La vida en tiempos de pandemia: 'Calles limpias como la patena aunque…"

Pilar Gonzalvo Flores limpia una calle de Zaragoza.
Pilar Gonzalvo Flores limpia una calle de Zaragoza.
GERVASIO SÁNCHEZ
Pilar Gonzalvo Flores limpia una calle de Zaragoza.

Hablar con una barrendera sobre Carmen Amaya puede resultar inimaginable, pero ocurre en Zaragoza. Recordar aquellas fotografías realizadas por Colita y Julio Ubiña sobre la vida y la muerte (impresionante reportaje de su velatorio y entierro) de, posiblemente, la bailaora más universal que ha dado el flamenco.

Ocurre con Pilar Gonzalvo Flores a las siete menos diez de la mañana en la Gran Vía mientras compra su paquete diario de tabaco porque ella es sobrina de Carmen Amaya e hija pequeña de Micaela Flores Amaya, La Chunga, musa artística de grandes escritores y pintores, y del director de cine José Luis Gonzalvo.

Pilar es una de los 1.258 trabajadores de la empresa Fomento de Construcciones y Contratas (FCC), que lleva 75 años prestando el servicio de limpieza viaria y recogidas de basuras en la capital aragonesa. “Es sorprendente la cantidad de basura que recogemos cada día a pesar de que hay mucha menos gente en la calle”, explica mientras amontona las colillas de una decena de cigarros que alguien ha ido tirando por la ventana. “Encontramos muchos guantes de goma tirados al suelo, bolsas de plástico abandonadas en los portales y más cacas de perro que nunca”, cuenta e ironiza: “Si me dieran cinco céntimos por cada una que recojo ganaría más que con mi salario”.

La ordenanza municipal estipula que la limpieza de la parte de la calle pegada a los portales o negocios depende de sus dueños, pero Pilar, mitad paya y mitad gitana, recoge todo lo que ve, además de vaciar las papeleras, incluidas las que tienen deposiciones de perros. “Algunos abuelos se llevan las bolsitas de plástico de esas papeleras a casa y las usan para congelar. Les digo que son tóxicas y alguno me suele mandar a escaparrar (a paseo, en fabla aragonesa)”, comenta guasona esta mujer de 47 años a la que le gusta tatarear canciones mientras trabaja. Le pregunto si le gusta que la defina como operaria de la limpieza y lanza con contundencia: “Soy barrendera de toda la vida”.

La plantilla de FCC “está históricamente masculinizada aunque este año hemos consolidado un aumento del 5 % en contratación y estabilidad de puestos ocupados por mujeres en la contrata”, cuenta Diego Tejedor, su jefe de comunicación. También han contratado un 3,5% de personas con algún tipo de discapacidad.

Los operarios dejan sus carros de trabajo en el cuartelillo al finalizar la jornada laboral.
Los operarios dejan sus carros de trabajo en el cuartelillo al finalizar la jornada laboral.
GERVASIO SÁNCHEZ

José Ángel Bringola, de 48 años, se licenció en Filosofía y Letras, prefirió trabajar antes que presentarse a unas oposiciones para dar clases y tuvo diferentes oficios como repartidor de grandes almacenes, agente inmobiliario y contable en una empresa familiar hasta hace cinco años cuando empezó su periplo como barrendero.

"Un grupo me ha aplaudido y me ha invitado a un café esta mañana, un señor sale cada día a su balcón y también me aplaude y, al mismo tiempo, ves como una persona sin disimular deja tirada la bolsa de basura en el portal delante de ti"

Le sorprende el comportamiento de los ciudadanos. “Un grupo me ha aplaudido y me ha invitado a un café esta mañana, un señor sale cada día a su balcón y también me aplaude y, al mismo tiempo, ves como una persona sin disimular deja tirada la bolsa de basura en el portal delante de ti”, explica. Emiliano Villalobos, de 58 años, es un gran lector. “Quizá por ello soy pesimista aunque, como decía José Saramago, sólo los pesimistas pueden cambiar el mundo”, confiesa. Está repasando El Quijote porque “son tiempos tan duros que nos hace falta algo de humor”, leyendo “El novio de mi madre”, de Ángela Labordeta, hija del gran cantautor aragonés y, a veces, puede tener “hasta tres libros en marcha”. “Cada uno salvará su culo después de esta crisis como ha ocurrido con las anteriores”, afirma en la calle Ávila. Confiesa que “me duele ver sufrir a los ancianos que sobrevivieron a las balas de la guerra y están muriendo por culpa del bicho”.

La empresa FCC ha establecido medidas de auto protección para sus trabajadores en la treintena de puntos de encuentros o cuartelillos donde se centralizan los turnos de limpieza. Hay un escalonamiento en las salidas y los regresos de los operarios para que no coincidan grupos numerosos de personas y una desinfección completa y diaria de todos los vehículos, carros y herramientas. Los trabajadores llevan guantes de nitrilo y hay mascarillas para los operarios que los solicitan aunque la mayoría prefiere trabajar sin ellas.

Hasta la fecha sólo ha fallecido Paco, apodado cariñosamente “El Taustano ” (originario de Tauste), que se encontraba en situación de prejubilación y periodo de inactividad y le quedaban dos años para jubilarse. “Ningún operario está hospitalizado por causa del coronavirus y tenemos tres personas confinadas en casa con síntomas aunque evolucionan de forma favorable”, manifiesta el jefe de prensa.

A Maria Jesús Martínez, de 50 años y con 15 años de antigüedad, le da mucha pena encontrarse cada mañana con “calles y avenidas vacías sin coches y tiendas cerradas”. Conoce a los vecinos de su ruta. “Les pregunto por los niños que son los más afectados por el encierro”, comenta esta operaria con estudios no finalizados de auxiliar de jardín de infancia.

Aroa Soriano, de 37 años, terminó la ESO y es monitora de tiempo libre. Lleva dos años en la empresa y recuerda que su nombre, de origen germánico y utilizado en el País Vasco, significa “buena voluntad”. “Como tengo que trabajar obligatoriamente me lo tomo con calma y no llevo mascarilla porque siempre estoy en espacios abiertos”, comenta. No quiere criticar a nadie, pero asegura que “hay abuelas que pasean más de la cuenta con sus perritos”.

Oscar Baeta, de 46 años, se cambió hace dos años al turno de la mañana después de pasar 25 años en el de la noche. En la Gran Vía ha recogido cuatro pares de guantes tirados en lo que va de mañana. Prefiere que le llamen operario de la limpieza o barrendero antes que basurero. “No me ofende aunque hay personas que usan esa palabra con menosprecio”, explica.

“Hay horas que la calle Independencia parece la de un día normal y corriente por la cantidad de personas que se están saltando el confinamiento. Los controles de la policía municipal o nacional fueron rígidos durante los primeros quince días, pero ya se han relajado”, afirma Paco Sabio, de 45 años.

Carmen Cerdera, de 52 años, lleva limpiando la calle Doctor Cerrada desde hace 15 años y hay días que “parece que se va a acabar el mundo con esta pandemia”. “Hay personas irresponsables que salen todos los días a comprar o sacan a los perros más que nunca”, comenta.

A Joaquina Pérez, de 57 años y con 18 años en el servicio, le molesta esas personas que creen que “vamos de bichos hasta arriba”. Cree que hay muchas personas que se comportan de una forma distinta fuera de sus hogares. Su reflexión sirve de colofón: “¿A que nunca tirarías unos guantes o una mascarilla al suelo ni dejarías la caca de tu perro sin recoger en tu casa? Pues deberías actuar igual en el exterior porque la calle es la casa de todos”.

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