Rocío Carrasco, la de los ojos tristes

  • La lucha con Antonio David, su exmarido, que ha vuelto a la pequeña pantalla, no cesa.
Rocio Carrasco y Fidel Albiac, en un acto el pasado marzo.
Rocio Carrasco y Fidel Albiac, en un acto el pasado marzo.
GTRES
Rocio Carrasco y Fidel Albiac, en un acto el pasado marzo.

Derramando sus penas en soledad, como una de esas tristes e inolvidables canciones que han hecho eterna a Rocío Jurado. Así se encuentra Rocío Carrasco en la semana clave de su vida. Se ha convertido en el personaje más buscado después de que su exmarido, Antonio David Flores, haya vuelto a la pequeña pantalla dispuesto a todo para quedarse.

La mala relación que Rocío mantiene con sus hijos, Ro (Rocío) y Da (David), es la excusa perfecta para destapar, por enésima vez, los secretos prohibidos de una de las mujeres más enigmáticas de la prensa del corazón, cuya biografía está salpicada de traiciones, mentiras y destrucción. Un misterio que lo parece más por ese silencio al que abraza como respuesta a las mil y una polémicas que la persiguen. Pero no siempre fue así.

Rocío, o Rociíto para toda una generación, es la pieza clave para entender esa televisión de color rosa que se viralizó gracias a Tómbola y que supo adaptar María Teresa Campos en su tenderete de Día a Día. Fue allí donde consiguió ser protagonista, ejerciendo de actriz, modelo y presentadora. También fue estrella en programas del colorín que festejaban con cachés astronómicos sus siempre polémicas entrevistas cuando se enamoró de un guardia civil de hechuras envidiables con el que pronto anunció boda y también embarazo.

Todo era felicidad hasta que la separación matrimonial dejó al descubierto un calvario que pasaría de la tele al juzgado. Una ruptura que anunció ella en ¡Hola!, pero que él mercantilizó con una tournée televisiva que perdura hasta nuestros días y por la que habría llegado a facturar más de dos millones de euros. Colaboraciones a 2.000 euros la noche y entrevistas por las que llegó a recibir más de 45.000 euros. Una muerte emocional, la de su relación, que no podrían enterrar nunca. Más bien todo lo contrario.

Rocío y David ni siquiera lograron firmar la paz tras el aparatoso accidente de tráfico que ella sufrió poco tiempo después de iniciar su romance con un desconocido Fidel Albiac. Aunque pudo haberse quedado postrada en una silla de ruedas, la recuperación de la otrora Rociíto fue total. Lo clandestino de su idilio y la sobreprotección con la que trataban a su hija despertaron una desconfianza que acabó siendo afecto, respeto y admiración.

Fidel y Rocío se hicieron fuertes ante la adversidad. Fue él la roca en la que se apoyó con la muerte trágica de Pedro Carrasco. Un derechazo que Rocío nunca pensó y que llegó cuando su relación no atravesaba su mejor momento, tal vez por esa rebeldía que siempre la ha caracterizado.

El adiós a su padre la cubrió con un manto gris del que nunca pudo despojarse. Fue el momento más doloroso de su vida. Ni siquiera el amargo ocaso de su madre, víctima de un despiadado cáncer de páncreas, provocó un socavón similar. Rocío afrontó la enfermedad de ‘la más grande’ con entereza y consciente de que el final tenía fecha escrita. Programó reuniones llenas de recuerdos de una infancia que fue feliz y le demostró que, a pesar de las diferencias, siempre le estaría agradecida.

La Jurado sentía predilección por su hija. Lo demostró en vida, pero también con su muerte. El reparto de la masa hereditaria y de los derechos musicales hicieron millonaria a Rocío Carrasco, pero también la alejaron del resto de su familia.

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