Enfrente, sólo 25 años y letras desgarradas sobre historias de sexo y adicciones; amores dolientes que le regalan sujetadores de Moschino; el miedo a elegir una pareja que cometa los mismos errores que su padre —un taxista que abandonó a su madre cuando Amy era todavía una niña y al que, pese a todo, la cantante adora—, y su respuesta desafiante a aquellos que, como su discográfica, insisten en que ingrese en una clínica de desintoxicación ("No tengo tiempo para eso, no, no, no").
Los demonios... de una diva
Amy Winehouse habla ‘cockney', el acento de la clase obrera de Londres que más irrita a los británicos. Lo ha exhibido sin pudor cuando respondía en las entrevistas que "la mayor parte de la gente de mi edad pasa el tiempo pensando qué va a hacer en los próximos cinco años; yo empleo ese tiempo en beber".
Lleva un moño vertical que esconde secretos inimaginables (de allí sacó la coca que supuestamente esnifó, con disimulo, durante el concierto en Zurich de hace dos Navidades). Arrastra un historial de desajustes alimenticios y autolesiones, un marido ex convicto ahora en trámites de separación, causas pendientes con la justicia, giras canceladas por problemas de salud y un séquito de seguidores que idolatran sus corpiños, su brillantez, su rebeldía y sus demonios.
Un hogar lejos de casa
Amy ha asegurado, en los últimos meses, que está "limpia", que no ha vuelto a tocar ni el crack ni la heroína. Los aires caribeños de la isla de Santa Lucía, donde se ha retirado en busca de descanso y de inspiración para su tercer CD, dicen que la relajan.
Allí la hemos visto pasear en topless al sol y realizar extravagantes ejercicios gimnásticos ayudada por un entrenador con derecho a roce. Pero, también, ingresar de urgencia en un hospital a causa de "colapsos" y dejar a medias un recital, incapaz de mantener el equilibrio o de recordar las letras del álbum que la encumbró en 2007, Back to black (Vuelta al negro).
Su futuro regreso a Londres también se torna oscuro: la cantante no ha logrado componer ni un solo tema que convenza a su compañía (los nuevos suenan "demasiado reggae", dicen ellos; ella defiende que son alegres y gustarán hasta a lo niños); podría perder la mitad de su fortuna, estimada en casi seis millones de euros por el Sunday Times, si el divorcio solicitado por su marido llega a buen puerto, y deberá comparecer ante la justicia por una agresión a una fan. Además, su madre ha alquilado para ella un piso al lado del suyo para tenerla a buen recaudo: ¡a ella! a Amy Winehouse, que lo que más detesta es que le digan lo que tiene que hacer.
Elegancia ‘retrotrash'
La estrella del nuevo soul no sólo ha cautivado a todos con una soberbia lista de canciones: su particular look es mirado de reojo por las revistas de estilo, su cardado ratty beehive protagonizó el desfile del diseñador Francis Montesinos en una de las últimas ediciones de Cibeles y la joven ya ha recibido una propuesta para crear una colección para la firma Fred Perry.
En la calle, son pocos los que se atreven a seguir sus postulados extremos: rabillo de ojos a lo Sara Montiel; manoletinas o stilettos, coquetos minivestidos de pin up con grandes cinturones para marcar cintura, corpiños rockabilly, pantalones pitillo, tatuajes, biquinis de saldo y, sobre todo, la osadía de arremangar sus top para lucir, sin decoro, el sostén, las piernas escuálidas y un vientre convexo e insolente.
Comentarios
Hemos bloqueado los comentarios de este contenido. Sólo se mostrarán los mensajes moderados hasta ahora, pero no se podrán redactar nuevos comentarios.
Consulta los casos en los que 20minutos.es restringirá la posibilidad de dejar comentarios