Cándido Polo: "Para muchos, los manicomios eran basureros sociales masificados con la gente que sobraba"

  • Un libro aborda a través del antiguo Manicomio de Jesús la desidia con la que se administraron los recursos psiquiátricos.
  • "En la Edad Media, los enfermos mentales podían acabar en la hoguera por prejuicios supersticiosos", afirma su autor.
  • "La maquinaria del manicomio es embrutecedora y provoca situaciones claramente de secuestro", explica el psiquiatra.
  • Llegir en valencià.
Cándido Polo, autor de 'Bogeria i Salut Mental a València'.
Cándido Polo, autor de 'Bogeria i Salut Mental a València'.
Cándido Polo, autor de 'Bogeria i Salut Mental a València'.

Editado por la Institució Alfons el Magnànim, Bogeria i Salut Mental a València. El Manicomi de Jesús (1866-1989) aborda la evolución de la atención a la salud mental, desde la caridad a la beneficencia pasando por la justicia social. Estos "servicios marginales" no han sido históricamente una prioridad para las administraciones y se convertían más bien en instituciones de reclusión en las que ocultar a quienes molestaban. En la actualidad, sin embargo, el impacto de la pandemia de Covid ha vuelto a poner en la agenda pública la necesidad de potenciar la salud mental en el sistema público de salud.

Cándido Polo Griñán es licenciado en Medicina y en Filosofía por la Universitat de València. Especialista en Psiquiatría, ha desarrollado su carrera profesional en el ámbito público con una orientación humanística y a través de la crítica y la superación del régimen de los asilos desde el área de salud mental. Su última obra ha obtenido el premio València de ensayo 2021.

En los últimos tiempos se habla de salud mental en el debate público. ¿Sigue siendo un tabú? Después de cuatro décadas de dedicación exclusiva a la psiquiatría pública, mi opinión es que la salud mental ha importado siempre bastante poco a la sociedad en general. El de los manicomios y hospitales psiquiátricos ha sido siempre un universo maldito y marginal que solo interesaba a quien estaba dentro, a los familiares y a los profesionales que trabajábamos ahí. La prueba es que hasta 1986, con la Ley General de Sanidad, la psiquiatría estaba fuera de la cobertura de la Seguridad Social, ya que dependía de la beneficencia. ¿Ha cambiado? Sí, porque en los últimos dos años algunos políticos han llevado el tema a los parlamentos y el interés es creciente, esto es innegable y hasta el presidente del Gobierno ha anunciado que se van a asignar partidas importantes. La preocupación ha llegado hasta ahí.

¿A qué se debe? La catástrofe sanitaria que ha supuesto la pandemia en el ámbito sociolaboral ha tenido repercusiones inmediatas en las familias, con desestabibilizaciones psicológicas por cierres de negocios, despidos e incluso en adolescentes, y todo esto dispara la demanda del tipo de servicios que puedan sofocar este grave problema.

¿Empieza a haber una visión más general de la salud mental más allá de la histórica reclusión en un centro? Eso sería lo deseable, que vaya acabando el mensaje de que esto es cosa de locos y de manicomios. Incluso los psiquiatras arrastramos también parte de ese estigma de personajes o de especialistas un tanto extravagantes. Son tópicos que han ido calando durante décadas a través del cine y de la televisión. Esto termina por provocar una cierta deformación, con una iconografía como la de Anibal Lecter, el psiquiatra psicópata que tiene mucho éxito en las taquillas. Hay una inquietud morbosa o un interés escabroso por esta forma de acceder a las profundidades de la mente, pero eso poco tiene que ver con los pacientes de los manicomios o con los que acuden cada día al ambulatorio o a los centros de salud mental.

¿Se ha llegado finalmente a la integración en el sistema sanitario? No solamente tuvimos que esperar a la Ley General de Sanidad, sino a las transferencias autonómicas y al aterrizaje en los centros de Atención Primaria, donde fuimos siempre los últimos. Los equipos que se incorporaron en último lugar fueron Planificación Familiar y Salud Mental. Ese es el primer escalón de prevención. Es un cambio de filosofía que quienes hemos trabajado en esto sí vemos como un cambio radical. Esa inversión del modelo hospitalocéntrico, que era la filosofía del manicomio, y también la del psiquiátrico era la lógica de la exclusión social: concentrar a todos los pacientes que tenían en común su desarraigo en sus pueblos, comarcas o barrios en un inmenso escenario que era el manicomio o el psiquiátrico. Los centros de salud mental permiten que seamos nosotros, los equipos, los que penetremos en la comunidad para prevenir, por una parte, la patología emergente que estaba ahí y, por otra, ayudar a sostener y a rehabilitar en su inserción a los pacientes que estaban excluidos. Es una concepción totalmente distinta.

En su libro aborda desde los orígenes de la caridad y la beneficencia pasando por la reclusión. ¿Cuál ha sido el recorrido histórico de la atención a estas enfermedades? València tiene unas condiciones idóneas para el estudio de la historia social de la locura. Tenemos la posibilidad de hacer una reconstrucción de siglos, desde el XV, cuando se funda el Hospital de los Inocentes. Entonces a los enfermos mental se le identificaba con los locos, las brujas y los personajes marginales, que formaban parte del rechazo social, que solían terminar en las hogueras o en las mazmorras por esta acumulación de prejuicios mágicos supersticiosos. Como el trato era tan violento, hubo de ser la caridad cristiana la que lanzara un mensaje solidario de protección o de aislamiento de esas personas y se ocupó a su manera de proteger a unos y de encerrar a otros, y ahí estaba la medicina de cada época. Hasta que llega la beneficencia en el siglo XIX, y este es el periodo que he recogido en Jesús porque era el que faltaba por estudiar.

¿Cuánto duró este periodo? Recorre 123 años, desde mediados del siglo XIX hasta que se cierra en nuestros días, en 1989, cuando le toca coger el relevo el relevo al Hospital Psiquiátrico de Bétera, que es la siguiente etapa, la de la Seguridad Social.

¿Por qué se optó por la reclusión? ¿Eran los manicomios una especie de cárcel para apartar a quienes molestaban? La locura, en cierto modo, no es solamente una enfermedad. Más allá de su consideración sanitaria, tiene una dimensión sociocultural que permite hacer una caricatura de la sociedad de cada época, de la normativa, de los valores culturales... Ese es el privilegio de la locura, que va por libre, y en su transgresión subvierte todo lo que sirve de patrón de conducta normal para los demás. Y, si la locura es una caricatura, el manicomio es un microcosmos donde se ven obligadas a convivir la sinrazón de los internos y la razón normativa que impone el poder de cada época desde la psiquiatría hoy en día a las de otro tiempo: la medicina mental de los alienistas, el alguacil de la prisión, el gobernador… Y si nos remontamos más atrás eran la Iglesia o las autoridades. Si de algo sirve la historia es para que podamos aprender esas enseñanzas y podamos aplicarlas en el momento concreto que nos toca vivir.

Portada del libro sobre la locura y la salud mental en València.
Portada del libro sobre la locura y la salud mental en València.

¿Cuál fue el motivo de que no se construyera el manicomio modelo? ¿La desidia o la falta de recursos de las administraciones? Se puede resumir así. Es la desidia. Con la estructura de la España por provincias del siglo XIX, el deseo era que hubiera en cada provincia un manicomio propio, pero se empezó escogiendo seis capitales para que diseñaran este tipo de instituciones siguiendo el modelo francés, y de ahí el nombre. Sin embargo, a finales de siglo solo se habría construido el de Leganés (Madrid). València, que había tenido un trato preferente por su protagonismo histórico y por esa presunción de que aquí se había creado el primer manicomio de España y uno de los primeros del mundo occidental, lo cierto es que una y otra vez tropezaba. Se hacían proyectos fantásticos, pero no se hacían porque o bien no había fondos o venía una guerra o un cambio de gobierno.

¿Qué papel jugó en València el manicomio de Jesús en sus 123 años? No se puede seguir un esquema rígido de cada época, pero sí se puede sacar una conclusión general, puesto que no fueron capaces de cambiarlo ni los liberales, ni los absolutistas, ni los monárquicos ni los republicanos, ni los franquistas ni los demócratas. Fue una institución que nació de manera provisional y duró 123 años. Se decía que el edificio no reunía condiciones para destinarse a ese fin y que los “dementes” (en terminología de la época) no iban a estar bien, pero como era provisional y se esperaba hacer el mejor sanatorio de enfermos mentales conocido, pues se alargaba siempre. Se buscó un sitio privilegiado en El Vedat y 30 años después se echaron atrás. Después quisieron llevarlo a Portaceli, en una ciudad sanitaria donde se atendiera también la patología tuberculosa. Siempre un proyecto detrás de otro, hasta que llega la idea de Bétera, un modelo de ciudad abierta, que fue recibido por la prensa de la época de forma deslumbrante. Si se mira desde una microinstitución como Jesús, es un observatorio excelente para ver por qué aquello discurrió de esa manera.

¿Cuántos enfermos llegó a albergar? Exactamente llegaron a 1.500 en un sitio que desde hacía muchas décadas no debería haber pasado de los 500 con los que empezó. Durante décadas, los psiquiatras se quejaban de no tener recursos terapéuticos ni avances científicos en esta especialidad, por lo que se daba una asistencia puramente asilar, de asegurar las necesidades básicas, clasificados por compatibilidad en la convivencia, pero no había tratamientos. En el primer tercio del siglo XX aparecen algunos tratamientos que revolucionan ese inmovilismo: las terapias de choque, insulina, el electrochoque o la cirugía. Hasta la llegada de los psicofármacos en los años cincuenta realmente hubo una inoperancia o terapias arriesgadas que han dejado efectos colaterales en muchísimos enfermos. Con tantos avances, resulta que cada vez había más enfermos. Eso es una paradoja extraña: o no eran útiles los tratamientos o había una necesidad de continuar masificando este tipo de reservorios que para muchos eran basureros sociales, con toda la gente que sobraba en cada barrio o pueblo, incluso con trasvases entre provincias hermanas, como ocurrió aquí entre Valencia, Alicante y Castellón.

¿Qué ambiente se vivía en su interior? Había una complicidad que refleja la ideología de cada época. Durante los cuarenta años del franquismo allí no cambió nada: desde el director hasta la última monja todos participaban de un modelo de orden social. Por lo tanto, allí se establecía un modelo reeducador, fundamentalmente silenciador, ante el enfermo que con su lenguaje o forma subversiva de vivir la conducta sexual o el orden social o familiar se salía de la norma. Este modelo de la psiquiatría nacionalcatólica funcionó hasta chocar de bruces con el relevo del personal eclesiástico por médicos tradicionales y con la apuesta por otro tipo de orientaciones que se llevaban haciendo en Europa durante décadas, con modelos de intervención comunitaria.

Jesús convivió durante 15 años con el Psiquiátrico de Bétera y con los gobiernos democráticos. ¿Qué motivó finalmente su cierre? Durante ese periodo se produjo una especie de manicomio bipolar, valga la metáfora. Bétera era un centro que tenía su propia batalla, porque las puertas abiertas tenían un límite marcado por la conflictividad vecinal o las incidencias de muchos pacientes al hacer uso de la libertad, que para unos servía y para otros no. Era fácil escaparse de allí y tener accidentes o siniestros. Pero en Jesús, muchos familiares pedían que los residentes se quedaran, porque de allí no se salía, ya que se asumía el modelo carcelario con todas las consecuencias, desde los médicos a los auxiliares y celadores. Coexistió porque, por una parte, mucha gente (médicos, directivos y gente mimetizada con aquel centro obsoleto y vetusto) prefería no moverse de allí e irse a Bétera a pelear con los “antipsiquiatras”, como nos llamaban a quienes pretendíamos hacer una psiquiatría acorde con los nuevos tiempos. Era una metáfora clarísima de lo que era la dictadura.

¿Qué modelo se implantó en Bétera? Cuando abrió sus puertas, en 1973, ya hacía más de un siglo del proyecto y este modelo estaba desfasado y estaba destinado al fracaso. De hecho, va a cumplir ahora medio siglo y hace décadas que se desistió de su utilidad sociosanitaria porque la OMS, desde mediados de los cincuenta, ya avisaba de que no procedía el modelo de concentración hospitalaria de los antiguos manicomios y ni siquiera de los gigantescos hospitales psiquiátricos. Aquí, la Corporación de los últimos años del franquismo apostó claramente por este modelo deslumbrante y faraónico que, a la vista está, no ha servido para nada. Se produjo un choque entre una Diputación claramente impregnada de los principios elementales que sostenían el franquismo con los movimientos sociales de la Transición, que también penetraron en Bétera y hasta el último rincón de los manicomios.

¿Cómo se clausuró Jesús? Se tuvo que nombra una comisión externa. Es curioso: los que estaban allí no iban a cambiar, desde el director hasta el último de los trabajadores estaban por mantener el status quo. Que desde la Diputación se nombrara una comisión de hospitalización para estudiar caso por caso la historia de cada paciente y sacarlo con una alternativa fue muy meritorio. Aún quedó un remanente de 50 pacientes que no había manera de llevarlos por su estado deficitario físico, con sus cuadros residuales, refractarios a cualquier tratamiento. Había gente que ni tenía carné de identidad, que no se sabía cómo habían llegado allí y que llevaban 50 años. La maquinaria del manicomio es embrutecedora y provoca ese tipo de situaciones que son claramente de secuestro.

¿Hubo resistencias? Para cerrar aquello, la comisión encargada se encontró con la hostilidad de los trabajadores: a uno le pinchaban una rueda, a otro le desaparecían documentos o le rayaban el archivo, por poner ejemplos de boicot. Por esa razón aguantó 15 años más. El diputado responsable se atrincheró allí con estas fuerzas más reaccionarias a cualquier cambios y los enfermos eran en cierto modo rehenes. Allí quedaron 500 pacientes que no tenían salida. No se hizo ningún esfuerzo por sacarlos ni por recuperarlos. Tuvieron que venir las elecciones europeas para que la Diputación reaccionara. Se cerró, se hizo un reparto de los terrenos para sanidad, educación, dotaciones vecinales y equipamientos socioculturales. ¿Y a los enfermos qué les quedó? Pues nada. Acabaron en una residencia, con sus familias o en una pensión.

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