Gil de Biedma volverá a ser joven

  • Cuando se cumplen ochenta años de su nacimiento, una película recuperará la figura intelectual y vital del poeta catalán de la llamada Generación del 50.
  • El film se basará en la biografía del poeta que escribió Miguel Dalmau.
  • BLOG: Una poesía al día.
El autor de Las personas del verbo falleció de sida en 1990.
El autor de Las personas del verbo falleció de sida en 1990.
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El autor de Las personas del verbo falleció de sida en 1990.

Todavía en vida de Jaime Gil de Biedma no era extraño que las entrevistas y artículos sobre el poeta comenzasen con un melancólico “Ahora que de casi todo hace 20 años” seguido de una homilía de palabras de justa admiración -casi bíblica- por el hombre.

En el minucioso retrato -pelín autodestructivo, al decir de algunos- que de él hizo Miguel Dalmau y que sirve de esqueleto para la película que se empezará a rodar en breve, con Jordi Mollà en el papel del autor de Las personas del Verbo, se reconoce a un artista seco y hastiado de ser un oráculo a pesar de su silencio: “El problema es que yo he escrito poquísimo, y que, por tanto, se escribe siempre sobre los mismos temas. La verdad es que estoy harto”.

Y más que se va escribir. Gil de Biedma es carne de aniversario. Este 2009 se cumplen 80 años de su nacimiento. Y en 2010, cuando se estrene la película, que llevará por título Cónsules de Sodoma en homenaje a la traducción que el poeta hizo del libro Gay Sunshine Interviews, habrán pasado -entonces ya sí- 20 años después de su muerte.

De la poesía, advirtió Witold Gombrowicz, no se puede escribir en tono poético. De la poesía de Gil de Biedma, además, es muy difícil hacerlo sin ser repetitivo: pocos versos, muy visitados y pacientemente desmenuzados.

Por si fuera poco, el “tocado por la pereza sacra” ejerció de crítico de sus propios poemas con el mismo ingenio e inteligencia que diseccionaba a sus admirados Cernuda, Eliot o Auden. “En mi poesía no hay más que dos temas: el paso del tiempo y yo”, repetía puntualmente para gozo de los antólogos.

De su vida canalla, tan propensa al mito o más que su poesía, queda poco donde escarbar: su fama de conversador impenitente y lúcido, su doble existencia de escritor y alto ejecutivo de la Compañía de Tabacos de Filipinas, su afición voraz por los “bares últimos de la noche” y los muchachos rudos, su sexualidad pandémica, el sida, su aire de camionero ilustrado y su amarga militancia política de señorito -“por mala conciencia escritor de poesía social”- de izquierdas.

La influencia de Gil de Biedma, de los pocos grandes poetas españoles del siglo XX que nunca recibieron un premio (“salvo en el colegio”, ironizaba), ha sido formidable. Tanto la generación de los novísimos (Luis Antonio de Villena, Luis Alberto de Cuenca) como la de los postnovísimos (Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero) son herederas de su magisterio poético.

La guía no explícita de la llamada ‘poesía de la experiencia’, que Gil de Biedma perfeccionó de Robert Langbaum, fue seguida en adelante por la joven -hoy ya no tanto- poesía española. Todo aquel temprano influjo Juan Luis Panero lo redujo bellamente a un solo verso: “La terca idolatría de la inteligencia”.

En una pared de la estación de metro de Ciudad Universitaria de Madrid se lee la primera estrofa de No volveré a ser joven, uno de los poemas preferidos de su autor:

Que la vida iba en serio

uno lo empieza a comprender más tarde

como todos los jóvenes, yo vine a

llevarme la vida por delante

Los espacios públicos no resisten la provocación, y las instituciones se cuidan muy mucho de exponer a los jóvenes al aprendizaje de la decepción. Gil de Biedma fue maestro en descubrir esos velos. El final, no copiado, del poema del metro dice:

Pero ha pasado el tiempo

Y la verdad desagradable asoma:

envejecer, morir,

es el único argumento de la obra.

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