Ya han pasado dieciséis años desde que Jane Campion se alzara con la Palma de Oro por El piano. Anna Paquin ya no es la inocente niña que se llevó, el Oscar (ahora anda metida en seriales vampíricos), y Campion también ha cambiado. Un cambio que muchos críticos no dudarán en decir que ha sido para ir a peor.
Bright Star es su nuevo largometraje. La historia de amor del poeta John Keats y Fanny Brawne centra el guión de una cinta que se ha hecho eterna a pesar de no superar las dos horas de metraje. Eterna, en parte, porque el drama se sucede sin grandes sobresaltos, sin que al espectador se preocupe en exceso por el destino de los protagonistas.
Una cinta, en definitiva, demasiado distante. Campion ha dicho de Bright Star que "su característica más importante es trasladar la intimidad de la relación al espectador". Y el público de Cannes, que sabe ser agradecido con la gente que ha hecho grande al certamen, no ha dudado en dar su visto bueno al término de la proyección.
Sexo, catolicismo y violencia
En el caso de Thirst, su mayor problema es un metraje excesivo (un defecto que también se puede observar en Soy un cyborg) y una historia que no parece tener muy claro qué camino quiere tomar. A pesar de los defectos, la cinta tiene momentos marca de la casa que harán las delicias de los seguidores del coreano: la primera hora, conversión del cura protagonista en vampiro y el tramo final resumen, lo mejor del repertorio de Park Chan-Wook.
La elección de un cura que se convierte en vampiro para interpretar al personaje principal no se ha hecho de manera premeditada para enfadar al Vaticano. "Quería mostrar a un hombre puro que tiene un conflicto personal porque necesita herir a otra gente para sobrevivir. Me interesa la lucha interna del personaje", ha matizado el realizador coreano, gran premio del jurado con Old boy, en rueda de prensa.
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