Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Euroclamor

Chanel Terrero pasea la bandera de España en el Festival de Eurovisión durante el desfile de banderas en el inicio de la gala.
Chanel Terrero pasea la bandera de España en el Festival de Eurovisión durante el desfile de banderas en el inicio de la gala.
GTRES
Chanel Terrero pasea la bandera de España en el Festival de Eurovisión durante el desfile de banderas en el inicio de la gala.

Leí una vez, no hace mucho, que en 1968 el gobierno de Franco se implicó en el festival de Eurovisión como si en ello le fuera la vida. El almirante Carrero Blanco, el ministro de Exteriores (Castiella) y sobre todo el de Información y Turismo, el ciclónico Manuel Fraga, movieron todos los hilos imaginables y repartieron dinero a espuertas por media Europa para lograr que ganase Massiel. Se trataba de lavarle la cara a la dictadura, hacer atractivo el turismo hacia aquella España del primer desarrollo y, cómo no, darle una patada a Serrat, aquel catalán que había pretendido cantar el La, la, la en su lengua y no en la del imperio. Salió bien. Ganó Massiel y hoy todos recordamos aquella cancioncilla.

Quién sabe. Esa historia no es inverosímil pero sí irrelevante, por lo menos para mí. Nunca me interesó demasiado ese festival que luego nos tenía a los chicos tres semanas galleando en el recreo contra los ingleses, que nos humillaban por lo de Gibraltar, o contra los franceses, que no nos perdonaban haber vencido a Napoleón, y por eso no nos votaban. Eran juegos de críos y nada más. No hacían daño a nadie. No tenían importancia.

Eso he pensado hasta que, la otra noche, me sobresaltó un clamor, un rugido que venía de la calle, un estruendo de mil gargantas semejante al que se oye cuando el Madrid o la selección nacional de fútbol marcan un gol en el momento decisivo. Puse la tele. No había ningún partido. La gente, desde sus casas y desde la plaza de al lado de mi casa, gritaba de emoción porque a Chanel le habían dado doce votos en alguna parte. Una y otra vez.

Luego vi cómo la audiencia (es decir, la gente de todo el continente) se olvidaba de la música, votaba con el corazón y le daba un espectacular triunfo a Ucrania, es evidente que no por su canción sino por su sufrimiento. Podría haber salido un tipo con una pandereta a cantar cualquier gansada y le habrían votado igual.

Eurovisión se inventó para crear unos lazos entre los países de Europa, que entonces vivían lejanísimos entre sí, gracias a la magia de la música. Al principio fue bien, pero siempre creí que aquella voluntad casi poética había durado unos pocos años y que luego el festival no había dejado de languidecer, convertido en una mascarada intrascendente, endogámica y sobre todo kitsch que, en realidad, importaba a muy pocas personas.

Ahora empiezo a pensar que llevo muchos años equivocado. Y la verdad es que me alegro. Yo también habría votado por Ucrania, qué narices.

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