Luis Ayala: "El riesgo con la pandemia es que la crisis sea transitoria, pero la desigualdad se vuelva estructural"

Luis Ayala, catedrático de Economía en la UNED.
Luis Ayala, catedrático de Economía en la UNED.
Jorge París | Jorge Paris
Luis Ayala, catedrático de Economía en la UNED.

Catedrático de Economía en la UNED, Luis Ayala (Madrid, 1966) ha sido subdirector general del Instituto de Estudios Fiscales, es miembro fundador del grupo de investigación Equalitas y ha participado en los trabajos que sirvieron de base al Gobierno para el diseño del Ingreso Mínimo Vital (IMV). Esta semana, está impartiendo la Cátedra Fundación "la Caixa" sobre el impacto de la Covid-19 en la pobreza.

¿Qué nuevas formas de pobreza pueden surgir durante la pandemia?

Antes de la pandemia, había una forma de pobreza latente que no se visualizaba del todo porque había muchos hogares que vivían al día. Hogares que, o bien estaban en la economía sumergida o tenían contratos muy cortos, pero que no podían hacer frente prácticamente ni a ningún gasto imprevisto ni a dificultades con la vivienda

Al parar la actividad drásticamente o al reducirse en el tiempo, estos hogares pasan a tener una integración precaria, a carecer totalmente de ingresos. Los mecanismos de protección tradicionales no estaban diseñados para hacer frente a esta necesidad tan súbita.

¿Podría tener esta crisis peores consecuencias que la de 2008?

El principal riesgo que tenemos con les que la crisis sea transitoria, hasta cuando estemos inmunizados colectivamente, pero los efectos en términos de desigualdad y pobreza se vuelvan estructurales. Eso nos sirve de comparación casi más que con la crisis de 2008, con la recesión que tuvimos en los primeros años 90. 

Entonces, lo paradójico fue que, siendo un periodo muy breve de crisis y de aumento de las diferencias, seguido de una etapa de bonanza posterior de casi una década, ya no recuperamos los niveles de desigualdad anteriores a esa breve recesión. En este caso, la magnitud de la crisis ha sido mucho más grande y ese es el principal riesgo.

¿Hasta qué punto el llamado "escudo social" ha amortiguado los efectos de la pandemia?

Afortunadamente, algo aprendimos de la crisis de 2008. Entonces vimos que una de las manifestaciones más crueles de la caída de la economía y el aumento del desempleo fue la cantidad de familias que pasaron a situaciones de pobreza energética, de suspensión de suministros por impago y, sobre todo, que perdieron sus viviendas. 

Ante eso, la decisión de poner en marcha ese escudo social debe considerarse positiva. Creo que han sido positivas medidas como las que impiden suspender los suministros por impago y las moratorias en los alquileres, pero han tenido límites. Ha habido muchos retrasos y las ayudas no han llegado a los más pobres de los vulnerables.

Esas son las críticas más habituales al Ingreso Mínimo Vital (IMV).

El IMV corrige una anomalía histórica en nuestro sistema de protección social y hay que recibirlo con muchísima satisfacción desde la perspectiva de la lucha por los derechos sociales y la reducción de la pobreza y la desigualdad. 

Pero, al mismo tiempo, me temo que la precipitación en su puesta en marcha y su diseño apresurado ante la emergencia de las necesidades sociales han hecho que nazca con muchas deficiencias de partida. El riesgo es que una medida muy aceptada socialmente pueda llegar a suscitar cierto rechazo por los problemas en la gestión.

¿Hay margen de mejora para resolver esas deficiencias en los próximos meses?

Cualquier programa nuevo tan ambicioso y tan general suele empezar con un retraso o un retardo en su funcionamiento normal. Tienen que darse muchas circunstancias, el programa se tiene que dar a conocer bien. Tiene que haber un flujo de información y eso necesita un rodaje, campañas de publicidad, transmisión de información por los servicios sociales... 

Lógicamente, con el paso del tiempo, algunas de estas disfunciones se corrigen. Además, tiene que haber más implicación de la sociedad para un mejor funcionamiento. Se están dando pasos, pero hay muchas ONG con mucha experiencia en la lucha contra la exclusión social que pueden contribuir a una gestión más eficiente del programa.

En términos de desigualdad social, ¿está lo peor por llegar?

Lo que sabemos de las crisis anteriores, sobre todo la más reciente, es que dejaron una resaca muy prolongada en el tiempo. Hubo una divergencia muy clara en la recuperación general de la economía y lo que les pasaba a los hogares más vulnerables. 

Efectivamente, ahora existe de nuevo ese riesgo, porque cuando un hogar entra en una situación de vulnerabilidad se rompen muchos procesos sociales, se deterioran las relaciones sociales, las familias, para sobrevivir, realizan estrategias que van contra sus intereses a largo plazo porque no puede hacer otra cosa. Por ejemplo, si van a perder la vivienda, recortan los gastos en educación y en infancia. Y eso es estructural, eso no se recupera de manera rápida.

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