La vida en tiempos de pandemia: 'Un tranvía llamado soledad'

  • Diario realizado por el periodista Gervasio Sánchez para narrar los efectos del coronavirus.
Dos trabajadores desinfectando el tranvía.
Dos trabajadores desinfectando el tranvía.
GERVASIO SÁNCHEZ
Dos trabajadores desinfectando el tranvía.

Siempre me han gustado las ciudades con tranvía. Por eso me hizo mucha ilusión la inauguración del primer tramo del tranvía de Zaragoza hace nueve años. Al vivir y trabajar en el centro no lo uso mucho, pero siempre que puedo me desplazo en él. Sus grandes ventanales acristalados te permiten ser testigo de cómo fluye la vida en sus 12,8 kilómetros. Miento: hasta este martes me montaba sin separar la vista del teléfono y no me preocupaba en absoluto de lo que ocurría a mi alrededor. Juro que cuando acabe el estado de alarma y superemos la crisis sanitaria más brutal del siglo XXI no me perderé ningún detalle de lo que pase en los trayectos rutinarios que haga.

Como penitencia por mi mal uso del tranvía utilizo una parte de la mañana para circular hasta cuatro veces de una punta a la otra de la única línea de tranvía que existe en la ciudad. Son 25 paradas, algunas con nombres de películas clásicas como Los olvidados, Los pájaros, Cantando bajo la lluvia o El Mago de Oz.

Soy el único pasajero en la primera parada. Y seré el único en la última y en las siete anteriores después de 35 minutos de viaje. En las 25 paradas de toda la línea apenas se han montado 27 personas, 23 mujeres y 4 varones, incluido un niño de poco menos de tres años. “Tenemos que ir a comprar. Mi empresa me ha dado dos semanas de baja y podría pedir hasta 10 semanas en la actual situación”, explica el padre. ¿No le da miedo salir con el niño? “El trayecto es corto de apenas tres paradas y así mi mujer puede trabajar un rato con más calma”, contesta encogiéndose de hombros.

Una de las imágenes que nunca olvidaré en mi primer viaje al cerco de Sarajevo en junio de 1992 fue ver el tranvía baleado que había en la principal avenida de la ciudad. Los francotiradores dispararon unas semanas antes contra los pasajeros e interrumpieron durante tres años y medio el servicio. Aquel último tranvía quedó varado en una línea muerta hasta que empezó a perder el color original.

Reinicio el trayecto en sentido contrario y vuelvo a contar estación por estación el número de pasajeros que entran. Esta vez son 44 personas con un número muy parecido de mujeres y hombres. Pregunto a una señora por qué está viajando. “Mi madre está ingresada en el hospital desde el sábado. Vinieron tres médicos a casa y fue el último quien decidió su ingreso. Tuvimos que esperar tres horas la llegada de la ambulancia y no pudimos acompañarla”, cuenta. Recalca sin preguntarle que “le hicieron la prueba del coronavirus y dio negativa”.

Dos gemelas con el móvil.
Dos gemelas con el móvil.
GERVASIO SÁNCHEZ

Ha pasado toda la noche con ella por su delicado estado de salud, pero ya le han advertido que la normativa puede cambiar en los próximos días. “Tengo un entierro en el pueblo de un familiar cercano, pero no puedo ir debido a las restricciones”, explica con tristeza. “Es triste que se muera un ser querido y no puedas darle un último acompañamiento”, dice mientras se baja del tranvía.

Pienso en Orson Welles, uno de mis directores predilectos, y en aquella definición sobre el cine como "el más maravilloso tren eléctrico que un muchacho pueda tener". Quizá se montó en tranvía cuando era un niño, pero veo que en Kenosha (Wiscosin), su ciudad natal, no hubo tranvía hasta el 17 de junio de 2.000, una línea de poco más de tres kilómetros con 15 paradas.

Y recuerdo decenas de películas que tienen como protagonista al tranvía como Un tranvía llamado deseo de Elia Kazan, La ilusión viaje en tranvía de la época mexicana del gran Luis Buñuel o El tranvía a la Malvarrosa de José Luis García Sánchez.

El 19 de abril de 2011 se inauguró oficialmente la línea 1 del Tranvía de Zaragoza. Los primeros 10 millones de usuarios se alcanzaron antes de cumplirse el primer año de servicio. Los 50 millones se consiguieron a los tres años después de la puesta en circulación de la línea completa. La media diaria de los últimos meses era de 104.000 pasajeros. El miércoles sólo 10.000 personas cogieron el tranvía. Ayer muchos menos. En los cuatro trayectos que yo hice apenas se subieron 200 personas en dos horas y 50 kilómetros recorridos a 21 kilómetros de velocidad.

Arturo, de 72 años aunque aparenta diez menos, ha estado en rehabilitación y se dirige a su casa. “Mis hijos me han felicitado por el día del padre, pero ya me han dicho que el regalo tendrá que esperar hasta el fin del estado de alarma”, explica con normalidad. Ya ha asumido que pasarán días o semanas hasta que vuelva a ver a sus tres hijos y sus cinco nietos.

Todos los sábados, hasta el pasado, hacían una gran comida familiar en su casa y acudían toda la familia. ¿Desde cuándo? “Desde siempre. Vienen hasta las nietas mayores”, responde. ¿Y ahora que van hacer? “Aburrirnos. Comeremos como siempre y luego conversaremos por teléfono”, explica. Reconoce que no tiene internet ni tarjeta de crédito y va cada primer día del mes a sacar dinero al banco. A la antigua usanza.

Viajo en un tranvía llamado soledad bajo un manto de silencio sepulcral con los pasajeros separados por muchos metros de distancia. Los rostros denotan preocupación y apenas hay sonrisas. Las puntuales conversaciones telefónicas en voz muy baja se centran en la pandemia. Sólo dos niñas, que se desplazan en un carrito de bebé tipo gemelar y tapados con protectores de lluvia individuales, se divierten y ríen mientras se miran una película de dibujos animados. Su reino no es de este mundo.

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