Putin

  • Los líderes asumen que la guerra será larga y buscan un recoveco para la diplomacia mientras los choques siguen.
  • ​Zelenski reclama a sus aliados más material bélico y sanciones más potentes para acorralar al régimen de Putin.
Dos soldados ucranianos patrullan en las calles desiertas de Donetsk.
Dos soldados ucranianos patrullan en las calles desiertas de Donetsk.
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Dos soldados ucranianos patrullan en las calles desiertas de Donetsk.

La serie Los 100 se centra en un grupo de jóvenes que tienen que sobrevivir a un escenario posapocalíptico. La Tierra quedó arrasada y los protagonistas vuelven a ella desde un planeta ficticio, después de casi cien años sin que nuestro planeta conociera el caminar humano. Pero todo es ficción. En cambio, Ucrania cumple 100 días en una cruel realidad, la de la guerra. La de una invasión capitaneada por Vladimir Putin que se ha convertido en un conflicto cronificado en el este del país mientras Occidente calibra las opciones ante un escenario que se eterniza.

Desde el 24 de febrero hasta ahora, y tras fallar el ambicioso plan inicial de Rusia para tomar Kiev, la guerra se ha ido escorando hasta consolidarse en el este. El Donbás ya era terreno pantanoso desde 2014, y las hostilidades han sido constantes en estos últimos años pese a no tener tanto foco mediático. La pescadilla que se muerde la cola. Precisamente que Donetsk y Lugansk se hayan convertido en el epicentro de la batalla no es un buen augurio para el futuro. Las voces más pesimistas avisan: "La guerra puede durar meses o incluso años", repiten desde analistas hasta líderes políticos.

Según la inteligencia británica, el principal escollo para el avance de las tropas rusas en el Donbás ahora es el río Séverski Donets, que los rusos ya intentaron cruzar sin éxito a comienzos de mayo. El esquema que parece manejar ahora Putin pasa por afianzar su control sobre toda la región de Lugansk y trasladar las fuerzas a la vecina Donetsk. Allí comienza a notarse la inminencia de la ofensiva rusa. Pero Ucrania resiste. Hace 100 días Putin parecía tener claro que los ciudadanos ucranianos recibirían a las tropas rusas entre aplausos, pero se ha encontrado con lo contrario: un muro, feroz, de afán de supervivencia y de victoria. Ese es el relato que maneja el presidente Volodimir Zelenski mientras regiones como Severodonetsk, en Lugansk, se niegan a caer en manos rusas.

Zelenski no piensa en la rendición. Dice que no lo ha hecho en ningún momento, y confía en el armamento occidental para llenar la despensa bélica porque el invierno puede ser muy largo. Kiev ya maneja cifras que dan buena cuenta de lo que está sucediendo: el 20% de Ucrania está controlado por las tropas rusas, lo que en términos absolutos equivale a 125.000 kilómetros cuadrados, mientras otros 300.000, dice el presidente, "están minados". Mientras, la cifra de refugiados supera los 6,5 millones de personas, según los cálculos de Acnur. "Rusia ha demostrado que su crueldad es mucho mayor", dice el Gobierno ucraniano, que no quiere ni piedad ni buenas palabras... sino armas. "Necesitamos más armas para Ucrania, armas modernas que aseguren la superioridad de nuestro Estado contra Rusia en esta guerra", espetó Zelenski.

El 20% de Ucrania está controlado por las tropas rusas, lo que en términos absolutos equivale a 125.000 kilómetros cuadrados

Y en eso está Occidente. Los envíos de armamento por parte de Estados Unidos han sido constantes, incluidos misiles que, de acuerdo con la Casa Blanca, Ucrania se ha comprometido a no utilizar en territorio ruso. En este sentido, la UE ha roto un tabú importante y por primera vez ha enviado material bélico a un país de forma común. El valor de las armas remitidas a Kiev asciende ya a los 2.000 millones de euros, y el Alto Representante, Josep Borrell, no descarta que siga aumentando mientras no se revierta el conflicto. "Es solo una parte de los esfuerzos europeos para ayudar a Ucrania a defenderse", expresaron desde Bruselas, que tiene en cuenta también todo el apoyo económico y en términos de respaldo institucional, dado que la Comisión Europea se encuentra estudiando la solicitud de Ucrania para la adhesión a la Unión. El primer paso sería otorgarle el estatus de país candidato, pero la última palabra es de los 27, previo informe favorable del Ejecutivo comunitario.

Todas las opciones están abiertas porque los líderes asumen que la guerra será larga y se preparan para todos los escenarios. Este es el motivo por el que algunos jefes de Estado y de Gobierno quieren dejar abierto un espacio para la diplomacia y para seguir hablando con Vladimir Putin. Joe Biden no puede acercarse a esa línea telefónica por cuestiones estratégicas, pero en la UE hay un grupo de líderes que abogan por tenerla descolgada. Emmanuel Macron, Olaf Scholz, Mario Draghi o Pedro Sánchez asumen que no puede cerrarse esa puerta. Y el presidente del Gobierno español fue claro en los motivos: "Cuando se produzcan las conversaciones de paz, Europa tiene que estar sentada en la mesa". No piensan lo mismo en los Bálticos, que son reacios a hablar con el Kremlin mientras no vean cesiones por parte de Moscú.

La vía diplomática languidece y Europa se rearma

Pero lo cierto es que la vía diplomática a día de hoy, un centenar de noches después de los primeros ataques rusos sobre Ucrania, ni siquiera existe. Turquía ha sido hasta ahora el país que ha hecho más esfuerzos para mediar, también por jugar un papel importante a nivel geopolítico, pero, pese a las reuniones que se dieron en el mes de marzo, no ha habido más avances. Las partes se centran en el campo de batalla y los contactos (entre Macron y Scholz y Putin, por ejemplo) solo han servido para evidenciar las enormes diferencias y para repartirse las culpas. Tampoco la ONU ha sido capaz de convertirse en una baza relevante en este sentido, a pesar de los encuentros de su secretario general, Antonio Guterres, tanto con el líder ruso como con Zelenski.

Turquía ha sido hasta ahora el país que ha hecho más esfuerzos para mediar, también por jugar un papel importante a nivel geopolítico

Las consecuencias del conflicto son económicas, humanas, sociales, geopolíticas y también de mentalidad. En ese cambio de filosofía se está viendo inmersa una Unión Europea perezosa hasta ahora en temas de Defensa pero que llegados a este punto tiene que buscar rearmarse, más por obligación que por mero deseo. En el último Consejo Europeo, los líderes clamaron por una estrategia conjunta no solo de compra de armamento sino también de desarrollo de la industria. Y hablaron de "urgencia" y de un fondo que permita dar este paso sobre suelo firme. 

Las sanciones son, eso sí, la gran herramienta de presión de Occidente contra Putin. Estados Unidos y el Reino Unido han sido los más drásticos mientras el enfoque de la Unión Europea es más gradual: por lo pronto, los 27 ya han acordado vetar tanto el carbón como el petróleo rusos, al tiempo que presentan planes para reducir la dependencia energética. El gas, eso sí, es tabú. Polonia, Bulgaria o Países Bajos han sufrido cortes de suministro pero han preparado el terreno para ese escenario. Después de seis paquetes de sanciones la Unión ya habla solo de implementar las acordadas antes de profundizar.

Pero también los países están actuando por su cuenta. Finlandia y Suecia representan el cambio de era con su solicitud de entrada en la OTAN, vetada de momento por Turquía pero más que probable en el corto plazo. Asimismo, Dinamarca ha optado por sumarse a la política europea común de Defensa de la que renunció a formar parte en 1992 y Alemania ha consolidado su giro pos Merkel blindando en la Constitución la inversión en Defensa y creando un colchón de 100.000 millones de euros. La Alianza Atlántica, por su parte, ha revivido y la cumbre de Madrid del próximo mes de junio será seguramente la que auspicie el inicio (o mejor dicho la continuación) de la nueva época.

Los estragos se notan y se notarán. No hay conflicto largo que no cambie el panorama mundial en todos los sentidos y la crisis alimentaria que se avecina es otro eslabón que los países tendrán que ser capaces de acordar. Según datos recopilados por Naciones Unidas, desde que estalló la guerra en Ucrania, la comida se ha encarecido un 17%. Cereales como el trigo o el maíz son ahora un 20,5% más caros y los aceites vegetales han subido un 28%.

El problema es que llueve sobre mojado. Estas subidas de precios, que en cualquier etapa de la historia reciente hubieran supuesto un shock brutal, llegan en un momento en el que la comida ya era más cara que casi nunca en las últimas décadas. Ahora, la compra de alimentos es más costosa que tras la crisis del petróleo de los años 70 o la gran recesión, los dos últimos grandes shocks alimentarios globales de la historia de la humanidad. La realidad, quizás, acabe superando a la ficción. 

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