Rufo Medina recuerda con nostalgia que le bautizaron en la "castiza" calle de Mesón de Paredes hace ahora casi siete décadas. Reacio a explicar cómo llegó a vivir en una glorieta de la M-40 hace ahora once años (en la incorporación a la carretera de Toledo), allí reside sin más compañía que la del tráfico.
Pero la niña de sus ojos es la huerta urbana gracias a la que subsiste. "Me faltan los melones, que voy a plantar ahora", explica señalando el resto de cultivos que atiende con mimo: coliflores, acelgas, habas, ajos, cebollas...
Parco en palabras a la hora de hablar de su pasado, se intuye que el bueno de Rufo lleva a sus espaldas una historia de desamor mezclada con muy mala suerte. "Tengo dos hijos y ella era una buena mujer, pero...". Sólo sabe que los suyos residen en Torrejón de Ardoz. "Me gustaría verles", se lamenta. Y es que, desarraigado y solo, vive gracias a la buena voluntad de los vecinos.
Sobras para los pájaros
"Me dejan cosas en los rincones que saben que miro (portales, bancos, parques, esquinas...) y en el colegio Puerto Rico me dan las sobras para los pájaros", explica. "De ropa voy bien servido", asegura. La higiene personal la resuelve acarreando cubos de agua desde una arqueta del Canal.
Vive como un ermitaño y su soledad sólo se ve perturbada por las visitas inoportunas de algunos gamberros que se acercan para incordiar y molestarle . "Los conozco y no me hacen nada", dice, aunque reconoce que tiene algo de miedo.
A él, que fue transportista y pintor ocasional, ahora sólo le queda ver pasar la vida al pie de una autovía esperando hacer realidad su único deseo: tener una novia.
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