Amuletos para comenzar un mal año, para los agoreros, con buen pie

  • Hay costumbres gastronómicas que se convierten en ritos.
  • Una de ellas es comer, el primero de año, una buena sopa de cebolla.
  • Los humanos tendemos a atribuir a las cosas más variopintas la cualidad de dar buena suerte.
Perdices preparadas para guisar.
Perdices preparadas para guisar.
Perdices preparadas para guisar.

Bueno, pues a lo tonto, a lo tonto, ya llevamos unos cuantos días del tan temido año 2009, año que tanto agoreros como "al-goreros" se empeñan en tachar de nefasto así, a priori, sin darle la menor oportunidad; es lo mismo, sólo que al revés, que esos anuncios que el día 1 de enero proclaman a los cuatro vientos cuál es el "coche del año 2009", cosa que, digo yo, sabremos mejor el 31 de diciembre...

Naturalmente, el miedo es libre, y parece de lo más normal que la gente trate de protegerse del mal fario atribuido a este año debutante por todos los medios a su alcance, incluido todo tipo de amuletos, también los gastronómicos, porque estaremos de acuerdo en que hay costumbres gastronómicas que se convierten en ritos, que a su vez acaban siendo una especie de amuletos sin los cuales nos parece que las cosas no están del todo bien, o no van a estarlo.

Los humanos tendemos a atribuir a las cosas más variopintas la cualidad de dar buena suerte o, cuando menos, de conjurar la que no es tan buena. Uno, naturalmente, también tiene sus manías en este terreno. Probablemente la más arraigada sea despedir el año con uvas, sí, pero con uvas en estado líquido y con burbujas, es decir, con un buen champán.

Tengo para mí que ése -el líquido- es el mejor estado posible de las uvas, como lo es el de las aceitunas, y sin despreciar, ni muchísimo menos, las extraordinarias uvas de Vinalopó, las prefiero en copa. Por cierto que me gustaría saber cuántos años tardó en difundirse por una España sin radio, televisión ni internet la costumbre presuntamente generada por la macrocosecha de uvas de 1909; más de veinte años después, a Gironella lo de las doce uvas aún le sonaba raro, como puede verse en "Los cipreses creen en Dios".

Otra costumbre que, en mi caso, se ha convertido en rito es comer, el primero de año, una buena sopa de cebolla, inspirada en la clásica de Les Halles de toda la vida pero ya adaptada a nuestros gustos personales. Es una sopa muy reconfortante, que tomábamos hace años para volver a la vida... cuando nuestra edad nos permitía prolongar hasta muy entrado el día la juerga de la noche de San Silvestre.

Ahora no trasnochamos, pero lo de la sopa de cebolla, entre cuyos ingredientes también entra, cómo no, el champán en vez de un vino tranquilo cualquiera, se ha quedado y es ya todo un rito sin el cual el 1 de enero es menos 1 de enero.

Una sopa de cebolla más rubia que morena, pero en la que no falta el engorro de los largos hilos de queso, que normalmente es el que siempre llamamos favorito de Sherlock Holmes, esto es, "el emmenthal, querido Watson".

Ese día, que es el que la OMS debería declarar "día mundial sin tabaco" si quiere que esa fecha tenga éxito, porque es el día en el que menos gente fuma, ya que los propósitos anuales de dejar de fumar suelen durar justo ese día, y mayormente porque la gente se pasa la mayor parte de él durmiendo, ese día, decíamos, es normal formular deseos de salud y felicidad para todos nuestros seres queridos o, al menos, conocidos.

Pues... la caridad bien entendida, decía el clásico, empieza por uno mismo, de modo que, visto que en los cuentos la máxima expresión de felicidad era comer perdices -"y fueron felices y comieron perdices" es tan clásico como lo de "érase una vez"-, decidimos invertir la frase y empezar el año comiendo perdices para ver si así nos garantizamos la felicidad durante al menos 365 días, que este año, menos mal, tiene un día menos que el pasado.

Así las cosas, y aprovechando que estamos en enero y que acaba de publicarse un estudio científico sobre las benéficas cualidades de los grelos en la prevención de algún tipo de enfermedades, y recordando al tiempo que un plato españolísimo de perdices es el de perdices con coles, que tan bien recoge doña Emilia Pardo Bazán en "La cocina española antigua", decidimos que nuestra perdiz iba a llegar a la mesa con una verde escolta de grelos, junto con un cremoso puré de patatas perfecto para embeberse de la salsa que acompañaba al volátil.

Un Barón de Chirel 2001, una auténtica joya de la que apenas quedan ya unas cuantas botellas, hizo los honores líquidos. Qué quieren que les diga. No sé si el plato de perdiz con grelos me garantizará ser moderadamente feliz todos y cada uno de los días de 2009; pero de lo que pueden estar seguros es de que, gracias a ese plato, el primero de enero de este temido año quedará marcado con cifras de oro en mi memoria gastronómica.

A la hora de comer, desde luego fui bastante feliz; séanlo ustedes, y no sólo en la mesa, todo este año... y los que vengan.

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