Luz Gabás: "No sé cómo metería amor en una novela política"

  • La escritora oscense publica cuarto libro, titulado '"El latido de la tierra" (Planeta).
  • Reflexiona sobre la España vacía y el apego a la tierra, pero con un mensaje positivo.
La escritora Luz Gabás, con su novela 'El latido de la tierra' en la redacción de 20minutos.
La escritora Luz Gabás, con su novela 'El latido de la tierra' en la redacción de 20minutos.
JORGE PARÍS
La escritora Luz Gabás, con su novela 'El latido de la tierra' en la redacción de 20minutos.

Lo ocurrido con Jánovas (Huesca), Fraguas (Guadalajara) y Riaño (León) es un exiguo ejemplo de cómo las expropiaciones y desalojos de pueblos rurales que tuvieron lugar en España entre los años 60 y 80 del siglo pasado se llevaron por delante miles de historias familiares.

Es un tema que toca de cerca a la escritora Luz Gabás (Monzón, 1968), por eso se ha inventado un lugar, Aquilare, en el que transcurre su cuarto libro, El latido de la Tierra (Planeta), cuya protagonista (Alira) intenta vencer al pasado y encontrar de una vez su propio camino.

La autora (que vive en la montaña y tiene huerto, cómo no) no renuncia al toque romántico, que sus fieles lectores pudieron disfrutar en Palmeras en la nieve —"me gusta que haya amor en las novelas"—, ni a su pasión por la música "cañera": hasta el índice del libro tiene asignada una canción.

¿Su libro es la historia de un lugar o una historia de personas?

La pensé como una historia de personas, pero luego el lugar era importante. Me di cuenta de que esas personas estaban muy vinculadas al mundo rural.

Pero el pueblo es un personaje más, como el Baztan de Dolores Redondo o la isla de Hierro en la serie homónima.

La historia está muy vinculada al territorio, lo que pasa es que el lugar elegido en la novela, Aquilare, puede ser cualquier lugar de España. Es un pueblo símbolo de muchos otros.

¿El apego puede llegar a ser tan fuerte que lleve a supeditar todo lo demás?

Sí, y de hecho durante generaciones el apego a la casa en el pueblo las ha mantenido vivas, abiertas, pero también ha condicionado la vida de sus habitantes. Yo creo que sí hay personas que han dejado de tomar decisiones por un excesivo apego a sus raíces.

Y eso que en el libro dice que el apego no dura más de dos generaciones…

Ahora. Durante siglos hubo una línea continua, yo no digo que mejor porque no hay excesiva nostalgia en la novela, pero en los últimos 60 años ha habido un gran cambio.

¿Evolución o indiferencia?

El apego antes tenía un sentido. El sistema económico de la sociedad se centraba en el funcionamiento de una casa y lo que estaba alrededor: tierra, ganado, etc. Hubo un cambio social en España, eso se rompió y el modo de vida de muchas familias pasó a las ciudades, la agricultura perdió la importancia que tuvo en su momento. Es normal que lo que no se vive cada día no conserve un arraigo tan fuerte. Curiosamente, ahora veo una necesidad espiritual de reconectar con nuestros antepasados. Y eso puede reconducir a que haya un resurgimiento del mundo rural. Espero.

Usted misma dejó Zaragoza por el valle de Benasque. ¿Qué le llevó a hacerlo?

Muchos factores. Y se tienen que dar una serie de circunstancias. Porque yo soy muy romántica, pero también soy una mujer práctica, organizada, realista. Valoré que había llegado el momento de regresar a mis raíces. Me entristecía cuando llegaba el final del verano tener que volver a trabajar a la ciudad. Me decía: "Si yo quiero vivir aquí, algo encontraré". No me he arrepentido.

¿No es un poco platónico?

Los tiempos han cambiado. Todos queremos comodidades, aunque las comunicaciones son mejores y en el momento en el que hay internet puedes trabajar. No se debe idealizar, pero toda persona sabe en qué momento de su vida se encuentra y qué desea. Las fronteras entre pueblo y ciudad también son más borrosas y se puede vivir a medias. Antes eso era impensable e imposible. Yo nunca hago ni alabanza ni menosprecio de la ciudad, ni al revés.

¿Estar alejado de todo hace más fácil escribir?

El escritor observa; va bien moverse. Necesitas que tu mente se llene de información para luego procesarla. ¿Que luego llega el momento de escribir y estás, como en mi caso, en medio de una finca? Pues está bien porque hay tranquilidad, hay silencio. Yo soy muy juerguista, pero me gusta mucho el silencio y es algo que se está perdiendo: silencio y reflexión. También es verdad que durante los cinco o seis meses de escritura pura y dura te da exactamente igual dónde estés, como si no tienes ventana. Con que me llamaran para comer ya sería feliz, lo que pasa es que luego tienes un horario y cuestiones familiares que atender.

Alira, su protagonista, se maneja bien en el huerto. ¿Y usted?

Sí, sí. En mi casa siempre ha habido huerto. No soy la experta hortelana, pero sé bastante y lo hago bien.

El libro trata las expropiaciones de pueblos en los 60-80. ¿Esa herida se curará algún día?

Tarde o temprano. En dos o tres generaciones quedará como un recuerdo menos doloroso. Al final, cosas terribles que sucedieron hace 200 años se recuerdan, pero no con el dolor vivo. En Huesca tenemos el caso de Jánovas, una historia que siempre me ha gustado, pero me sentía como una intrusa si escribía sobre ello. Lo he vivido de cerca.

Este verano falleció su última vecina, Francisca Castillo.

Sí, pero están sus hijos. Les ha marcado la vida. Son como son por todo lo que han vivido, unas circunstancias ajenas a ellos. Eso es cruel. Ahora están empezando a reconstruir el pueblo y ese es el mensaje positivo.

La novela se adentra en los recovecos de la amistad, los secretos, ¿ha reflexionado sobre sus propios amigos?

Era necesario. He hurgado mucho en el pasado y han surgido cosas que yo había olvidado. Esos juegos de la adolescencia... Tengo mala memoria para nombres pero muy buena memoria para situaciones, impresiones, recuerdos. Claro que me ha servido pensar en aquella época, en los años 80, pero la he recuperado con la madurez suficiente para comprender cómo eran aquellos tiempos y cómo hemos cambiado. Y no pasa nada.

¿Tenían un bar para encontrarse?

El bar de la adolescencia era siempre el mismo. Se llamaba Café la Autora y sigue existiendo. La música sigue siendo fantástica. Ellos lo habrán entendido como un pequeño homenaje a tantas horas en la época del instituto.

Algunos de sus personajes tienen nombres curiosos.

Me gusta que los personajes principales tengan un nombre especial porque es una forma de individualizarlos muchísimo. El de Alira es el nombre de una mujer que se me acercó para que le firmara un libro en Barcelona.  Me gustó tanto que me lo apunté. Ella lo sabe, porque me ha contactado por Facebook.

Es usted meticulosa.

Siempre tomo notas, me gusta que encaje todo. Como un bordado. De hecho, la primera cita del libro, "La vida es como una tela bordada", es del rapero Nach. Leo sus letras, más que escucharlo, porque es una música que no va mucho conmigo, pero me siento identificada con cosas que dice.

Creo que ha descartado ya una saga con la Guardia Civil.

Me encanta ver que ha encajado tan bien la trama policíaca, para mi era un reto. El personaje de Esther Vargas lo veía como una mujer harta de tanto mal, cerca de la jubilación, quizá por contraste con otras figuras de detectives, policías o inspectores que salen en las novelas y son más jóvenes. A veces veo series y digo: "Madre mía, pues sí que hay policías jóvenes con tormenta interior". Tampoco soy de sagas: llevo cuatro novelas que no tienen nada que ver la una con la otra. De manera inmediata, lo dudo, mi cabeza está en otra cosa. No siento necesidad intelectual ni económica de hacerlo.

¿Se imagina una película o una serie con 'El latido de la tierra'?

Con todo. Con mis libros y con los de cualquiera que me des. Yo soy de una generación musical y audiovisual. Cuando escribo, cierro los ojos y visualizo una escena, estamos tú y yo hablando, en la mesa, las paredes, un cuadro...

El libro tiene banda sonora. ¿Usted también en su vida?

A mi me gustaba muchísimo la música de joven, era parte de mi y es propio de una etapa de la vida. La novela me ha servido para recuperar esa música que me tocó alguna fibra, pero también incorpora música de las últimas décadas en una especie de fusión presente pasado.

Y estructura la novela.

Es que para mi era el eje conductor, tenía que ser así. Mi generación fue muy musical y cañera, tenía que estar presente. Estoy empezando estos días a recibir muestras de sorpresa. Pues me ha gustado siempre. Ahora en el coche escucho música fuerte.

¿Usará su experiencia en la política para sus novelas?

Fui alcaldesa de un municipio pequeño (Benasque). Se aprende mucho y ves situaciones y conoces cosas que te abren los ojos a cómo está montado el sistema, pero me faltaría mucha información de alta política. En Como fuego en el hielo hay un personaje basado en los alcaldes, de un municipio pequeño en el siglo XIX, y para eso me leía las actas del ayuntamiento de la época. Creo que me gustaría, yo soy de retos, pero hoy por hoy no se me ha ocurrido. Y como me gusta mucho que haya amor, no sé cómo lo metería en la novela.

Lo que sí hay en libro es un retrato de la mujer.

Las novelas con un viaje iniciático del protagonista suelen ser con alguien joven. Yo pensé, ¿por qué no puede ser una mujer madura que todavía no ha tenido su gran momento vital? El verdadero envejecimiento como individuo y como sociedad no llega por culpa del paso del tiempo, sino por la pérdida de ilusión. Es muy difícil remontar e intentar volver a ser positivo. Al final del libro se mueren los grandes discursos. Es una novela positiva y de esperanza.

Me ha dicho que tiene la cabeza en otra cosa…

Leí en una entrevista a un escritor famoso que cuando empiezas la promoción de una novela, para ir ya despidiéndote, porque es un hijo que vuela, empiezas a tomar notas y a pensar. A mi me pasa lo mismo. Voy trabajando para cuando, dentro de seis meses o un año, mi cabeza diga que es el momento. Hasta que empiece a cobrar algo de forma pasará tiempo.

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