Crónica de un periodista en la crisis del coronavirus: "Ya tiene listo su pedido"

Una clienta del Mercado Central de Lanuza se lava las manos con jabón desinfectante antes de comprar.
Una clienta del Mercado Central de Lanuza se lava las manos con jabón desinfectante antes de comprar.
GERVASIO SÁNCHEZ
Una clienta del Mercado Central de Lanuza se lava las manos con jabón desinfectante antes de comprar.

Mercadear es una práctica que he realizado en la mayoría del centenar de países que conozco. He mercadeado durante mis vacaciones y también durante las coberturas de las guerras más brutales que he cubierto. En países con mucho dolor como Guatemala, el color de sus mercados me ha permitido equilibrar mi balanza anímica.

Cuando estaba harto de fotografiar heridos o enfermos de epidemias o hambrunas, acudía a fotografiar el bullicio del mercado local. Me olvidaba durante un buen rato de los rostros sufribles y los canjeaba por la belleza sin aditivos, una sonrisa o simplemente una mirada amable.

En las guerras los mercados son habitualmente bombardeados. Son lugares que facilitan una gran cosecha de muertos cuando se aspira a imponer el terror. Si quieres paralizar una ciudad, dispara contra su mercado. Conseguirás que todo el mundo se encierre en casa.

Elijo el Mercado Central de Lanuza en Zaragoza porque no lo he visitado desde su reciente apertura hace un mes y medio. Me acerco a la única puerta por la que se puede acceder y me lavo las manos con jabón desinfectante que me ofrece una trabajadora. Paseo entre los 74 puestos comerciales, algunos cerrados, incluidos los cuatro espacios de restauración. En cualquier mercado de México me gritarían: "Señor, pregunte sin compromiso" o "Por preguntar no se cobra".

"Aunque vivimos bajo serias restricciones, algunos vendedores no han perdido las ganas de bromear en voz alta"

Aunque vivimos bajo serias restricciones, algunos vendedores no han perdido las ganas de bromear en voz alta. "Te vamos a hacer la ola", le dice un trabajador a la única clienta de una pescadería. Otro grita: "Los miércoles, día del cliente con derecho a una botella de vino gratis". "La semana pasada fue una avalancha y hoy con los brazos cruzados", comenta un tercero. "Resistiremos como los 300 de las Termópilas", remata el cuarto.

Hay un buen ambiente en este mercado diseñado en 1895 y abierto en 1903, suena música latina, aunque es visitado por menos de un millar de compradores (911 para ser exactos) desde la apertura a las 9 de la mañana hasta las tres de la tarde. "Un día normal lo visitaban entre siete mil y nueve mil personas y un viernes podíamos alcanzar las 15.000 visitas", dice José Carlos Gran, presidente de la Asociación de detallistas.

'Juntos saldremos adelante'

Ante la gravedad de la situación provocada por un descenso vertiginoso de las ventas, Alberto Campuzano, responsable de los cuatro locales de hostelería cerrados, ha ideado una campaña titulada ‘Juntos saldremos adelante’, que permite comprar vía WhatsApp en cualquiera de los puestos del Mercado a partir de hoy.

"Hacer posible que el cliente venga a recoger su compra cuando esté lista y llevársela sin hacer cola. Le avisarán con un 'ya tiene listo su pedido' con el coste de la compra", me cuenta este hombre, que ha tenido que despedir a los 30 trabajadores de la empresa de hostelería.

Susana Abril, de 46 años, se ha impuesto como obligación diaria ser una de las personas que sale a la calle para hacer la compra de 12 familias del mismo edificio de Predicadores, 74. Allí viven sus padres, dos de sus tíos y otros familiares. "Los mayores de 65 años no salen de casa por orden expresa de los más jóvenes. Lo hemos decidido entre mis primos y yo", cuenta.

"Es importante entretenerse guisando ahora que tenemos más tiempo"

"He comprado lo necesario para hacer un buen caldo, un trozo de requesón para dar un capricho a mi madre, carne picada y un solomillo de cerdo. Es importante entretenerse guisando ahora que tenemos más tiempo. Aunque nos vamos a poner como vacas si la reclusión dura mucho", dice con guasa esta agente inmobiliaria cuyo teléfono móvil dejó de sonar hace días.

Aspecto del Mercado Central de Zaragoza, con poca gente tras declararse el estado de alarma por el coronavirus
Aspecto del Mercado Central de Zaragoza, con poca gente tras declararse el estado de alarma por el coronavirus.
GERVASIO SÁNCHEZ

María Gijón, vigilante de seguridad, remarca que los clientes están muy concienciados y mantienen un orden exquisito durante el tiempo que pasan en el Mercado. Mi sorpresa es mayúscula cuando me confiesa que estuvo en misiones internacionales en Kosovo e Irak durante los más de diez años que ejerció de soldado profesional. 

"El 28 de marzo de 2004 volé desde Zaragoza a Kuwait formando parte de la Agrupación de Apoyo Logístico 41 y, de allí por tierra, a la base de Diwaniya durante quince horas de viaje para llegar al corazón de la violencia", explica. "Nos bajamos de nuestro transporte, estábamos en formación cuando recibimos un ataque con morteros. Fue mi bautismo de fuego. Pasé casi tres meses durmiendo vestida con casco y fusil, preparada para responder a los continuos ataques mientras realizábamos el repliegue. Es una misión que no se la deseo a nadie", confiesa.

La carnicería Valentín Cantalapiedra se fundó el 15 de octubre de 1927. Atiende Esther Pérez, esposa del nieto del fundador. "Nuestra suerte es que ya llevábamos tiempo recibiendo pedidos por WathsApp y que no trabajamos con restaurantes. Sigo llegando a las cinco de la mañana para preparar los pedidos. Y después a esperar. Habrá días mejores y otros peores mientras dure la pandemia", explica detrás del mostrador.

Luisa Monleón, una fotógrafa que fue premiada en el Seminario de Fotografia y Albarracín en 2005, confiesa que es la primera vez que sale a la calle en cuatro días, aunque, "por suerte", tiene una pequeña terraza donde tomar el sol. "Es una debacle para personas como yo, que hacemos trabajos creativos que son 'prescindibles' (remarca las comillas) en tiempos de crisis. Estoy rodeada de amigos que han sido despedidos pero tienen que seguir pagando el alquiler", comenta.

"Estoy rodeada de amigos que han sido despedidos pero tienen que seguir pagando el alquiler"

La semana pasada se colapsó el Mercado Central por miedo a que se cerrasen todos las grandes superficies. "Venían familias enteras a cargar y hacían pedidos de cualquier producto por kilos. Todos los días tuvimos que reponer hasta cinco veces los mostradores", recuerda Yoli, de la Pollería Olga, que lleva trabajando 10 años en el establecimiento.

He comprado muchas veces en Pescados, Mariscos y Congelados José Luis, pero es la primera vez que me fijo en que el negocio pertenece a una familia con presencia de tres generaciones en el Mercado Central. Por teléfono le pregunto al dueño, José Luis López Carrato, a punto de cumplir los 85 años, si había vivido una experiencia parecida a la actual. 

"Tuve que dejar de estudiar y empezar a trabajar a los 12 años cuando murió mi padre en 1947 y las pasamos canutas en la posguerra. Las tasas impositivas eran tan altas que teníamos que hacer trampas con los precios porque, además, nos imponían precios de venta más bajo que lo que pagábamos en la subasta", recuerda. Y, si les pillaban, las multas eran brutales. Hoy se conforma con pasear su "perrito un rato por la mañana y por la tarde" y cree que la mejor solución "es adaptarse a la nueva situación".

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