Mujeres que denuncian violencia durante el parto: "Me vi con una persona apretándome la tripa, me sentí violada"

Claudia Muñoz denuncia haber recibido la maniobra Kristeller durante su parto, una técnica cuestionada por sus riesgos y la falta de evidencias sobre su efectividad.
Claudia Muñoz denuncia haber recibido la maniobra Kristeller durante su parto, una técnica cuestionada por sus riesgos y la falta de evidencias sobre su efectividad.
Guillem García
Claudia Muñoz denuncia haber recibido la maniobra Kristeller durante su parto, una técnica cuestionada por sus riesgos y la falta de evidencias sobre su efectividad.
Claudia Muñoz denuncia haber recibido la maniobra Kristeller durante su parto, una técnica cuestionada por sus riesgos y la falta de evidencias sobre su efectividad.
Foto: Guillem García

Claudia Muñoz tenía 34 años cuando entró en el hospital para dar a luz por primera vez. Su voluntad era que su parto fuera fisiológico, es decir, dejando que se desarrollase de manera espontánea, sin inyección de oxitocina ni epidural. Sin embargo, tras haber desarrollado una diabetes gestacional, su ginecóloga decidió que el embarazo fuera inducido para evitar riesgos.

"Fue el primer momento en el que me sentí violentada, no me dieron oportunidad, no me explicaron nada, no me dieron una opción, pero, en ese momento, era mi primer parto, mi primer embarazo y dices: 'Vale'. Te dejas llevar", declara Muñoz.

Al día siguiente de su ingreso, todo parecía marchar según lo previsto. Tras haber conseguido que empezara a dilatar, Muñoz fue conducida al paritorio. "Ahí empezó lo que yo denomino la bola de nieve, que empezó siendo pequeñita y acabó siendo muy grande", declara Muñoz casi dos años después de un parto en el que denuncia haber sufrido violencia obstétrica.

En las siguientes horas, Muñoz vivió su infierno particular, un parto largo y complicado en el que considera que nunca se le tuvo en cuenta ni se le informó adecuadamente de cómo se estaba interviniendo en su cuerpo.

El parto se medicalizó desde un inicio a pesar de su petición explícita de que no se hiciera, tras 12 horas, cuando el bebé ya asomaba la cabeza, fue trasladada a un quirófano, donde se le practicó una episiotomía -un corte entre la abertura vaginal y el ano- sin comunicárselo.

Finalmente, asegura que se le realizó la conocida como maniobra de Kristeller, una controvertida intervención por la ausencia de evidencias de su efectividad que consiste en ejercer presión sobre el abdomen de la madre para facilitar la salida del bebé. Los riesgos que presenta han llevado a que sea prohibida en Reino Unido.

"Una mujer que estaba dentro del quirófano, no sé si enfermera o matrona, se subió a una banqueta y me hizo la maniobra de Kristeller dos veces. Yo, en ese momento, grité: '¡No me hagáis Kristeller, Kristeller no!'", declara Muñoz. "No me dijeron que me la iban a hacer por algún motivo, de repente tenía a una mujer apretándome la barriga, con un dolor emocional y físico tremendos. Me sentí violada".

Un fenómeno "generalizado y sistemático"

La violencia obstétrica es un concepto relativamente novedoso que se ha ido construyendo a medida que los testimonios de denuncia de numerosas mujeres han ido surgiendo a lo largo del planeta en los últimos años.

En 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) la definió como "una forma específica de violencia ejercida por profesionales de la salud (predominantemente médicos y personal de enfermería) hacia las mujeres embarazadas, en labor de parto y el puerperio".

Un año antes, un informe de la relatora especial sobre la violencia contra la mujer de la ONU, Dubravka Simonovic, afirmaba que “se ha demostrado que esta forma de violencia es un fenómeno generalizado y sistemático” y señalaba alguno de sus elementos más característicos como la negación de información a las mujeres sobre los procedimientos médicos empleados durante el parto, las prácticas médicas humillantes e infantilizadores, las realización de cesáreas innecesarias o técnicas como la ya mencionada maniobra de Kristeller.

El propio concepto es rechazado por la mayor parte de las sociedades médicas. "La OMS, en el tema de la violencia obstétrica, mezcla muchas cosas, habría que delimitar", declara Txantón Martínez-Astorquiza, presidente de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO). "La violencia es una cosa y nosotros no torturamos a nadie. Sí que se hacen prácticas que igual no son del todo adecuadas o están mal interpretadas o están mal explicadas, pero no estamos de acuerdo con que se use el término violencia obstétrica porque creemos que no existe".

Claudia Muñoz regresó a casa tras dos días, con su bebé perfectamente sano, pero con un extraño sentimiento de culpa. Se había formado concienzudamente sobre la violencia obstétrica durante los meses anteriores al parto y, aún así, la había sufrido sin haber tenido capacidad de respuesta. Aún así, la identificación de toda la complejidad de lo que había tenido lugar llegó a los meses.

"Me costó un tiempo decir: 'Ostras, a mi no me informaron, cuando entré ahí no me dieron opción a elegir, no me explicaron, me sentí coaccionada'", declara Muñoz. "A las mujeres embarazadas se nos trata como mujeres enfermas, como 'ven, que te voy a sacar la criatura' y no, somos nosotras las que tenemos que parir".

Para el doctor Martínez-Astorquiza, la falta de capacidad de elección que se da a algunas mujeres durante el parto es una cuestión consustancial a las situaciones de urgencia que se viven en los paritorios.

"A veces, en el parto es tan urgente todo y tienes que resolver en segundos la vida del feto y de la madre, que, a veces, igual no te da tiempo a negociar o a pedir permiso", declara el ginecólogo, que, en cualquier caso considera "bueno que hablemos de estos temas, que hablemos con las pacientes y, por supuesto, vamos a aprender de las mujeres".

"Pesadilla" en el paritorio

Durante los días posteriores al parto de Ana -nombre ficticio-, en pleno confinamiento pandémico de la primavera de 2020, su marido empezó a recibir mensajes y llamadas preguntando si todo estaba bien. "Pasaban las horas y no mandábamos nada, mi familia y mis amigos empezaron a preocuparse, pasaron los días y yo no cogía el teléfono, no hablaba con nadie, no quería mandar fotos del niño, estaba completamente hundida", declara dos años después, con 37 años.

En su parto, se le practicó una episiotomía de 12 centímetros y se empleó el fórceps -un instrumento con forma de tenazas para favorecer la extracción fetal- sin su consentimiento y sin informarle, a pesar de ser ella misma trabajadora sanitaria. A causa de las lesiones sufridas, Ana padeció durante meses incontinencia fecal y, aún hoy, padece una insensibilidad en la vejiga que le hace no sentir nunca ganas de orinar, por lo que necesita ponerse una alarma para recordar ir al baño cada cierto tiempo.

"Más que nada es el dolor que tengo de que yo confiaba plenamente en una gente que no solo me ha jodido el recuerdo del parto de mi hijo, que yo recuerdo con horror, sino que luego, cuando he tenido unas secuelas, no han confiado en mí y me han tratado mal", declara Ana.

Al contrario que Muñoz, ella no pidió un parto fisiológico y no mostró ninguna oposición a recibir la epidural ni a que se utilizara instrumental médico: "Yo quería que mi parto saliera bien, así que me dejé asesorar 100% por los profesionales que tenía alrededor".

De ese parto, el primero de dos que ha vivido, recuerda haber ingresado un sábado por la noche y que, a la 1 de la tarde del domingo, una matrona le dijera que algo no estaba funcionando bien. Cambio de postura, ginecólogas que entran, discuten entre ellas y nadie que le informe de lo que está ocurriendo. Una celadora coge su cama y la traslada al paritorio. "En ese momento fue cuando empezó la pesadilla".

Durante las largas horas que pasó en el paritorio, Ana escuchaba hablar entre sí a las enfermeras, matronas y ginecólogas que la intervinieron, pero no podía ver nada, por estar con las piernas en alto y un paño por delante. "No vi absolutamente nada de cómo fue mi parto, solo escuchaba: 'Corta más, corta más'. Es una infantilización porque están ahí como si tú no estuvieras". Al terminar, la residente de ginecología le puso una mano en la pierna y le anticipó que tendría que hacer mucha rehabilitación porque su tejido vaginal era "muy laxo". "Ella me dijo, con buenas palabras, que me había destrozado", asegura Ana.

Reconciliación con la maternidad

Las secuelas psicológicas de un parto tan traumático fueron casi tan importantes como las físicas. Las mujeres que reciben una episiotomía, como Muñoz o Ana, describen un proceso de "reconciliación" con su propio cuerpo que puede llevar meses o incluso años además de una dura rehabilitación para recuperar el suelo pélvico.

Sin embargo, la incomprensión y desconfianza que recibió por parte de los servicios médicos del hospital donde había dado a luz es el recuerdo más duro que Ana tiene de todo el proceso. Aún padeciendo la incontinencia y la insensibilidad en la vejiga, Ana acudió a una consulta de suelo pélvico en la que fue atendida por una doctora de aproximadamente su misma edad.

"Me dijo: 'No sé qué haces aquí, toda la sintomatología que tú me estás contando no coincide con lo que han escrito mis compañeros'", describe Ana. "Ella empezó a ponerme en duda que yo tuviera esta sintomatología". Tras una breve discusión, le remitió a acudir a una clínica privada si quería rehabilitación de su suelo pélvico.

Tras meses acudiendo a terapia, las pesadillas, los recuerdos dolorosos y la falta de autoestima fueron remitiendo. Llegó incluso un segundo embarazo, que terminó, eso sí, en un parto por cesárea acordado previamente con sus ginecólogos. "Ha hecho que se me borren muchos recuerdos malos del parto de mi primer hijo. Me he reconciliado con la maternidad".

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