Flygskam, la vergüenza a volar: "Siempre que puedo, prefiero viajar en tren"

Imagen de la cabecera de la manifestación contra la ampliación del aeropuerto de Barajas del pasado 19 de septiembre, en Madrid.
Imagen de la cabecera de la manifestación contra la ampliación del aeropuerto de Barajas del pasado 19 de septiembre, en Madrid.
Kike Rincón / Europa Press
Imagen de la cabecera de la manifestación contra la ampliación del aeropuerto de Barajas del pasado 19 de septiembre, en Madrid.

Durante 15 años, Samuel Martín, viajó de Madrid a Bruselas en avión cada tres o cuatro meses para mantener reuniones de trabajo. A medida que la Unión Europea se ha ido integrando, la movilidad por el continente se ha hecho más intensa y el transporte aéreo se ha convertido en la opción predominante.

Para miles de trabajadores de empresas multinacionales, los aeropuertos han pasado a ser un espacio habitual. Pero Martín tiene la peculiaridad de trabajar en la red ecologista europea Climate Action Network Europe, con sede en Bruselas, por lo que las contradicciones se hicieron pronto evidentes.

"Para mí, hay un paralelismo entre la velocidad que coge un avión y la velocidad que han adquirido nuestras vidas, en las que vamos corriendo a todos lados, queremos todo de forma inmediata porque vivimos ciegos al impacto social y ambiental de las cosas", explica Martín. "Así que he decidido, contra viento y marea, intentar, cuando sea posible, viajar en tren".

Este posicionamiento, que en su caso implica invertir hasta 13 horas para llegar desde Madrid a Bruselas, puede sonar exótico en España, pero está mucho más extendido en países del norte de Europa como Suecia, donde ha sido bautizado como "flygskam" -literalmente: vergüenza a volar-.

Detrás de ese rechazo a coger aviones está la evidencia cada vez mayor de la contribución de la aviación comercial en las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera -entre un 2% y un 6% del total mundial según diversos estudios-.

"Exige mucha dedicación, se alargan los tiempos y, para la conciliación familiar también es peor, pero merece la pena", explica Martín, que tiene tres hijos. "Me preocupa su futuro y me he dedicado siempre a temas relacionados con el medioambiente por lo que soy consciente de lo que representan nuestras acciones en el mundo".

Un sector que no remonta

El confinamiento paralizó prácticamente el sector del transporte aéreo que ha ido experimentando una lenta recuperación en los meses posteriores en Europa, con niveles aún muy alejados de la situación pre-pandemia.

A las intermitentes restricciones, la aparición de nuevas cepas del coronavirus y la pervivencia de la pandemia en buena parte del planeta se suma el nuevo obstáculo de que las empresas, bien por buscar dar una imagen más verde o simplemente por ahorrar gastos, están replanteando su política de viajes por el continente.

El pasado 31 de agosto, una coalición de grandes empresas neerlandesas anunciaron una alianza con la organización ecologista Natuur & Milieu por la que se comprometían a usar el tren en viajes de corta distancia, usar vuelos directos cuando no quedara otro remedio y centrarse más en las videoconferencias para reducir la necesidad de desplazamiento de sus empleados.

En España aún no se han visto demasiados pasos en esa dirección, pero un grupo de investigación de la Universidad de Valladolid está llevando a cabo un proyecto piloto que aspira a hacer extensivo en los próximos años.

Luis Javier Miguel es el coordinador del Grupo de Energía, Economía y Dinámica de Sistemas de la universidad castellanoleonesa que trabaja en el ámbito de las políticas de transición ecológica y que lleva a cabo el mencionado proyecto.

"Trabajando en ello parece obvio mantener un mínimo de coherencia con lo que estamos planteando", declara Miguel. Por ahora están realizando siempre todos los viajes que necesita el grupo con los medios de transporte más sostenibles posibles, dependiendo de la ruta, y su plan es hacerlo extrapolable próximamente a toda la universidad.

"A medio plazo, las empresas creo que también podrían asumirlo en el ámbito de lo que se denomina la responsabilidad social corporativa para reducir las emisiones de CO2", prevé Miguel.

Políticas gubernamentales contradictorias

Más allá de las medidas que puedan tomar las empresas, los gobiernos europeos también están dando pasos hacia la disminución del tráfico aéreo de los vuelos de corta distancia. Alemania, Francia, Suecia o el Reino Unido son algunos de los países que han aprobado impuestos sobre el uso del transporte aéreo para tratar de desincentivar el uso del avión en favor de alternativas menos contaminantes. Francia, por su parte, prohibió el pasado mes de abril los vuelos domésticos que tuvieran una alternativa en tren de menos de dos horas y media.

En España, el Gobierno también ha expresado en varias ocasiones su intención de aprobar medidas en esta línea, aunque también ha realizado una fuerte inversión para ampliar el aeropuerto de Madrid, Barajas, que fue respondido con protestas por parte de grupos ecologistas.

"Nos parece muy incoherente por un lado aumentar aeropuertos y por otro reducir vuelos de corta distancia", declara Pablo Muñoz, portavoz de Ecologistas en Acción, una de las organizaciones que convocaron las protestas contra la ampliación de Barajas y el Prat. "Por supuesto que estamos a favor de reducir vuelos a corta distancia, pero un efecto que podría tener esto es que se libere más espacio para vuelos de media y larga distancia que son los más numerosos y los que más contaminan".

La alta velocidad, el gran rival

En todo caso, el uso del avión es inevitable para ciertos destinos, según admiten tanto Miguel, de la Universidad de Valladolid, como Martín, de Climate Action Network Europe, que reclaman también el regreso de los trenes con ruta nocturna y coches-cama. En estas largas distancias, se busca priorizar los vuelos directos sobre las escalas, aunque el precio sea mayor.

Es en distancias medias y cortas, gracias al desarrollo de los trenes de alta velocidad, donde el ferrocarril está poco a poco imponiéndose al avión, y no solo por una cuestión de conciencia ecologista.

Lucia trabaja como directora comercial de una empresa con base en Barcelona y tiene que viajar a Madrid unas diez veces al año desde hace una década. "En un principio, iba en el puente aéreo, pero era horrible porque tienes que ir hasta el aeropuerto, llegar con una hora antes para pasar el control, etc.", declara.

Desde hace cinco años comenzó a hacer el trayecto en AVE, que tarda dos horas y desplaza al viajero desde el centro de una ciudad a otra. "Solo tienes que ir con 10 minutos de adelanto a la estación y el viaje me resulta más agradable, son dos horas y media y no tienes que subir y bajar, despegar... el tren es muy puntual", opina Lucía, que asegura que “siempre va a optar por esta opción para este trayecto”.

Es en los precios donde el avión sigue siendo más competitivo que el tren de alta velocidad, aunque la llegada de empresas privadas el pasado mes de mayo están generando cambios en el mercado que podrían, si logran hacerse viables, consolidar un modelo de tren de alta velocidad más barato en España.

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