"He vuelto a la vida", comenta Begoña Verdaja por primera vez a cara descubierta. No hace mucho más de un año ni sus seres queridos podían saber dónde estaba. "Su maltratador la buscaba y su vida corría peligro", explica a 20 minutos la presidenta del centro de recuperación donde Begoña fue tratada.

Pero, ¿cómo empezó todo? Sólo tenía 25 años cuando su pareja, entonces "todo un encanto", cuenta Begoña, le propuso que se fueran a vivir juntos. Luego, en poco más de un mes, empezó a menguar el tamaño de su escote y crecer el largo de su falda, perdió el contacto con sus amigas y, por último, el de su familia.

Y llegó el primer puñetazo. "Estaba en la cama tumbada cuando sentí el golpe", cuenta entre lágrimas. Nunca más volvió a faltar cerveza fría en casa de Begoña. Pero eso no fue suficiente para su cruel verdugo, que incluso le hizo dejar su trabajo porque la pilló hablando con un vecino.

Durante casi 16 años Begoña no pudo salir a la calle sin su marido. Fue entonces cuando nacieron sus dos hijos (una niña y un niño). Un aislamiento total que aún podía llegar a ser más horrible: comenzó a maltratar también a su hija.

El 12 de febrero de 2007 Begoña denunció. "Fui por la mañana acompañada por una amiga a la Policía, luego comí con mi marido, que no sabía nada, y cuando volvió de trabajar mis hijos y yo ya no estábamos en casa", explica.

Begoña y sus hijos fueron acogidos enseguida en el Centro de Recuperación y Reinserción de Mujeres Maltratadas de Madrid.

Como Begoña, miles de mujeres víctimas de violencia machista ingresan cada año en los más de 300 centros de acogida y casas tuteladas que hay en España, según el último informe presentado por el Ministerio de Igualdad.

La ubicación de estos hogares es todo un secreto para protegerlas de su agresor, por lo que "es más que probable que sean muchos más", aseguran desde Igualdad. 20 minutos pasó un día en uno de ellos.

Una gran familia

Más de 20 mujeres y unos 40 niños. Además, dos educadoras, tres psicólogas, una trabajadora social, una abogado, la directora y una simpatiquísima cocinera (de la residencia donde fue tratada Begoña) esperaban nuestra visita.

Viven como una gran familia, pero con un horario más estricto. Hay que levantarse para llevar a los hijos al colegio y cumplir con el plan de rehabilitación (psicóloga y educadora). "Nos hacen que recordemos para que no nos vuelva a pasar cuando salgamos", explica, con voz tenue, una interna. Mientras, otra cuenta que pronto empezará a trabajar. "Me han dicho que estoy lista", dice contenta porque sabe que es un gran avance.

Los niños también tienen terapia y clases con la educadora. "Ellos han vivido el maltrato de sus madres. La mayoría tienen retraso educativo y todos presentan estrés postraumático. Lo más importante es que sean felices", explica Lucía, la directora del centro.

Llega la hora de irnos y todos salen a despedirse. Una de las pocas internas que no abrió la boca en todo el día nos pide: "Por favor, no pongáis la dirección del centro". Acaba de llegar al hogar y tiene miedo de que su pareja la localice.

El maltrato en cifras