En la UCI del Ramón y Cajal, un hospital convertido en trinchera: "Ahora tenemos menos pacientes, pero están peor"

Piel con piel para hacer frente a la radiación de una radiografía. No hay miedos, no hay dudas. Todos a una para vencer a la pandemia.
Piel con piel para hacer frente a la radiación de una radiografía.
Piel con piel para hacer frente a la radiación de una radiografía. No hay miedos, no hay dudas. Todos a una para vencer a la pandemia.

Tan solo cinco pasos separan el control de enfermería del cristal tras el que se encuentra aislado un paciente con Covid. Esos cinco pasos lo son todo, marcan la diferencia entre dos mundos. En este lado, solo hay mascarillas. En el otro, ‘astronautas’. En este lado la vida sigue. En el otro se batalla. Esta historia comienza ahí, en las UCI del hospital Ramón y Cajal, donde la vida trata de inclinar la balanza. Guantes, gorro y doble mascarilla. Todo listo, toca entrar.

Viernes, 17 de abril. 10.30 h. Isidro, celador, espera en el filo del box 3 a que un compañero le ayude a descontaminarse. Es lo que toca cuando uno sale del ‘cuarto sucio’ de la UCQ (Unidad de Críticos Quirúrgicos, reconvertida en UCI de pacientes con Covid), a una zona ‘libre de virus’. Casco al suelo. Guantes a la papelera. Gafas al cubo de la derecha. Desinfectante en las manos, lejía en los pies... El ‘baile’ está bien aprendido tras 50 días de práctica.

En el box de al lado, el 7, cuatro sanitarios cambian de postura al paciente que lucha incansable dentro. Está desnudo, bocabajo, en prono. El objetivo es que respire mejor. "Se les mueve por ciclos de 24, 36 o 48 horas, más no", explica Borja Hinojal, médico de Anestesiología y Reanimación. El paciente está sedado, intubado, al igual que sus otros 15 compañeros de sala. El diagnóstico de todos ellos es grave. Solo uno es consciente de lo que pasa.

"Ahora tenemos muchos menos pacientes, pero están peor", cuenta detrás de una mascarilla quirúrgica David Pestaña, jefe de la unidad. "Tenemos a los que salieron pero que por complicaciones han vuelto, los que siguen aquí después de semanas de tratamiento y los nuevos, aunque cada vez son menos".

Que el ritmo ha bajado es evidente. De 20 camas disponibles en esta UCI, tres están libres. Hace semanas ni soñaban con eso. "Hemos llegado a tener 15 ingresos en un día, 12 al día siguiente...". Para hacer frente al "tsunami", el hospital tuvo que transformarse: pasó en 10 días de tener 36 camas a 110. Hasta los quirófanos se reciclaron. "Antes era una cuestión de cantidad, ahora es de calidad".

Tan solo cinco pasos separan el control de enfermería del cristal tras el que se encuentra aislado un paciente con Covid. Esos cinco pasos lo son todo, marcan la diferencia entre dos mundos.
Una enfermera se emociona en el box.
Jorge París

Esta especie de ‘tregua’ les permite entrar en una nueva fase: la de entender por qué. Por qué hay enfermos que evolucionan tan mal y qué les diferencia de los que van bien. 

– ¿Alguna hipótesis? 

– "Lo que aparentemente marca la diferencia entre la vida y la muerte es la respuesta que tiene del organismo. La falta de inmunidad". 

– ¿La famosa tormenta de citoquinas? 

–"Bueno, es más complicado que eso".

Por entendernos, las citoquinas son unas moléculas que segregan algunos órganos, en este caso los pulmones, cuando sienten la invasión de un germen. Son nuestra primera línea de defensa. "Al principio atacan a todo lo que se mueve", detalla Pestaña democratizando al máximo el lenguaje. "Después, piden ayuda". El problema parece estar en esa segunda fase, en ese SOS que lanzan a los linfocitos a modo de refuerzo. "Una disfunción en esa llamada es lo que pensamos que tiene que ver con la mala evolución de los pacientes. Si no llega la ayuda, llegan las células que destruyen todo, que pueden acabar con el virus, pero también pueden acabar con el paciente".

Mientras el doctor habla (11.20h), cuatro sanitarios con un traje 'lunar' arrastran una máquina portátil de rayos. La gravedad de estos pacientes impide que salgan de sus box, así que las pruebas de tórax se hacen en el sitio. Verles trabajar es como estar ante una coreografía bien ensayada. Primero, colocan al paciente. Después, la máquina. Antes del disparo, salen de la habitación y forman una fila india, cuerpo con cuerpo, para protegerse de la radiación. La quietud es absoluta.

Piel con piel para hacer frente a la radiación de una radiografía. No hay miedos, no hay dudas. Todos a una para vencer a la pandemia.
Piel con piel para hacer frente a la radiación de una radiografía.

Las placas de tórax son necesarias para conocer la evolución de los pulmones, principal problema de estos pacientes. "Vienen con cuadros de insuficiencia respiratoria. Son pacientes que se están ahogando", detalla Pestaña. "Algunos casos, los más graves, desarrollan fibrosis pulmonar, una agresión que hace que el pulmón se convierta en una estructura muy rígida difícil de ventilar. Se da en una fase más tardía y es condición probablemente de nuestro propio mecanismo de defensa".

Escuchar esta realidad escuece. El viernes, cuando se hizo este reportaje, 1.156 pacientes intentaban aferrarse a la vida en las UCI madrileñas. Detrás de cada cifra hay un nombre, una familia, unos ojos que luchan por no cerrarse. Los datos duelen, pero los profesionales intentan rebajar la alarma. "Al principio andábamos con una información muy negativa. No me malinterpretes, no es positivo lo que tenemos. Es una enfermedad muy grave. Pero la mortalidad del 50% no es real, tampoco que los pacientes estén un mes en la UCI. Estimamos que la estancia media es de 9 o 10 días".

Esta historia comienza ahí, en las UCI del hospital Ramón y Cajal, donde la vida trata de inclinar la balanza. Guantes, gorro y doble mascarilla. Todo listo, toca entrar.
Tres sanitarios asean a uno de los pacientes de la unidad
Jorge París

El mayor logro de la unidad fue conseguir extubar a un paciente de 78 años. De momento, el de más edad. "Se ha dicho que los mayores de 60, 65 años no entran. Es mentira". 

–Pero cribado ha habido. 

–"Cribado hay siempre. La UCI está para salvar vidas, no para alargar agonías".

A eso de las 12.15h, en otra unidad diferente, la URPA, Nuria empieza a quitarse el equipo de protección. Lo primero que hace es desinfectarse. Lo segundo, beber, beber mucho. "Con el traje te deshidratas mogollón". Es enfermera, lleva 26 años dedicándose a esto y 4 trabajando con pacientes críticos. En su vida había visto algo igual. "Hemos tenido a compañeros en la UCI. Afortunadamente salieron, pero también hay muchos que no. Me acuerdo de todos los pacientes que se me han muerto".

UN ÚLTIMO ADIÓS 
UN POCO MÁS HUMANO

  • Todos los profesionales coinciden en lo mismo: la crueldad del virus no ataca al cuerpo, ataca a la soledad. La enfermedad se pasa solo, sin manos amigas que calmen el miedo. Ser paciente no es fácil, pero ser familiar tampoco. Ellos esperan en casa, cada día, a que el teléfono suene con buenas noticias... esas que, a veces, no llegan. La despedida, entonces, se atasca en la garganta.

    El coronavirus había arrebatado hasta eso, el último adiós. Ya no. El hospital Ramón y Cajal, con la intención de humanizar un servicio que el Covid ha deshumanizado por completo, está dejando entrar a los familiares de los pacientes que se apagan. "Ahora hemos dejado que entren a despedirse", explica Nuria López, enfermera. Aún así, hay restricciones. "No les pueden tocar, solo verles desde lejos, pero les dicen adiós".

    Detrás de este gesto está el comité de humanización del hospital, responsable también de que los pacientes puedan hacer videollamadas a casa a través de tablets. El comité ha existido siempre, pero ahora cobra una especial notoriedad. "El coronavirus lo ha cambiado todo una barbaridad", detalla Hinojal, médico y secretario del comité. "Estamos acostumbrados a tener las UCI abiertas, con musicoterapia, con los familiares... Son una parte fundamental en el proceso de recuperación de los pacientes, y eso no podía cambiar".

Lo más chocante para todos fue ver cómo se apagaban los pacientes de menor edad. "Todos nos han dolido", añade el doctor Hinojal, "pero los jóvenes nos han llegado un poquito más". Él, al igual que enfermeras, médicos, celadores, auxiliares y limpieza, mira a los ojos del virus todos los días desde hace 50. Sin descanso, con turnos de 12 horas, con guardias de 24. Y no lo hace sin temor. "Al principio sí que era un miedo bastante extendido, ahora los equipos de protección han mejorado muchísimo, hay una mayor tranquilidad". 

– Después de todo, ¿queda esperanza? 

–"Sí".

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