Una inmensa riada llena de recuerdos

  • Los bilbaínos narran sus vivencias, miedos y la solidaridad en los días posteriores a las inundaciones.
  • La ciudad festeja el 25 aniversario del suceso.
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Al día siguiente de la riada sobre Bilbao y parte del resto de Vizcaya, cuando las aguas dieron una tregua, María Jesús Alday se calzó sus katiuskas. Dio la mano a su ama y juntas bajaron al Arenal. Aquello era una ciénaga. Metió su bota en el barro y tuvo que dejarla ahí. No había manera de sacarla, y volvió a casa en calcetín, en brazos, con sus ocho años de edad.

Entre todo aquel destrozo, María Jesús recuerda eso. Su calcetín arrugado. Su historia cuelga en la pared de la exposición que conmemora los 25 años de las inundaciones de Bilbao. La muestra está en los locales del Mercado del Ensanche.

Reúne imágenes, fotos y emisiones de radio de aquellos días. Los visitantes pueden plasmar sus historias y dejarlas allí escritas o grabadas ante una cámara como homenaje a una ciudad resurgida del barro. Las retinas bilbaínas aún guardan imágenes palpitantes.

El calcetín sobre el lodazal o el lehendakari Carlos Garaikoetxea abriéndose paso entre la cochambre. «Míralo, allí está», dice Miguel Pérez, de 87 años, señalando una gran fotografía del mandatario vasco en aquel agosto de 1983 en Bilbao.

También hay antebrazos fuertes y remangados de los jóvenes que con la resaca de aquella imborrable Aste Nagusia se lanzaron con palas a limpiar las calles. Y una madre dando de comer a su hijo sobre los desechos de la marea. Las aguas marcharon y tan sólo dejaron un poso. El orgullo de una ciudad que floreció del barro.

En medio de la Aste Nagusia 

Eran fiestas de Bilbao. Y la juerga se ahogó en el agua. En la casa de María Eugenia Zabala se refugiaron 12 personas aquellos días. Vivía en Zurbaran y aquel sábado de Aste Nagusia tuvieron que coger las palas para quitar el fango del portal y salir a la calle. Se emociona. «Bajaba el agua en cascada por las calles. Terrible».

Miguel Pérez. 87 años:«Mi hija pudo salvar a su tío»

Miguel Pérez pegaba su oreja al transistor. Era viernes por la noche, estaba en Plentzia de vacaciones y la ría ya anegaba Bilbao. A la mañana siguiente mi hija salió para Bilbao, a rescatar a su tío. Las aguas ya llegaban a la puerta de su casa en Txurdinaga. Lo recogió, huyeron y, poco después, la riada alcanzó su casa. Habían llegado justo a tiempo.

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