Plá regresa a la Seminci con una película sobre el fanatismo religioso

  • Desierto adentro está protagonizada por una familia maldita.
  • El padre, abrumado por un supuesto castigo divino, los aisla del mundo.
  • La muerte y la autodestrucción son otros protagonistas.
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Un fotograma de la película Desierto Adentro.
Un fotograma de la película Desierto Adentro.
Un fotograma de la película Desierto Adentro.
La fe puede tenerse o no tenerse y si se cuenta con ella puede convertirse en una maldición más que en una bendición, sobre todo mal entendida.
Desierto adentro, la última película del uruguayo Rodrigo Plá, es un claro ejemplo de ello.

El largometraje, presentado a concurso en la Sección Oficial de la Seminci, nos presenta un guión en el que se reflexiona sobre las terribles consecuencias del fanatismo religioso. La trama arranca con una masacre, la que vive un pueblo mexicano a causa de su religiosidad, prohibida por un gobierno totalitario.

Los protagonistas son una familia cuyo padre pide al cura, obligado a recluirse en la ciudad, que vuelva al pueblo para que bendiga a su hijo aún no nacido después de que la madre haya sufrido un accidente por el que cree que el bebé va a morir.

La presencia del sacerdote provoca que el ejército mate a casi todo el pueblo, incluido el hijo mayor de la familia, y el cura echa la culpa de todo al padre de familia quien, a partir de ese momento, se cree que será víctima de un castigo divino. "Eres el culpable de todo, Dios te castigará y la muerte de tu hijo es el comienzo", afirma el cura al protagonista en el principio de la historia.

Desierto adentro, cuyo guión nació al mismo tiempo que la primera película de Plá, La zona -proyectada en la pasada edición de la Seminci- , se estructura en cuatro partes, la culpa, la penitencia, la señal y el perdón, marcadas por las vivencias de sus protagonistas.

Tras su "pecado" el padre se recluye en el desierto con sus hijos, a los que obliga a construir una iglesia para redimir su culpa y conseguir el perdón de Dios. Aislados del mundo y del resto de personas, los hijos empiezan a morir poco a poco y como consecuencia de enfermedades y accidentes. Ante esta situación, el padre, cada vez más convencido de que todo es por su culpa, aumenta su fanatismo y su trabajo por conseguir que Dios le perdone.

Con un ambiente claustrofóbico, a pesar de estar rodada en el desierto abierto, el largometraje une también la realidad con los actores de carne y hueso y la animación de las pinturas que el hijo pequeño va creando y que se estructuran como un retablo para la iglesia que construyen.

Dolor, religiosidad y falta de libertad son los sentimientos que completan un trabajo que se labró detractores y defensores pero que demostró que el director, que triunfó en Valladolid con La zona, no se repite.

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