La vida en tiempos de la pandemia del coronavirus: 'La letra pequeña de la vida'

Cristina Carme entrega las dosis de metadona diluida en agua a un paciente
Cristina Carme entrega las dosis de metadona diluida en agua a un paciente
GERVASIO SÁNCHEZ
Cristina Carme entrega las dosis de metadona diluida en agua a un paciente

La vulnerabilidad se multiplica en tiempos de crisis. Cualquiera puede sentirse angustiado por sufrir restricciones en sus movimientos. Es muy desagradable quedarse en casa cuando apetece pasear. Aún es más difícil cuando vives una situación anormal derivada de la dependencia adictiva a las drogas, el alcohol o el juego.

La Fundación Centro de Solidaridad de Zaragoza, más conocido por Proyecto Hombre, que nació en 1985 para combatir la epidemia de dolor y muerte que supuso el consumo de heroína en los años ochenta, ha tenido que tomar decisiones drásticas para enfrentarse al confinamiento.

“Lo primero que hicimos fue cerrar nuestra Comunidad Terapéutica donde residen 45 personas con trastornos por uso de sustancias, y que por su situación bio-psico-social, realizan una parte de su tratamiento en régimen residencial”, explica Jesús Sánchez, director de esta fundación que nació de la mano de la archidiócesis de la capital aragonesa.

Veinte pacientes decidieron marcharse con sus familias y otros 25 se quedaron confinados en el centro sin posibilidad de recibir visitas. “Advertimos a los que se fueron que no podrían regresar al centro hasta que no se superará la pandemia para evitar cualquier contagio”, cuenta Jesús.

Lo más difícil ha sido continuar dando un servicio individualizado al millar de usuarios (80% de varones) que tienen distribuidos en media docena de programas desarrollados en dos ambulatorios. Decidieron establecer unos turnos multidisciplinarios con los 30 trabajadores del proyecto para concentrar el trabajo en dos jornadas semanales y evitar que el contagio por coronavirus diezmara el equipo.

Cada martes y jueves mantienen los centros abiertos durante ocho horas para que, sin cita previa, pueda venir escalonadamente a buscar la medicación o pasar consultas médicas. “Aunque nacimos en la época más dramática de la heroína y la más esplendorosa de la cocaína, nos hemos ido adaptando a todas las adicciones”, resume el director.

El programa Ulises de metadona tiene 218 usuarios. Los pacientes de opiáceos dependen de este sustitutivo que se receta bajo un control riguroso. Algunos reciben las dosis para una semana, otros para quince días. Algunos debían venir diariamente a tomarse la dosis antes del estado de alarma.

Ana Layus y Cristina Carme, ambas educadoras sociales con un cuarto de siglo de experiencia en la fundación, están preparando las dosis de metadona. “La primera semana de confinamiento la pasaron sin problemas. Pero ya llevamos casi cuatro semanas y muchos están muy nerviosos. Otros viven situaciones muy difíciles en soledad”, comenta Ana.

Ana Layus y Cristina Carme preparan las dosis de metadona diluida en agua.
Ana Layus y Cristina Carme preparan las dosis de metadona diluida en agua.
GERVASIO SÁNCHEZ

“Algunos de nuestros usuarios con trabajos estables, en concreto dos enfermeras y un celador, ex alcohólicas y ex drogadicto, están sufriendo angustia, impotencia y miedo al vivir situaciones laborales muy duras”, explica Cristina.

Uno de los beneficiarios, de 43 años, recibe las dosis para unos quince días. “Empecé a los 16 años a inyectarme heroína. Conseguí entrar en el Proyecto Hombre hace veinte años y he podido rehacer mi vida. Tengo una esposa y un hijo de 17 años que ya está en primero de bachillerato”, explica antes de marcharse a casa. En la puerta se vuelve y dice: “Lo que hacen aquí no está pagado. No tengo palabras para agradecerles. Son personas heroicas”.

Otra beneficiaria, de 49 años, viene a recoger su medicación y la de su marido. “Me casé a los 14 años embarazada con un chico de la misma edad. Mi marido empezó a esnifar e inyectarse heroína cuando era muy joven. Ha pasado 21 años en la cárcel por robos con fuerza por culpa de la droga. Yo también caí en la dependencia, igual que mi hijo mayor que está hora encarcelado por robar para comprar heroína”, cuenta sin tapujos. “No poder ir a visitarlo a la cárcel me está machacando y me consume por dentro. Es lo que peor llevo”, confiesa. Parece milagroso que sus otros tres hijos no sean drogadictos.

Ana cuenta que es una de las personas que se ha quedado sin metadona antes de tiempo. “No sabemos si la ha consumido o la ha vendido. Por eso hemos empezado a distribuir las dosis diluidas en agua porque son más difíciles de vender”, explica.

Cada usuario lleva un salvoconducto justificativo de su desplazamiento por si es requerido por la policía. Con fecha del día de recogida de la medicación y firmado por Manuel Yzuel, doctor en medicina y experto en adicciones. “La persona adicta suele vivir en un entorno familiar muy deteriorado. Además, más del 50% tiene una patología dual, es decir hay que sumar una enfermedad psiquiátrica a la adicción. Son impulsivos y poco disciplinados”, cuenta al mismo tiempo que muestra un dietario o plan para estar en casa que ha preparado, y que él llama “la letra pequeña de la vida”, en el que se establece todas las actividades que se deben hacer hora por hora entre las 8 de la mañana y las 11 de la noche. Desde el aseo personal hasta la limpieza general de la habitación y otras estancias de la casa, pasando por el orden de las comidas y los tiempos de entretenimiento.

Algunos pacientes, entre un 10 y un 15% del total, están consumiendo más metadona durante el confinamiento. “Intentan minimizar el malestar que les produce estar encerrados, viven angustiados y sienten miedo y, por regla general, tienen poca previsión de futuro, acostumbrados a vivir el presente”, explica el doctor que atendió 1.230 pacientes en 2018 y 1.418 en 2019.

En 2018 trataron a 71 menores de 18 años y la edad media fue de 38 años en una horquilla entre los 11 años y los 79 años. La principal sustancia de consumo fue la cocaína con 266 casos y el alcohol, con 248.

Un porcentaje importante de mujeres adictas son alcohólicas. “Desde octubre vivía en la comunidad terapéutica. Decidí pasar el estado de alarma con mi marido y mi hija de dos años y tres meses. Hasta que el sábado, agobiada de estar en una casa pequeña sin jardín, salí a dar una vuelta, me compré una caja de vino y me la bebí”, cuenta una mujer de 40 años.

"Crecí en una casa con un padre bebedor y yo empecé cuando era una niña"

Confiesa que lo peor fue mentirle a su marido que se dio cuenta nada más verla entrar por la puerta. “Crecí en una casa con un padre bebedor y yo empecé cuando era una niña. Creía que no me afectaba hasta que me convertí en una alcohólica. Y ahora de nuevo he vuelto a defraudar a la persona que más quiero. Pensaba que era más fuerte”, confiesa.

El doctor Yzuel, que lleva 32 años vinculado al proyecto, asegura que se ha disparado el consumo de metadona, quizá porque muchos de los usuarios no encuentran sus camellos habituales para que les suministren las drogas. “Un adicto busca justificar todo lo que hace mal porque prefiere evitar la confrontación que aceptar las consecuencias de sus actos”, afirma.

Aunque “aquí somos eternamente optimistas porque no nos conformamos con que las personas dejen de consumir o estén sometidas a la esclavitud de las drogas sino que queremos que rescaten su proyecto de vida y empiecen de nuevo”.

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