Crisis climática: ¿Qué es lo que no está funcionando?

Atasco
Las emisiones crecieron un 1,5% anual durante la última década.
Jorge Paris
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Quizá ya no sorprenda leer que el pasado mes de octubre ha sido el segundo más cálido desde que existen registros, según la Agencia Atmosférica y Oceánica de EE UU (NOAA), y que este 2019 lleva camino de terminar como el segundo o tercero más cálido en 140 años de datos

Noticias como esta son ya tan habituales que la repetición del mensaje puede anular su efecto. Pero en este caso debería ocurrir lo opuesto: si noticias semejantes se repiten una y otra vez es porque los diez octubres más cálidos de la historia se han producido desde 2003, y los cinco más cálidos en los cinco últimos años. 

Lejos de convertirse en una cantinela, es una muestra más de por qué los científicos ahora hablan de emergencia climática: el paciente, la biosfera terrestre, está ya en Urgencias. Y lo peor, advierte la ciencia, es que no se le está curando. De hecho, según el último informe de la Organización Meteorológica Mundial, la concentración de CO2 en la atmósfera alcanzó un nuevo récord histórico en 2018, y es ahora un 50% mayor que en 1750.

El pasado 5 de noviembre, más de 11.000 científicos de 150 países se unieron para declarar "clara e inequívocamente que el planeta Tierra afronta una emergencia climática". Lo hicieron respaldando un estudio publicado en la revista BioScience que reunía un cuadro de indicadores de signos vitales del clima terrestre y del impacto de la actividad humana sobre él.

El resultado, escribían los autores, es que a pesar de los 40 años transcurridos desde la primera Conferencia Mundial del Clima, celebrada en Ginebra en 1979, y de los esfuerzos posteriores para reducir las emisiones de CO2, como el Protocolo de Kioto (1997) o el Acuerdo de París (2015), la crisis del clima "acelera más deprisa de lo que la mayoría de los científicos esperaban" y "es más grave de lo previsto, amenazando los ecosistemas naturales y el destino de la humanidad". 

Los investigadores alertaban de que en esta evolución existen posibles puntos sin retorno, más allá de los cuales la retroalimentación de los ciclos naturales puede producir una reacción en cadena que conduciría a un efecto catastrófico llamado hothouse Earth (Tierra invernadero), cuyas consecuencias se traducirían en un "sufrimiento inimaginable", según los autores.

Plantar árboles no sirve

Pero ¿cómo es posible que los aparentes esfuerzos de gobiernos, organismos y corporaciones, en una sociedad cada vez más concienciada, no estén logrando el éxito esperado? Para algunos científicos, la clave estriba en que se está poniendo el foco en medidas cosméticas que no son la solución. Por ejemplo, nadie duda de las virtudes de sembrar árboles y evitar la deforestación, pero los científicos alertan de que no habrá nuevas extensiones de bosques que sean suficientes para contrarrestar las emisiones provocadas por los combustibles fósiles. 

Recientemente, un grupo de investigadores advertía en la revista Science: "a proclama de que la restauración global de árboles es nuestra solución más eficaz contra el cambio climático es científicamente incorrecta y peligrosamente engañosa".

En esta misma línea de errar el tiro, los investigadores británicos Rick Stafford y Peter J.S. Jones han criticado lo que consideran un exceso de atención a la lucha contra la contaminación plástica en los océanos. Para estos científicos, "las corporaciones y gobiernos se centran en los plásticos para parecer verdes", y esto "distrae de abordar las verdaderas amenazas medioambientales como el cambio climático". Algo similar ocurre con ciertas opciones personales que se asumen como muy beneficiosas en la lucha contra el cambio climático: reciclar la basura, utilizar bombillas de bajo consumo...

"Las corporaciones y gobiernos se centran en los plásticos para parecer verdes"

Pero cuando los investigadores Seth Wynes y Kimberly Nicholas pusieron en cifras el ahorro de emisiones de CO2 que se logra con varias de estas medidas, surgieron las sorpresas: una dieta vegetariana reduce la huella personal de carbono, pero solo la mitad que evitar un vuelo trasatlántico o la tercera parte que vivir sin coche (ni siquiera eléctrico). 

Pero a su vez, la dieta vegetal ahorra cuatro veces más emisiones que reciclar todos los residuos, y ocho veces más que actualizar las bombillas. Según Wynes y Nicholas, los gobiernos "centran sus recomendaciones en acciones de bajo impacto" y olvidan las más eficaces.

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Reducir los combustibles fósiles sí o sí

Si las exhortaciones de los científicos pueden dar la impresión de que los esfuerzos de corporaciones y gobiernos no son realmente lo que parecen, hay más motivos para pensarlo. El reciente informe The Production Gap 2019, elaborado por la ONU y varias instituciones de investigación, analiza si los actuales planes nacionales de producción de petróleo, gas y carbón para los próximos años son compatibles con los objetivos del Acuerdo de París: mantener el ascenso de las temperaturas globales entre 1,5 y 2 °C respecto a los niveles preindustriales (ya han subido al menos 1 °C).

Y la respuesta es no: la conclusión del estudio es que para 2030 la producción de combustibles fósiles, que seguirá aumentando, superará en un 50% lo necesario para cumplir el objetivo de 2 °C, y en un 120% lo que permitiría alcanzar la meta de 1,5 °C. Con los planes actuales, afirma el documento, los países no podrán cumplir sus compromisos de reducción de emisión de gases de efecto invernadero (GEI), y esta brecha no hará sino seguir aumentando.

Finalmente, otro problema es que se ha infravalorado la contribución de ciertos factores al cambio climático. Las predicciones del Panel Intergubernamental del Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC, en inglés) han sido anteriormente criticadas por subestimar las emisiones de CO2 debidas a la descongelación del permafrost (el suelo congelado en las regiones polares), entre otras.

Ahora, un nuevo estudio publicado en Nature Climate Change descubre que el IPCC también se quedó corto al estimar las emisiones de óxido nitroso (N2O), el tercer GEI más importante y duradero después del CO2 y el metano, resultante del uso de fertilizantes con nitrógeno. Según la directora del estudio, Rona Thompson, del Instituto Noruego de Investigación del Aire, "las emisiones de N2O han crecido considerablemente en las dos últimas décadas, especialmente desde el año 2009", y lo han hecho "más rápido en la última década que lo estimado por el IPCC".

Frente a todos estos problemas, los expertos proponen soluciones de alto impacto, aunque drásticas: además de la dieta vegetal y de prescindir del coche y el avión, Wynes y Nicholas han identificado el tener menos hijos como la medida más eficaz. Para Stafford y Jones, se requieren "cambios más radicales en nuestros sistemas conductuales, políticos y económicos", lo que resumen de este modo: "cambiar el sistema capitalista para hacerlo más ecológico".

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