Lara Moreno convierte al lector en la cerilla

«En todas las etapas uno está buscando quemarse, o arde, o se convierte en ceniza»
'Cuatro veces fuego'
'Cuatro veces fuego'
Lete Gil
'Cuatro veces fuego'

Así opina Lara Moreno sobre su tercera obra, después de los relatos de Casi todas las tijeras (Quórum, 2004) y el poemario La herida costumbre (Puerta del Mar, 2008), demostrando su comodidad en esos géneros que —más que escribirse— se susurran. Estas llamas no apaciguan unos versos míticos de Miguel Hernández, sino que los encienden para reflejar el dolor de respirar: en Cuatro veces fuego se abren esas tres heridas —«la del amor, /la de la muerte, / la de la vida»— con las que debemos caminar firmes, por si hay tambaleos. Lara Moreno no mete el dedo en la llaga, sino que la acaricia, calma la piel húmeda y la sangre, inventa la propia herida del propio dolor.

El mágico prodigioso

El motor de sus relatos no es otro que la anormalidad en la normalidad: personajes como tú o como yo cuyas rutinas quiebra un elemento primero extraño, después bienvenido, siempre desconcertante hasta el punto final. «Los personajes de Cuatro veces fuego tienen la firme idea de ordenar sus vidas, y la vida tiene la idea firme de impedirlo. Se abrasan, tiemblan, se descalzan, se sientan a nuestro lado, pacíficos y espinosos, y nos dicen al oído que quieren contarnos algo», escribe el novelista Pablo Gutiérrez en la nota de contraportada del libro.

Desayunan café y tostada, tararean en la ducha, pero un objeto inesperado, un encuentro que no planeaban, lo desbarata todo: «Lloro porque no hay seres mágicos», reza el verso de Alejandra Pizarnik que abre un bloque de Cuatro veces fuego. Esas lágrimas resbalan por la inquietante colección de Amarillo, las manías y los escenarios reconocibles —esa «calle Manuela Malasaña»— en Durante horas, toda la literatura de otro continente que marca Primer día sin reloj.

Porque, aunque breves, los relatos de Cuatro veces fuego avanzan torrenciales, envolventes, a veces excesivos: un vaso colmado de agua hasta desbordarse, unos rastrojos encendidos que culminan en incendio. El día a día —las conversaciones, las llamadas, las ausencias— se alza ahora como mágico prodigioso: el poder de la ficción, el talento de los grandes narradores —de los verdaderos—, consiste en inventar incluso a quien se esconde al otro lado de la página.

Lara Moreno —nacida en Sevilla en 1978, pero onubense según su nota biográfica— fabula incluso para definirse: estos cuentos nos la presentan latinoamericana, con sus gotas de Cortázar, sus rodeos a Silvina Ocampo, su costumbrismo —deténganse en Carnaval (o Ventana sin muchacha que mira al mar)—, que se toma una pausa para llamar la atención en un detalle minúsculo.

«El lector es el ojo, y yo espero que cada uno amolde sus cuentos a su retina particular, porque a partir de ahora los cuentos estarán en sus manos, no en las mías», confiesa Lara Moreno. Concluimos: el lector es la cerilla, con él salta la chispa y surge el fuego.

Tropo / 250 páginas / 15 euros

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