Siete novelas para volver a enamorarte de la literatura este verano a la orilla del mar

Una mujer leyendo un libro.
Una mujer leyendo un libro.
GTRES ONLINE
Una mujer leyendo un libro.

Toca involucrarse de lleno en una historia, en unos personajes concretos, que nos atrape un determinado punto de giro o un párrafo tan bien escrito que no concibamos otra forma de ordenar las palabras para exponer el mismo sentimiento.

Después de los siete (x2) libros de poesía para leer a la orilla, ahora llega el turno de la novela, donde hay para todos los gustos, desde los que de repente echan de menos su hogar hasta los que quieren exponerse a que les sorprenda todas las posibilidades de la literatura. O incluso a los que necesitan leer algo relacionado con el trabajo, que hay de todo en esta vida.

Cuatro autores y tres autoras que conseguirán que nos sintamos extrañamente identificados con protagonistas singularísimos, capaces de hacernos reflexionar sobre el amor, la ideología, la infancia o el heroico acto de enmudecer cuando es debido mientras la sombrilla nos da aquello para lo que la compramos y el sonido cadencioso del mar nos predispone a comenzar la lectura.

Para quienes no puedan dejar de pensar en el trabajo

Por difícil que parezca, hay quienes no pueden despegarse del trabajo aún ni en vacaciones. Para esa clase de personas workaholic (alcohólicos del trabajo, aunque sea una adicción que no solo afecta al hígado) existe el libro perfecto. Amélie Nothomb cuenta en Estupor y temblores , que acaba de editar nuevamente Anagrama, una semiautobiografía que no desdeña el humor para retratar su experiencia trabajando en una empresa japonesa donde los modales, el protocolo y la total jerarquía nipona se van interponiendo inútilmente en la felicidad de la nueva trabajadora.

Gran Premio de Novela de la Academia Francesa (traduce su lenguaje coloquial Sergi Pàmies), el libro, cuyo título hace referencia a los que supone debía sentir cualquier individuo delante del Emperador, narra las desventuras cotidianas y degradantes del Amèlie-san delante de sus jefes de la compañía Yumimoto, pero sobre todo de sus inmediata superiora, Fubuki Mori, una mujer de la que no puede dejar de ilustrar su belleza casi nívea por más (permitámonos el lujo de decirlo) putadas que le pueda llegar a realizar. Una lectura idónea para acabarlo y no querer volver al curro en un largo período -pongamos lo que dure agosto-.

Para quienes les guste la polémica

Hay quienes se dedican a poner comentarios en Facebook o en ciertas noticias y creen que así han desatado una tormenta (spoiler: no llegan a aguacero), pero nadie con la mala baba como para hacer de todo ello un libro. Y, además, uno realmente grandioso. Porque si ya es complicado inventarse una vida, la imaginación de Roberto Bolaño le llevó a crear decenas de ellas: hagiografías ficticias de grandes y pequeños (pero falsos) literatos filonazis que nunca existieron conforman La literatura nazi en América (Alfaguara).

Un libro hecho de sarcasmo, humor y mucha cultura que funciona como un puñetazo a la ultraderecha donde más le duele: en la constancia y confirmación de que tienen muy pocos escritores a los que admirar en sus ideales. De ahí que el autor chileno se invente las vidas de los Mendiluce, de los hermanos Schiaffino, de dos escritoras muy cultas y muy nómadas, de la Hermandad Aria o de tantos y tantos otros boquimuelles espurios. Una delicia irónica esta antología fake, una enciclopedia de don nadies retratados al contraluz con la maestría audaz y la innovación seductora de un Bolaño que apenas si le da un aura de importancia a la filiación de sus personajes con el nazismo: total, todo es mentira y no sirve para nada.

Para quienes busquen arriesgarse

Tardó trece años en escribir sus poco más de 500 páginas, pero Helen DeWitt lo consiguió: fue publicar El último samurái y cada elogio que recibió tuvo por fuerza que ser distinto. Un problema legal hizo que el libro desapareciera, pero en 2016 volvió a la luz (Literatura Random House). Y volvieron las loas y alabanzas. Por la densidad y dificultad (hemos dicho que esto es para quien quiera arriesgarse) y al mismo tiempo esplendor de su obra, una fábula moderna que retuerce el (los) idioma(s) -magnífica la labor de traducción, por compleja, de Gemma Moral Bartolomé- de la que cada cual saca su propia experiencia, pero una certeza: nadie consigue exprimir su capacidad porque la sociedad nos dice "no serás capaz". Es, dicen, como un libro de David Foster Wallace, ya una obra de culto, pero que atrapa como un tour de force que te has obligado, como un reto personal, a superar.

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Una publicación compartida de Literatura Random House (@litrandomhouse) el31 May, 2018 a las 4:52 PDT

Cuenta la historia de Ludo, un niño prodigio más listo que tú que a los 6 años ya había aprendido griego para leer La Odisea en su escritura original, y que se obsesiona con encontrar a su padre. Su madre, Sybilla, es una mujer inteligentísima que tiene que hacer malabarismo por ser madre soltera y tener un trabajo precario, pero con la suficiente entereza para educar ella sola a Ludo y sacar todo su potencial e intelecto. Cuando le ponga Los siete samuráis, de Akira Kurosawa, Ludo busscará por todo Londres a su padre en la figura de siete hombres con los que estuvo su madre, poniéndoles a prueba. Un heroísmo atípico para una novela no apta para todos los públicos.

Para quienes estén sobrellevando un desengaño amoroso

Enmudecer a consciencia, por decisión propia, de forma cómplice, sin traicionarse apenas. La historia del silencio (Anagrama), de Pedro Zarraluki, que ganó el Premio Herralde de Novela en 1994, es posiblemente uno de los más tormentosos y hermosos ejemplares que echarse a las manos y a los ojos (nunca a la boca). Porque este libro trata de cómo no se escribió otro libro titulado La historia del silencio, de cómo el estudio de este, tras una epifanía que tiene una pareja, te lleva a darte cuenta de cuánto silencio se oculta tras las cosas, cuántos silencios se sobreviven en el día a día de dos que se aman, cuántos silencios son inconfesables, cuántos silencios están recubiertos de sospechar una ausencia.

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Una publicación compartida de René Llatas Trejo (@reodelibros) el16 Ene, 2019 a las 7:34 PST

Así, el amor que hubo o que hay, o que quizá habrá tras todo ello es solo el otra manera de ocultarse un equilibrio. Zarraluki consigue que nos importe una mirada, que a veces puede ser una necesidad biológica. Toda esa pasión puesta al servicio de una propuesta que parecía impenetrable, porque al final ni las tribus silentes, ni los insomnios, ni la calidad de algo oscuro pueden percibirse como el verdadero estudio del silencio: solo quien guarda un secreto puede decir que algna vez alimentó el heroico acto de enmudecer.

Para quienes crean que ya lo han leído todo

Quizá leíste en un momento dado El túnel, te pareció el gran libro que es, pero te quedaste ahí, no ahondaste más en las virtudes de su autor, pensando que con su obra maestra ya era suficiente. Pero si fue así, perdiste la oportunidad de explorar el universo del argentino Ernesto Sábato, Premio Cervantes 1984, con su libro más total, en el sentido literal del término. Sobre héroes y tumbas (Austral) es la condición humana expuesta en un ángulo obtuso que se va cerrando a medida que sus pasiones, sus vicios, sus obsesiones, sus miedos, sus carencias y sus miserias van aflorando, van saliendo a la superficie como la ponzoña rezuma del charco.

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Una publicación compartida de Austral Editorial (@australeditorial) el24 Jun, 2017 a las 4:09 PDT

Dividida en cuatro capítulos, igualmente, como en El túnel, se sabe el final desde el comienzo. Eso le permite a Sábato retomar la historia de chico conoce a chica, aunque dotándolos en esta ocasión de un contexto político -del anarquismo a la oligarquía- que va revolviendo su amor como un nudo, como una serpiente, como un laberinto. Porque el capítulo tercero, ahí donde habías creído leerlo todo, rompe de forma surrealista la historia y nos lleva hasta Fernando, un personaje paranoico, enajenado e impúdico, autor del Informe sobre ciegos, el relato de su psicosis sobre la existencia de una secta, formada por todos los invidentes, en la que él es el único que no quiere ver.

Para quienes extrañen su casa

Dentro de las Sinsombrero, entre pintoras, poetas, ensayistas y escritoras, Rosa Chacel ocupa un altar. Una de las más grandes autoras españolas (no solo del siglo XX) que en Barrio de Maravillas (Lumen) convierte toda la literatura en absoluta sinestesia: cómo un olor te trae un recuerdo y el recuerdo una oscuridad que eres capaz de tocar y el tacto la primera vez que tus lengua pasó por otros labios que no eran tuyos y esos labios pertenecían a unos ojos y así sucesivamente. Tan increíble ejercicio literario, además, enmarcado en su propia infancia antes de la I Guerra Mundial y delimitado al barrio de Malasaña madrileño.

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Una publicación compartida de Pinshis Libros (@pinshislibros) el8 May, 2018 a las 10:38 PDT

"La luz no entra allí para ser vista, sino para cumplir su misión", escribe en un momento dado la vallisoletana, que bien pudiera ser una metáfora de su propia escritura, narrando el adusto hacerse adultas de Elena e Isabel en un mundo, unos años, aún regidos por normas masculinas, sin la calidad inmejorable que tiene la libertad cuando proviene de una rebeldía adolescente. La novela perfecta para regresar a casa si ocurre aquello que temía Neruda: "y entristece de pronto como un viaje".

Para quienes,sencillamente, quieran leer a la orilla del mar

Digno del mejor los biopics, poeta y rockero, hondo por las noches en sus versos y beligerante durante el día en sus poemas, el chileno Raúl Zurita es de esa clase de bohemia galopante que ya no queda, la que prefiere un grito y una consigna antes que un paseo a orillas del mar. Quizá por eso sorprenda su paso, en El día más blanco (Literatura Random House), a una introspección sencilla, casi débil, sutil y melancólica pero agrandada a cada episodio por el halo de esperanza que da la posibilidad de un océano.

La novela, una semiautobiografía ficcionada, comienza con un hombre tendido en un desierto que tiene el mismo color de la piel humana. Y en esa posición, crucificado contra la planeta, como un Yo, Claudio cualquiera y nostálgico, horada su memoria desde su más infantil recuerdo hasta el ahora en el que ha llegado a estos vacíos y mira. Simplemente mira su propia intimidad mundana que aún se puede glorificar. Y nos narra rostros, sueños, paisajes, amores, muertes y contemplaciones "como si las palabras fuesen solo las pequeñas anclas de un barco que flota muy por encima de nosotros, en un mar violento y negro".

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Una publicación compartida de Literatura PRH-Chile (@literaturapenguinrandomhousecl) el10 Ago, 2018 a las 5:42 PDT

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