La crisis de María Teresa Campos

María Teresa Campos saliendo de la peluquería.
María Teresa Campos saliendo de la peluquería.
Europa Press
María Teresa Campos saliendo de la peluquería.
María Teresa Campos está de mudanza. Se ha deshecho de la losa que era su casa en Molino de la Hoz, en Madrid, por algo más de dos millones de euros.
Wochit

María Teresa Campos está de mudanza. Se ha deshecho de la losa que era su casa en Molino de la Hoz, en Madrid, por algo más de dos millones de euros.

Una noticia, a priori, satisfactoria, pero que la presentadora considera un auténtico fracaso. Llora arrepentida por tantos años echados por la borda. Me explican que su último día allí fue muy deprimente. María Teresa lloró, pataleó y hasta tuvo que ser atendida por alguien cercano ante el ataque o crisis de pánico que sufrió al ver que tocaba empezar de cero.

Asistir al empaque de sus enseres, ver su habitación y su salón sin alma, sin vida, le dolió sobremanera. A sus 80, cerrar las puertas de la mansión para recalar en un ático modesto y descuidado está siendo especialmente difícil. Ni siquiera dejar de asumir los casi 12.000 euros mensuales en gastos de mantenimiento parece ser suficiente para equilibrar la balanza. Los recuerdos vividos pesan más. Y eso que esas paredes han sido testigos de episodios difíciles, dramáticos y hasta bélicos.

Sus hijas refieren preocupación e inquietud, porque Teresa añora y tiene miedos que, verbalizados en conversaciones íntimas, aterran y desbordan. Sobre todo a Terelu, mucho más emocional que su hermana, a la que le cuesta contener las lágrimas cuando, lejos de los focos telecinqueros, habla sobre la fragilidad de su madre. Ay, ay, ay.

Son demasiados cambios. Y ninguno bueno. La operación inmobiliaria ha saneado sus cuentas, pero no tanto como algunos imaginan. Había impagos, deudas importantes a las que ha tenido que hacer frente. No es que haya puesto el contador a cero, pero tampoco está tan boyante como debería tras la compraventa.

Todos saben que esta angustia desmedida, de esa amargura sin consuelo, sería cuestión baladí si alguien volviera a tenderle una mano a nivel profesional. No ha perdido la esperanza, pero tantas negativas y proyectos reducidos a ceniza han colmado su paciencia y su ilusión. Y no parece que el futuro vaya a ser más halagüeño, puesto que todo aquello que tenía en mente, y en lo que estaba involucrada su hija Carmen, se antoja improbable.

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