La muerte de su madre, hace cuatro años, fue la primera desgracia. Vacía y desecha, descubrió que el trabajo de productora en una cadena de televisión no la satisfacía. Lo dejó para defender su felicidad.
Las cosas se torcieron todavía un poco más. «No supe descansar. La soledad es muy jodida y no quería estar en casa. Salía, trasnochaba..., me estresé».
Cuando se le agotó el paro, Ane se encontró sin trabajo y cargada con una hipoteca. Ahogada por las deudas, se vio en la necesidad de alquilar su piso en la calle Atocha, pero tuvo que hacer frente a una amenaza de embargo. «Cada mañana me levantaba asustada con las llamadas de los bancos. No quería salir de la cama. Lo único que hacían era atosigarme. Todavía me asusto cuando suena el teléfono».
El mismo día en que entregaba el piso a una inquilina que le pagaba un año por adelantado, encontró la casa inundada por un problema de cañerías.
Fue el punto y final. Decidió que nada merecía tanto sufrimiento y puso en venta el piso. Ahora vive de prestado con una amiga y está a punto de mudarse a un pequeño ático.
Cuando pasa por delante de su vieja casa no siente pena. Venderla este verano fue salir de la pesadilla: «He tardado años en darme cuenta de que es el momento de dejar Madrid. Lo que me ha ocurrido me empuja a irme y cambiar. Tengo un deseo y voy a cumplirlo».
Ahora tiene proyectos. Quiere montar en Huelva un hospedaje rural. Es un pequeño gran proyecto para recuperar lo que añora: «La vida te da muchas collejas. Quiero transformar la mía».
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