
Los emblemas falangistas, los vivas a la muerte y los saludos fascistas regresaron ayer a El Pardo, la que fuera residencia oficial de Francisco Franco, en el último adiós que unas 300 personas quisieron dar ayer al féretro del dictador.
Sin convocatoria oficial, después de que la Delegación del Gobierno en Madrid negase el permiso de concentración solicitado por la Fundación Francisco Franco y la Asociación Raíces, los franquistas fueron llegando desde primera hora.
Un cordón de la Policía Nacional, situado a unos 300 metros de la entrada del cementerio, les impidió la entrada y se produjeron algunas identificaciones.
“(La Fundación Francisco Franco) quieren cumplir las leyes para no ser ilegalizados, pero Franco no ganó la Guerra Civil cumpliendo las leyes”, declaró Chema Tejada, miembro del partido fascista Alianza Nacional, formación que había anunciado su intención de acudir a Mingorrubio a pesar de la prohibición. “Yo, personalmente, les considero indignos de representar al Caudillo”.
"No ganaron la guerra, mal que les pese"
A medida que avanzaba la mañana, subía la temperatura, aumentaba el número de asistentes y también empezaron a escucharse los primeros vivas a Franco, arribas a España y el Cara al sol, el himno falangista por excelencia.
“No ganaron la guerra, mal que les pese, y quieren ganarla ahora”, defendía ayer Amparo Barea, otra de las asistentes a la concentración que calificó como su “ídolo” a Franco. “Pueden hacer lo que les dé la gana, mañana queman iglesias y no pasa nada, mañana tiran la cruz y no pasa absolutamente nada, mientras esté el poder socialista aquí, no pasa nada”.
No todos los asistentes tuvieron que desplazarse desde la capital o incluso desde otros puntos de España para dar el segundo adiós al féretro del Caudillo. Algunos vecinos de Mingorrubio, la colonia que Franco construyó para su séquito, solo tuvieron que salir de su casa para unirse a la concentración.
“Esto es una vergüenza, Sánchez quiere gobernar, nada más”, declaró Agustín Moradillo, vecino de Mingorrubio que trabajó como escolta para Franco durante más de 20 años y apareció ayer ataviado con las insignias del cuerpo conocido como Guardia Mora. “Habla del Caudillo, qué vergüenza, yo que le he servido alguna vez la comida y comía peor que yo, en la esclavitud que vivió”.
¿Te ha parecido bien el proceso de exhumación de Franco y cómo se ha gestionado?
La llegada de Antonio Tejero
Cuando las proclamas y los vítores parecían perder intensidad, apareció un dinamizador inesperado en Mingorrubio. Antonio Tejero, el hombre que irrumpió en el Congreso de los diputados al grito de “¡Se sienten, coño!” el 23 de febrero de 1981, apareció acompañado de uno de sus hijos -otro de sus vástagos ofició como sacerdote la ceremonia privada de inhumación de Franco-.
La llegada de Tejero provocó un gran revuelo entre los gritos eufóricos de sus admiradores y un remolino de periodistas gráficos intentando captar el momento hasta que la muchedumbre chocó con el cordón policial. Ante la indignación de los concentrados y del propio Tejero, la Policía no hizo excepción, y el exteniente coronel de la Guardia Civil no pudo acceder al cementerio.
El sobrevuelo del helicóptero con los restos mortales de Franco y el paso fugaz de la comitiva con los familiares levantaron los ánimos de los concentrados, que, una vez iniciada la ceremonia de inhumación fueron desalojando el lugar.
El último reducto franquista, unas cincuenta personas, vieron premiada su paciencia cuando la Policía abrió finalmente el cordón y, liderados por un cura, iniciaron una marcha hacia el cementerio mientras entonaban oraciones, culminando así su último adiós al dictador que lideró la España nacionalcatólica.
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