El rey Juan Carlos, muy triste por la muerte de Fernando Falcó, gran amigo y compañero de cacerías

Fernando Falcó, en febrero de 2020.
Fernando Falcó, en febrero de 2020.
Chema Clares / GTRES
Fernando Falcó, en febrero de 2020.

Ocurrió a los 81 años. Fernando Falcó, marqués de Cubas, fallecía tras varios días ingresado en estado grave en el hospital. A principios de año, a causa del coronavirus, había fallecido su hermano, Carlos Falcó, marqués de Griñón y padre de Tamara Falcó. Pero no solo lo ha pasado mal la familia de la socialité televisiva, sino también un gran amigo de ambos: el rey emérito.

Sin lugar a dudas, Juan Carlos I está atravesando uno de los peores años de su vida, que comenzó con la muerte de su hermana, la infanta doña Pilar, y a mediados de año continuaba con su huida del país, abandonando España para refugiarse en Emiratos Árabes después de que Corinna Larsen aireara algunos de sus trapos sucios.

Desde allí, desde Abu Dabi, ha conocido la noticia de que el segundo de los hermanos Falcó, al que sacaba un año, también ha fallecido este año y el otrora rey no ha podido sino rememorar todos los años que hace que les conocía y que los seguía uniendo una longeva vida conjunta de muchas noches el uno con los otros y viceversa.

Se conocían desde muy pequeños dado que sus padres eran muy cercanos: a Manuel Falcó y Escandón, duque de Montellano, e Hilda Fernández de Córdova les ataba una gran amistad a los condes de Barcelona (Juan de Borbón y Battenberg y María de las Mercedes de Borbón y Orleans).

De hecho, Hilda fue una de las damas de la reina Victoria Eugenia de Battenberg, por lo que la ligazón venía incluso de antes. Eso sí, se cimentó sobre todo en Estoril, donde ambos matrimonios solían coincidir y donde se conocieron siendo niños don Juan Carlos y Fernando Falcó, siendo este último parte de Los ocho de Las Jarillas, como se conoció al grupo de niños que estudiaron en 1948 en dicha finca que linda con Colmenar Viejo (propiedad del marqués de Urquijo) y que seleccionó apresuradamente el conde de Barcelona para arropar a su hijo en su regreso del exilio portugués a una España de posguerra aceptando la petición de Franco.

La amistad y la devoción entre ambas familias era tal que, en 1950, cuando don Juan Carlos necesitó un piso en Madrid para continuar en España, Manuel e Hilda le dejaron a él y a su hermano, el infante Alfonso (que fallecería 6 años después debido a un disparo de bala de un revólver que estaba limpiando junto a su hermano mayor), el Palacio de Indo, en el número 33 del Paseo de la Castellana.

La amistad se había forjado y poco a poco fueron estrechándola, sobre todo gracias a ciertas noches en las que salían "a ligar", tal y como el propio marqués de Cubas admitió en alguna que otra ocasión en petit comité, incidiendo además entre risas en que aprovechaban los despistes de Carlos Martínez Campos (preceptor del rey) y que el hombre que llevaba a su lado no tenía competidor: "Un rubio, alto y de ojos azules lo tiene más fácil", le aseguró al diario El Mundo.

Los años y la propia edad hicieron que esas costumbres variasen un poco, de la noche al día y de las escapadas para buscar chicas (en una ocasión llegaron hasta la Costa Azul) a las cacerías y las grandes comilonas cuando se podía, práctica que hasta hace poco seguían retomando de vez en cuando.

"Yo no le hacía ni le hago la pelota", decía Fernando Falcó sobre su relación con el ex rey, así como le tildaba junto a los otros ocho de Las Jarillas de "simpatiquísimo". Firme defensor, como su padre y su hermano, de la monarquía, el marqués de Cubas casi nunca habló en público de la institución, limitándose a afirmar que él consideraba a su colega "indispensable para España".

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