Entrevista | Jaime de los Santos: "En la España de los 40 hubo mujeres verdaderamente heroicas"

  • El senador del PP deja de lado la política y se estrena como novelista con ‘Si te digo que lo hice’, una historia con claro espíritu feminista.
El político, historiador y escritor Jaime de los Santos.
El político, historiador y escritor Jaime de los Santos.
JORGE PARÍS
El político, historiador y escritor Jaime de los Santos.

Tiene 43 años. Es historiador del Arte pero también comisario de exposiciones, periodista de opinión y exconsejero de Cultura de la Comunidad de Madrid. Y senador del PP. Y gay abierto y militante. Lleva toda la vida escribiendo, pero ahora se acaba de estrenar como novelista con un libro demoledor: Si te digo que lo hice (Espasa).

Elvira, una mujer dura y sufriente, está ante el cadáver de su hermano Gonzalo. Es de noche. Empieza a hablar, o a hablarle. Así comienza una novela tremenda llena de mujeres inmensas que chocan entre sí como masas de hielo; llena de historia reciente de España, de tragedia, de dolor y también de amor, o de búsqueda del amor. Una novela que recuerda a las Pinturas Negras de Goya.

¿Cómo se le ocurrió a usted escribir una novela como esta? Me interesa mucho la década de los 40 en España. Si en todas las dictaduras se multiplican los desheredados, los excluidos, los perseguidos, los que ven cómo les quitan su libertad, los años 40 en España, con la dictadura de Franco, son especialmente terribles. Los que detentan el poder de manera ilegítima llegan a extremos de crueldad hoy inconcebibles. Yo creo que más que nunca antes en toda nuestra historia. Eso es lo que quería contar.

Aun así, seguro que en la novela hay algo de usted, ¿no? En una etapa de mi vida yo me sentí una persona que estaba en los márgenes. Pero tuve suerte: siempre, desde niño, supe quién era y cómo era, no tuve la menor duda. Pero siendo adolescente sufrí muchísimo, o me hicieron sufrir. Por mi sexualidad. Sé mucho del sufrimiento.

"Siendo adolescente sufrí muchísimo, o me hicieron sufrir. Por mi sexualidad"

Pero usted nació unos pocos meses antes de la Constitución. El sufrimiento que relata es infinitamente mayor que el suyo, por esa causa y por mil más.  Precisamente por eso me interesa tanto el sufrimiento de los otros. A mí, que soy un privilegiado, que he vivido desde niño en una casa en la que siempre había luz y donde podía entrenarme en la felicidad (porque la felicidad se entrena), me obsesionan los sufrientes, los desdichados.

El comienzo de su libro recuerda inevitablemente a Cinco horas con Mario, de Delibes. Hombre, muchas gracias. Eso sí que es un halago.

Pero esa mujer que habla, esa serie de mujeres que usted crea, no tienen nada que ver con la Menchu de Delibes. Son muchísimo más fuertes. Soy feminista convencido. Feminista de las mujeres de ahora y de las de entonces, de las que salen en el libro. En mi casa conocí, porque las contaban, historias espeluznantes de aquel tiempo. Había mujeres verdaderamente heroicas. Luego llegó la Transición: un tiempo que algunos, desde posiciones políticas muy extremas, tratan de devaluar o despreciar. Yo no.

"Soy feminista convencido. Feminista de las mujeres de ahora y de las de entonces"

Sufrieron las mujeres y sufrió todo el mundo. Bueno, salvo los que mandaban. Sí, claro. Sufrieron las mujeres y también los hombres. El personaje de Gonzalo, por ejemplo, es el más real de todos. El Gonzalo de verdad, que además se llamaba así, está inspirado en mi tío. Bebió desde que tenía diez o doce años. Yo soy abstemio total precisamente por eso. Mi madre se preocupó siempre de tenerlo cerca, de consolarlo y de intentar “salvarlo”, cosa que nunca consiguió. Otro personaje que sufrió terriblemente.

¿Y por qué? Porque es mucho más fácil ser Abel que Caín. Ser Abel, que ya sabe todo el mundo que eres el bueno antes de que hagas la ofrenda a Dios, está tirado, es muy sencillo. Lo difícil es ser Caín, y aquella España (bueno, yo creo que todas, hasta hoy) estaba llena de Caínes. Yo soy mucho más Caín que Abel.

¿Cree usted en Dios? Sí. Pero porque quiero, no porque me lo hayan impuesto desde niño. A veces digo que soy un creyente “volitivo”: creo porque he elegido creer, porque me agarro a la esperanza que da creer y no al miedo que para tantísima gente produce el no creer.

Eso les pasa a las mujeres de su novela. A Elvira. Exactamente. Elvira, como tantas, vive aterrada ante la posibilidad de que Dios no exista; de que todo sea, al final, una mentira. Elvira no sabe querer, nunca supo. Y vive llena de miedo.

El personaje de Elvira es… En Elvira hay cosas de mi madre. Tampoco muchas pero importantes. Ambas tuvieron la educación que tuvieron, la que había entonces. Y mis cuatro hermanas, y yo, y tú, y toda la gente de mi generación, estamos impregnados por esa educación que no vivimos, pero que nos transmitieron porque no tenían otra. Nos guste o no. Nuestra lucha ha sido liberarnos de ese miedo que no era nuestro, pero que nos transmitieron. No podían hacer otra cosa. O no sabían, aunque quisiesen. Ellas sí que sufrieron violencia.

España, en los 60 y 70, vivía un miedo que se respiraba, se masticaba, se olía por todas partes. Usted no ha descrito ese miedo con mañas de historiador. Usted lo cuenta como si hubiese estado allí, como si lo hubiese respirado. ¿Cómo lo ha hecho? Leyendo. Investigando. Sobre todo, escuchando lo que se decía en casa. Yo no me iba por ahí a jugar, yo me quedaba en casa escuchando a los mayores. De ahí viene.

¿Qué piensa un feminista como usted de lo que dicen sobre la violencia de género algunos partidos? Pues me pone… enfermo. Qué tristeza da eso. Qué empeño en negar la evidencia, la realidad.

Tardó usted mucho en escribir la novela. Muchísimo. La escribí muy despacio.

Y el estilo… Esas frases cortas, una tras otra, como un doblar de campanas. Bueno, es que yo pienso así: despacio (Carcajada).

¿Qué rayos hace en la política un tipo como usted, un librepensador, un humanista? Es que a mí me gusta la política. Quizá porque la entiendo como un servicio a los demás, a lo público, a la gente; no como un medio de alcanzar el poder o de enriquecerse.

Pues lo estará pasando mal… No te rías. Hay muy buenas personas en política. Muy buenas. Muchas. En casi todos los partidos. Si hubiese más Rajoys y más Rubalcabas, por ejemplo, este país sería otra cosa.

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