"Mientras te conozco, me robas el corazón"

No había pasado más de una semana desde que aquella chica llegó para pasar las vacaciones a la urbanización donde yo vivía. Se hizo amiga de unas chicas de la pandilla y salíamos todos juntos. Al principio no me llamó la atención, -chica normal y reservada- pensé. Pero poco a poco fui conociéndola y llegó el día en el que maldije el momento en el que la había conocido, ya era demasiado tarde;
era preso de su inteligencia, de su sabiduría, de su sentido del humor, de sus ojos, de sus labios, de ella... Maldije el momento porque sabía que cuando terminara el verano ella volvería a su sitio y yo me quedaría prendado de la cosa más perfecta que existe en la faz de la tierra. Me quedaría ciego, manco, cojo... incompleto.

Y es curioso el cuerpo humano cómo es capaz de pasar impávido ante tal perfección, hasta que realmente se da cuenta de ello; es entonces cuando libera ese cosquilleo estomacal cada vez que la ves, la oyes, la hueles o simplemente piensas en ella.

Yo me quedaría prendado de la cosa más perfecta que existe en la faz de la tierra
El caso es que tal prendada se me debió de notar ya que
la diosa en cuestión se acercó a mí una tarde en la orilla y me susurró al oído algo así como: La primera vez que te vi, no me alumbró tu belleza, pero cuando inocentemente me fijé en ti, sin quererlo me enamoraste con destreza.

El beso que continuó a esa escena fue quizás el más rico que he y me han dado en la vida, esa explosión de mariposas en el estómago sin precedentes.

A partir de ahí, los mejores 20 días, quizás, de mi vida. Eso sí, siempre una sensación dulce por poder tenerla pero agria por tener que dejarla. Al día 20, última noche de sus vacaciones, me regaló su inocencia de 18 años, una noche mágica que hoy día aún recuerdo con añoranza.

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