Las bandas juveniles se hacen fuertes en los barrios obreros: "Ahora, cualquiera de tu clase puede ser de una banda"

Las bandas juveniles empezaron su implantación en Madrid en torno al año 2000 y, desde entonces, se han consolidado en los barrios obreros de la capital.
Las bandas juveniles empezaron su implantación en Madrid en torno al año 2000 y, desde entonces, se han consolidado en los barrios obreros de la capital.
Jorge París | jparis
Las bandas juveniles empezaron su implantación en Madrid en torno al año 2000 y, desde entonces, se han consolidado en los barrios obreros de la capital.
Las bandas juveniles empezaron su implantación en Madrid en torno al año 2000 y, desde entonces, se han consolidado en los barrios obreros de la capital.
Jorge París / EP

María recuerda a su hermana como una niña "muy dulce", la pequeña de una familia de tres hijos de los que tuvo hacerse cargo en solitario su madre, una mujer colombiana divorciada que llegó a Madrid hace dos décadas.

Cuando tenía 12 años, su actitud empezó a cambiar. "Empezó a contestar, a no hacer caso y a querer hacer lo que quería, sin importarle si mi madre decía que sí o que no", recuerda María, que tiene ahora 17 años. "Mi madre al principio se preocupó muchísimo y empezó a decir en el colegio que, por favor, mirasen si alguien le iba a recoger y, de hecho, hubo una época en la que mi madre iba a recogerla al colegio y les decía a los profesores que no la dejaran salir si no era con ella".

Poco después, empezó a desaparecer durante largas temporadas. Primero una semana, luego un mes. Denuncias por desaparición, llamadas y mensajes sin respuesta, un vacío insoportable en casa. Ya era tarde, su hija era parte de una de las llamadas bandas juveniles que se han instalado en barrios obreros de la capital como Pueblo Nuevo, donde vive María y su familia.

"En ese tiempo nos enteramos de que estaba de botellón, que estaba de fiesta en casas, se quedaba en casa de uno, en casa de otro, la iban llevando de una casa a otra", declara la hermana mayor. "Ella desde que empezó a salir con esa gente es como: ‘Ellos me quieren, me cuidan, me dan lo que yo quiero’. No sabemos mucho más de ella, esa es su familia ahora".

El testimonio de la antropóloga Katia Núñez.

Un problema enquistado desde el 2000

Las bandas juveniles se han convertido en el centro del debate político en Madrid después de los dos muertos, uno de ellos menor de edad, en sendas reyertas vinculadas con estas agrupaciones la noche del sábado 5 de febrero.

Su presencia en la capital, sin embargo, tiene su origen en torno al año 2000 y su implantación se ha mantenido firme en los barrios obreros con fuerte presencia de inmigrantes latinoamericanos ubicados en el sur y el este de la ciudad. 

"En lo cotidiano, en el día a día, fuera de las peleas y de las quedadas para agredirse, son un grupo de iguales que se sientan a pasarlo bien en una plaza", explica la antropóloga Katia Núñez, que realizó su tesis doctoral conviviendo con miembros de estas bandas y que, actualmente, es la directora del Proyecto de Intervención Integral e Interdisciplinar con Jóvenes para la Prevención de la Violencia (PIJ).

"En lo cotidiano, en el día a día, fuera de las peleas y de las quedadas para agredirse, son un grupo de iguales que se sientan a pasarlo bien en una plaza"

"Pero esto se da en barrios más desfavorecidos, donde hay más paro, más pobreza, donde hay más falta de profesionales trabajando con ellos y tiene un impacto muy negativo porque estamos hablando de menores que ponen en riesgo su vida o su libertad por pasarse años en un centro de menores y desestabilizar a su familia", declara Núñez.

Los jóvenes de estos barrios que acaban en estas bandas, integradas en la actualidad mayoritariamente por españoles, según Núñez, se sienten atraídos por la perspectiva de formar parte de un grupo selecto, con prestigio, que genera respeto y que les brinde apoyo y protección. La contrapartida son los enfrentamientos que conlleva la competencia entre estas agrupaciones, que defienden las fronteras invisibles de sus territorios con una extrema violencia.

Los institutos dan la voz de alarma

Estar en el entorno de una de estas bandas se ha convertido ya en algo tan cotidiano que, según María, "un adolescente que te puedes encontrar en un parque ya es imposible saber si es de banda o no es de banda porque ya todo el mundo está en eso, ahora, cualquiera de tu clase puede ser de banda".

En este contexto, según defiende la antropóloga Katia Núñez, "los institutos son super importantes porque ellos son los primeros que se dan cuenta y dan la voz de alarma de que hay un chaval que está en riesgo de o coqueteando con estas agrupaciones".

El centro educativo en el que estudió durante años María, un concertado con pocos alumnos, se ha mantenido relativamente a salvo de la presencia de las bandas a pesar de la fuerte implantación que han logrado en toda la zona.

"Un adolescente que te puedes encontrar en un parque ya es imposible saber si es de banda o no es de banda porque ya todo el mundo está en eso"

"Tenemos la facilidad de que es un colegio pequeño y tenemos muchísimo trato con las familias, entonces, intentamos apartarles de todas estas cosas", explica Paula Muñoz, profesora del centro y tutora de uno de los grupos.

"Para mí, el binomio de que en tu casa se preocupen por ti y que en tu colegio estén pendientes de ti es fundamental, por eso nosotros, como tutores, tenemos un protocolo de actuación inmediata, llevamos un seguimiento de la asistencia del alumno y, en el momento en el que vemos que falta 'x' veces, hablamos con Absentismo Escolar y las familias".

En cualquier caso, es difícil estimar hasta qué punto los alumnos del centro están realmente fuera de la órbita de estas bandas. "Normalmente lo ocultan", declara Adela Gutiérrez, otra profesora del centro. "Yo, de hecho, hace poquito traté el tema de bandas en aula y les pregunté si había alguien en bandas o si conocían a alguien cercano. Se quedaron callados y empezó a haber miradas entre ellos y dices: 'Lo que tiene que haber aquí…'".

Paula Muñoz es profesora del Liceo Madariaga, un pequeño centro educativo de Pueblo Nuevo que ha conseguido mantenerse relativamente libre de la presencia de bandas juveniles.
Paula Muñoz es profesora de un pequeño centro de Pueblo Nuevo que ha conseguido mantenerse relativamente libre de la presencia de bandas juveniles.
Jorge París | jparis

Una captación natural

Lucas -nombre ficticio- tiene 17 años y estudió en el mismo centro que María. Describe la presencia de las bandas en las calles de su barrio como algo cotidiano: "Están sentados bebiendo, fumando, así, con su altavoz, lo típico". Como a cualquier chico joven del barrio, los miembros de la banda con implantación local, intentaron atraerle a su órbita.

"Ellos te captan por ejemplo diciendo: 'Oye, vamos al parque'. Te vas relacionando con ellos y ya como que son tus amigos", declara Lucas, que, en su caso, decidió mantenerse al margen. "Pero en realidad no son tus amigos porque no quieren nada bueno para ti, es como una falsa amistad, tú simplemente dices que no, que no quieres estar con ellos, que tienes que hacer cosas y les vas dando largas y ya te dejan en paz".

"En realidad no son tus amigos porque no quieren nada bueno para ti, es como una falsa amistad"

La captación por parte de las bandas se realiza, según describen estos jóvenes, de forma natural y no hay ningún motivo ideológico o de origen para acabar perteneciendo a una o a otra.

Un amigo, un primo, un compañero de clase o un vecino pueden ser el nexo para introducirte en el círculo de estas bandas, cuya presencia en parques concurridos por la juventud del barrio, como el de Los Mosquitos o el de Ascao, en esta zona, no tiene porqué proyectar una imagen de violencia.

"Cuando un chaval los ve en un parque no están sentados rodeados de machetes", declara la antropóloga Katia Núñez. "Les parece que lo van a pasar muy bien y no va a pasar de ahí, pero luego se enfrentan a todo lo que se van a tener que enfrentar porque, una vez dentro, hay que cumplir con lo que el líder mande y una de las cosas que siempre tienen en la cabeza es enfrentarse a la agrupación rival".

María y Lucas visualizan su futuro lejos del barrio donde crecieron y que ahora tiene una fuerte implantación de bandas juveniles.
María y Lucas visualizan su futuro lejos del barrio donde crecieron y que ahora tiene una fuerte implantación de bandas juveniles.
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Salir del círculo de violencia

Salir de este círculo de competitividad violenta es mucho más difícil que entrar en él. El haber pertenecido a una banda es un estigma que una persona puede arrastrar incluso después de haberla abandonado.

"Yo conozco gente que ha salido, pero luego arrastran problemas y tienen que ir con cuidado", declara María. "Ya tienen la fama en el barrio, si te sales, a lo mejor los de la banda pueden saber que te has salido, pero los otros no y a lo mejor vas a otro barrio y te pegan".

"A lo mejor tú vas cruzando la esquina y de repente se están pegando o sacan algo, a lo mejor no quieren meterte a ti, pero eres un daño colateral"

Tanto para Lucas como para María, que cursa ahora segundo de Bachillerato y querría estudiar Biología en la universidad, el ambiente en el barrio se ha vuelto tan irrespirable y peligroso que ven su futuro lejos de las calles donde pasaron su niñez. A su madre, según describe, "le machacó" lo ocurrido con su hermana y está buscando vivienda fuera del barrio.

"La verdad que no quiero seguir viviendo aquí. Por la noche y en verano sobre todo da miedo, a lo mejor tú vas cruzando la esquina y de repente se están pegando o sacan algo, a lo mejor no quieren meterte a ti, pero eres un daño colateral", declara María. "A mi me da pena porque al final yo he crecido aquí, pero es lo mejor".

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