
Juan Antonio Bayona ha iniciado en Sierra Nevada el rodaje de su nueva película, un filme para Netflix sobre el ya famoso accidente del avión que se estrelló en un glaciar en el corazón de los Andes. Sólo 16 personas sobrevivieron. Si tanto hemos hablado de ellas en estos 50 años es, especialmente, por lo que tuvieron que hacer para salvar la vida.
La tragedia ocurrió el 13 de octubre de 1972. El avión había sido fletado por el equipo escolar de rugby Old Christians Club de Montevideo para viajar a Santiago de Chile. Por un error de cálculo del piloto, el bimotor Fairchild F-227 de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrelló en un glaciar en el corazón de los Andes con sus 40 pasajeros y cinco tripulantes a bordo.
Solo 16 de sus 45 pasajeros sobrevivieron. Fueron los supervivientes de Los Andes, uno de los entornos más inaccesibles y hostiles del planeta. Atrapados, se vieron obligados a recurrir a medidas extremas para mantenerse con vida, entre ellas comer carne humana de los compañeros fallecidos.
De las 45 personas que viajaban, 33 permanecían con vida cuando la aeronave quedó varada en el glaciar
De las 45 personas que viajaban, 33 permanecían con vida cuando la aeronave quedó varada en el glaciar. Pero muchos resultaron gravemente heridos, con heridas que incluían fracturas en las piernas. Finalmente, ninguno de los pasajeros con fracturas compuestas sobrevivió.
Tras sucesivas avalanchas de nieve (una de ellas mató a ocho personas) y el empeoramiento del estado de salud de muchos de los heridos en el accidente, sólo 16 lograron ser rescatados. Pero para ello tuvieron que pasar más de dos meses. Fueron rescatados por los equipos de búsqueda y rescate entre el 21 y el 23 de diciembre de 1972. Habían transcurrido 72 días.

Al principio comieron los alimentos que llevaban consigo: ocho barras de chocolate, una lata de mejillones, tres tarros pequeños de mermelada, una lata de almendras, unos dátiles, caramelos, ciruelas secas y varias botellas de vino. Luego, las pocas plantas y hierbas locales que crecían en un lugar tan hostil. Ni en el glaciar ni en la montaña nevada cercana había animales que intentar cazar
Dejan de buscarles y lo saben
Pero la comida se acabó. Había pasado sólo una semana. Intentaron comer cualquier cosa; lo que fuera. Algunos intentaron comerse el cuero y el relleno de los asientos, pero el resultado fue un desastre y enfermaron.
"Intentamos comer tiras de cuero arrancadas de piezas de equipaje, aunque sabíamos que los productos químicos con los que habían sido tratados nos harían más daño que bien. Abrimos los cojines de los asientos con la esperanza de encontrar paja, pero solo encontramos espuma de tapicería no comestible", ha contado Nando Parrado, uno de los supervivientes, en su libro de memorias, Milagro en los Andes.
Abrimos los cojines de los asientos con la esperanza de encontrar paja, pero solo había espuma de tapicería no comestible"
Mientras, aviones de Argentina, Chile y Uruguay les buscaban. Pero tras ocho días, el operativo de rescate se dio por terminado. Después de sobrevolar aquella remota e inaccesible zona de los Andes durante 142 horas y 30 minutos, las autoridades concluyeron que no había esperanzas y dieron por finalizada la búsqueda.

Y los supervivientes lo sabían. Dentro del avión habían encontrado un transistor de radio, Con ese pequeño aparato escucharon la noticia de que ya no les buscaban. Sólo habían pasado 10 días del accidente.
Se acaba la comida
Ya no había comida y ya no les buscaban. Tuvieron que tomar la decisión más difícil de sus vidas. Se vieron ante el dilema de dejarse morir o comer la carne de aquellos que habían muerto. Un acto de canibalismo, para sobrevivir (en realidad, una larga serie de actos).
"Creo que me estoy volviendo loco, porque estoy pensando en comerme los cuerpos de nuestros amigos", cuenta Roberto Canessa, uno de los supervivientes, que dijo alguien. Los demás le respondieron que, efectivamente, era una locura y eso no iba a pasar.
Creo que me estoy volviendo loco, porque estoy pensando en comerme los cuerpos de nuestros amigos"
La situación era impensable y difícil como pocas. No solo porque se trataba de comer la carne de otro ser humano, sino porque se trataba de los cuerpos de familiares, amigos y compañeros de clase.
Pero finalmente, la mayoría decidió hacerlo. No había elección si se quería seguir con vida. De manera colectiva acordaron comer carne de los cuerpos congelados de los compañeros muertos.
Al principio, sólo piel y músculo
Canessa, fue el primero. Cortó un hilo de carne con la ayuda de un cristal y comió. Siguieron el ejemplo algunos compañeros, pero otros se negaron. También se dio el caso de aquellos que acertaron a cortar y tragar la carne pero que luego la devolvieron. Sin embargo, las iniciales reservas de todos ellos se las llevó por delante el hambre.
Asustados y al límite, todos comieron carne humana. Al principio evitaron las vísceras y sólo calentaban al sol trozos de piel y músculo. Pero con el transcurrir de los días también la carne fue escaseando y tuvieron que consumir pulmones, corazones y hasta cerebros.
Uno de los supervivientes protegió los cadáveres de su madre y su hermana, y nunca se los comieron
Hubo límites. Por ejemplo, Nando Parrado protegió los cadáveres de su madre y su hermana para que nadie se los comiera. De hecho, el grupo de supervivientes acordó que si cualquiera de ellos moría los demás podrían alimentarse de ese cuerpo.
Subir una montaña de 4.650 m. para pedir ayuda
Pero al tiempo, y puesto que ya no les buscaban, ellos intentaron buscar ayuda, una salida. Tras intentar otras opciones vieron que la única opción era escalar las montañas hacia el oeste. El 12 de diciembre, Parrado, Canessa y Antonio Vizintín comenzaron la escalada.
Al tercer día se dieron cuenta de que la misión iba a durar más, que las distancias eran mayores de lo que habían pensado y que se estaban quedando sin comida. Vizintín regresó al lugar del accidente.
Parrado y Canessa caminaron siete días más, en total 38 kilómetros. Subieron un pico de montaña de 4.650 metros y desde allí fueron bajando. Poco a poco, aparecían signos de presencia humana y eso les animaba en su empeño. Cuando recogían leña vieron a tres hombres a caballo al otro lado de un río. Parrado los llamó, pero el ruido del río imposibilitó la comunicación.
Vengo de un avión que cayó en la montaña. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido. En el avión quedan 14 personas. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba?"
Al día siguiente, uno de esos hombres regresó y les lanzó una piedra con un lápiz. Parrado respondió: "Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?".
Aquel arriero chileno se llamaba Sergio Catalán. Les arrojó pan y montó a caballo durante diez horas para traer ayuda. Finalmente, transmitieron la noticia al comando del Ejército en San Fernando (Chile), quien se comunicó con el Ejército en Santiago.
Cómo contárselo a la opinión pública
Casi tanto como les costó decidir que iban a comer carne humana para sobrevivir, les costó contarlo. ¡Cómo hacerlo sin recibir el implacable juicio de quienes no habían pasado por semejante trance! Los supervivientes querían explicárselo primero a sus familias, en la intimidad. Pero fue imposible. Cuando el rescate era un hecho, los medios se empezaron a hacer eco de los rumores de canibalismo.
No habían pasado tres días del rescate, cuando el 26 de diciembre los periódicos chilenos publicaron fotografías tomadas por miembros del cuerpo de rescate de una pierna humana a medio comer. Los supervivientes tuvieron que dar explicaciones y el día 28 dieron una rueda de prensa.
Recuerdo la aceptación y el perdón de toda la gente que nos recibió y nos reintegró a la sociedad, después de lo que habíamos hecho y lo que nos había pasado"
Contaron su terrible experiencia y explicaron el pacto que habían adoptado para sacrificar su carne si morían y ayudar así a los demás a sobrevivir. De ese modo lograron la comprensión y la compasión de la opinión pública que, en principio, había recibido mal las noticias de que para evitar la muerte habían practicado el canibalismo.
"Recuerdo que volvimos... y esa gran aceptación y perdón de toda la gente que nos recibió y nos reintegró a la sociedad, después de lo que habíamos hecho y lo que nos había pasado. Pudimos integrarnos, y lo que tenemos que hacer es agradecer que ahora somos veteranos con nietos", dijo el superviviente Adolfo Strauch en 2012.
Una historia única
A lo largo de estos casi 50 años, los supervivientes han narrado su dramática experiencia en libros, documentales, películas y producciones televisivas.
Libros
- 'Survive!' (1973). Clay Blair Jr.
- '¡Viven!' (1974). Piers Paul Read.
- 'Milagro en los Andes' (2006). Nando Parrado.
- 'La sociedad de la nieve' (2009). Pablo Vierci.
- 'Tenía que sobrevivir' (2016). Roberto Canessa.
- 'Desde el silencio' (2019). Eduardo Strauch.
Cine y televisión
- 'Supervivientes de los Andes' (1976), René Cardona Jr.
- '¡Viven!' (1993), Frank Marshall.
- 'Alive: 20 Years Later' (1993), Jill Fullerton-Smith.
- 'La sociedad de la nieve' (2007), Gonzalo Arijón.
- 'Trapped: Alive in the Andes' (2007), documental de National Geographic.
- 'I Am Alive: Surviving the Andes Plane Crash' (2010), Brad Osborne.
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