El arca de Noé de las semillas del ITACyL, a la búsqueda de variedades innovadoras

Desnudos sobre una placa de Petri, desprovistos del calor que ofrece el puchero y sin viajes en cuchara a la vista pero con una característica invisible que los hace únicos: la genética. Así se presentan los garbanzos en los laboratorios del banco de semillas del Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León (ITACyL), un particular arca de Noé donde también se busca la innovación.
Garbanzos del banco de germaplasma del ITACyL sobre una placa de Petri.
Garbanzos del banco de germaplasma del ITACyL sobre una placa de Petri.
EUROPA PRESS
Garbanzos del banco de germaplasma del ITACyL sobre una placa de Petri.

En sus estanterías descansan miles de simientes de cereales, leguminosas, vides, frutales, hortícolas y aromáticas que son no solo objeto de estudio en el laboratorio, sino también de catas para comprobar su aclimatación tanto al terreno como a los paladares de la zona.

Así, el banco de germoplasma del ITACyL "lo que principalmente conserva son variedades tradicionales del territorio, que se han obtenido por los agricultores y están adaptadas al lugar de cultivo y, lo que es más importante, a los gustos del consumidor de la zona", señala Carmen Asensio, de la unidad de herbáceos del ITACyL, en una entrevista concedida a Europa Press.

La agricultura moderna nace en siglo XVIII y trae consigo tanto la especialización de tareas como el germen de las primeras casas de semillas, pero no es hasta entrada la segunda mitad del siglo XX cuando se observa una especialización en la producción con el empleo de semillas mejoradas comercializadas por unas pocas empresas multinacionales.

En la actualidad, se cultivan apenas 150 de las 300.000 especies de plantas fanerógamas -que producen semillas- conocidas, mientras que la mayor parte de la población vive de no más de 12 de ellas. Si a esto se añade que para los principales cultivos se ha desarrollado un número limitado de variedades mejoradas que ha desplazado, por sus ventajas tecnológicas a las tradicionales, la reducción de diversidad es notable. Esto es lo que se conoce, según indica el ITACyL, como erosión genética.

Sin embargo, conscientes de esta pérdida irremediable de diversidad, abordaron el problema de la conservación 'ex situ', en bancos de germoplasma, pero también 'in situ', a través de la protección de las áreas, los ecosistemas y los hábitats donde las plantas de interés han desarrollado sus características, lo que permite la evolución de las especies y las variedades.

Y es que, según apunta Asensio, "a lo largo de los siglos, los agricultores ido seleccionando un material genético que está adaptado a las condiciones agroclimáticas y también a las características comerciales y a los gustos del consumidor". De ahí la importancia de esas variedades tradicionales, pues representan la cultura gastronómica de un territorio.

"Las variedades tradicionales tienen la ventaja de que, como cada agricultor, tenía su propia semilla, aunque desde el punto de vista comercial todas resulten similares y todos reconozcamos, por ejemplo, el garbanzo de Pedrosillo o de Fuentesaúco, realmente, la carga genética de cada de esas variedades es diversa, pues cada agricultor ha ido generando su propia selección de esta semilla", afirma Asensio.

En este sentido, uno de los trabajos que hizo el ITACyL hace unos años fue la selección, dentro de las tradicionales, de variedades que mantienen "exactamente las mismas características que las tradicionales", pero que, a la vez, tienen la ventaja de ser homogéneas, de manera que cualquier Indicación Geográfica Protegida (IGP) puede producir un producto de calidad y, sobre todo, "controlar su trazabilidad desde la semilla hasta la venta del grano de consumo de los sacos de legumbre de que llegan al lineal del supermercado".

Así, el ITACyL ha registrado recientemente tres nuevas variedades de garbanzo, denominadas Pirón, Tauritón y Úrbel, en el Registro de Variedades Comerciales, con las que se ha convertido en el mayor generador de variedades de garbanzo a nivel nacional y uno de los mayores a nivel europeo.

En total, son 33 las variedades de leguminosas registradas: seis de garbanzo (Cuaiz, Duratón, Garabito, Pirón, Urbel y Tauritón); cinco de guisante proteaginoso (Cabestrón, Chicarrón, Luna, Viriato y Ucero); 18 de judía (Cotorrón, Tañoga, Almonga, Bolita, Cabramocha, Carazo, Cárdeno, Cavadilla, Corcal, Oracada, Orvillo, Morala, Rincada, Sestil, Sillar, Socueto, Tremeya y Trigaza); dos de lenteja (Águeda y Guareña) y dos de alverjón (Gario y Oberón).

Y es que, Castilla y León es la comunidad autónoma española que cuenta con mayor número de legumbres amparadas bajo una figura de calidad con protección europea, todas ellas Indicación Geográfica Protegida (IGP), son cinco: Judías del Barco de Ávila, Lenteja de la Armuña, Garbanzo de Fuentesaúco, Lenteja Pardina de Tierra de Campos y Alubia de La Bañeza-León.

Todas ellas, a su vez, bajo la marca de garantía Tierra de Sabor, que comercializa más de 150 productos de legumbres. Además, cuenta con las Marcas de Garantía de 'Garbanzo Pedrosillano', 'Garbanzo de Valseca' y 'Judión de la Granja'.

De este modo, los consumidores pueden distinguir los distintos tipos de legumbres, tanto por su apariencia como por un sabor que permite construir esa cultura gastronómica que hace único al territorio.

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