Charlene de Mónaco habla con tristeza de 2019: "Este año me dio un golpe bajo"

  • Charlene tuvo que afrontar la muerte de dos de sus amistades más íntimas en un muy corto espacio de tiempo.
La princesa Charlene de Mónaco, en noviembre de 2019.
La princesa Charlene de Mónaco, en 2019.
Olivier Huitel / Pool Monaco / Bestimage / GTRES
La princesa Charlene de Mónaco, en noviembre de 2019.

Menos mal que ya se acaba, debe de pensar Charlene de Mónaco sobre este 2019 que para ella ha sido totalmente infausto y, con toda probabilidad, uno de los peores años de su vida, a tenor de sus últimas declaraciones.

Ya se venía barruntando su tristeza dado que en las últimas imágenes en las que salía jamás aparecía sonriendo, sin mostrarse contenta en su papel de princesa  y su rostro denotaba que no le hacía ninguna ilusión estar cumpliendo con el protocolo y con los actos públicos que se le presuponen a su cargo. Ahora ya sabemos por qué.

Charlene ha hablado en exclusiva para la revista sudafricana Huisgenoot, en cuyo número de diciembre ofrece una pormenorizada entrevista del año que termina y una sesión fotográfica en la que posa junto a sus hijos, el príncipe Jacques y la princesa Gabriella, en una estampa familiar dentro del Palacio del Principado de Mónaco.

Las penurias y malos tragos para Charlene han sido continuados. Y es que tuvo que afrontar la muerte de dos de sus amistades más íntimas en un muy corto espacio de tiempo.

"Ambos fallecieron con apenas 10 días de diferencia. Fue realmente doloroso", asegura, al mismo tiempo que recuerda que por las siguientes fechas tuvo el alma en vilo por la operación de su padre, Michael Wittstock, cuyo estado de salud había empeorado.

"En conclusión, este año me ha dado un golpe bajo. La gente siempre se apresta a decir: ‘Oh, ¿por qué no sonreirá al ver las cámaras?’. A veces es muy difícil sonreír. No saben lo que ocurre en la intimidad", se apresura a responder.

En estos malos momentos, además, se le ha hecho muy cuesta arriba estar lejos de su familia y de los suyos, a quienes continuamente echa de menos. "Tengo el privilegio de esta vida, pero extraño a mi familia y amigos de Sudáfrica", no tiene reparos en admitir, "me resulta difícil sobrellevar la distancia porque no siempre que quiero puedo estar allí con ellos".

Es en esos momentos en los que se refugia en sus mellizos, que están creciendo bilingües (ella les habla en inglés y su marido, Alberto II, en francés), y que son sus joyas de la corona. Aunque en ocasiones, cuando los ve disfrutar de sus clases de natación o de gimnasia, tiene miedo de que quieran seguir sus pasos.

"Es complicado para mí pensar que yo era tan solo tres años mayor de lo que ellos son ahora cuando empecé a entrenar para los Juegos Olímpicos. Nadaba 10 kilómetros al día con apenas ocho años", ha rememorado sobre su pasado como nadadora olímpica.

Ahora, eso sí, dice que a pesar de los problemas no cambiaría su vida y que de no haberse cruzado la realeza en su camino, tiene claro cuál hubiese sido su futuro, porque siempre está pensando en cómo ayudar al prójimo.

"Es sencillo: haría todo lo que hago ahora, pero sin el título", afirma sin titubear. "Ayudar a la gente y tratar de educar al resto. Mi tío es misionero y trabajó en Japón y Australia, y está ahora en Zambia. De hecho, viajé con él un par de veces para ayudarle a restaurar una escuela local. Me gusta ayudar donde puedo", admite.

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