Los jabalíes se pasean con descaro por algunas calles y parques de nuestras ciudades. El bosque les queda pequeño, y los humanos generamos tantos residuos orgánicos que les resulta más cómodo hurgar en los contenedores, que remover la tierra en busca de tubérculos.
Esos bichos le roban el bolso a Shakira en un parque, atemorizan al paseante y provocan accidentes de tráfico. Se convierten en problema y son noticia. Hay quien exige a las autoridades acciones contundentes y definitivas para acabar con sus tropelías en suelo urbano.
Hay quien se apiada de ellos y sale en su defensa. Incluso Quim Monzó -seguramente en broma- propone cazarlos, guisarlos y comercializa su proteica carne bajo un sello DO Barcelona. La polémica está servida y la chanza también.
Incluso Quim Monzó -seguramente en broma- propone cazarlos, guisarlos y comercializa su proteica carne bajo un sello DO Barcelona
Jabalí y jabalina son palabras polisémicas. Tanto pueden referirse a un mamífero artiodáctilo, de amplia difusión en Europa y norte de África, como a un grupo de diputados radicales de las Cortes de la Segunda República etiquetados así por Ortega y Gasset.
Jabalina es la madre de los jabatos y también una lanza liviana. Pero poca broma, la presencia de estos suidos en nuestras calles son un incordio y un peligro.
Las autoridades deberán tomar medidas eficaces al respecto. De no ser así alguien podría llegar a plantearse la posibilidad de organizar, en plan furtivo, batidas para darles caza blandiendo afiladas jabalinas. Ya saben ustedes que hay por ahí mucho iluminado y delincuente que lo aprovecha todo para montar follón.
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