La revuelta de las mujeres del Dos de Mayo de 1808

  • Los mitos del levantamiento popular contra los franceses recogen hazañas de heroínas madrileñas.
  • Manuela Malasaña y Clara del Rey son dos de las mujeres que participaron en la revuelta de 1808.
Placa de la calle de Manuela Malasaña, en Madrid.
Placa de la calle de Manuela Malasaña, en Madrid.
JORGE PARÍS
Placa de la calle de Manuela Malasaña, en Madrid.

En el barrio de Malasaña, epicentro del moderneo madrileño, habitan los fantasmas de una guerra en la que ya casi nadie piensa. Los jóvenes, que beben alegremente en la Plaza del Dos de Mayo las noches de fiesta antes de que la Policía los disuelva en dirección a los bares de la zona, ignoran que dejan sus latas vacías de cerveza junto a los restos del Palacio de Monteleón, uno de los lugares más icónicos del levantamiento del 2 de mayo madrileño.

Tal día como hoy hace más de doscientos años, el pueblo de Madrid se levantó en armas  contra los ocupantes franceses de la Villa. La situación era convulsa. Los representantes de la monarquía española, Carlos IV y su hijo Fernando, que acababa de recibir la corona de su padre, se encontraban en Bayona, donde acabarían por entregar sus poderes a Napoleón. En Madrid se encontraban los infantes, los últimos miembros de la familia real que quedaban en la Villa. Entre el pueblo madrileño cundían los rumores sobre la evacuación forzosa de los hijos del rey y el malestar general iba en aumento. En la mañana del 2 de mayo de 1808 algo cambió para siempre. Entre la muchedumbre reunida frente al Palacio Real, donde se encontraban retenidos los infantes alguien gritó: "¡Que nos lo llevan!" y comenzó la revuelta. El ejército francés abrió fuego para sofocar la rebelión y las calles de los barrios populares de Madrid se convirtieron en el escenario de una lucha sin cuartel.

Según señala la historiadora Florencia Peyrou en su obra Manuela Malasaña: de joven costurera a mito madrileño, "en los primeros momentos de la insurrección, algunas mujeres pidieron armas, las manolas [vecinas de Lavapiés] de los barrios cercanos a la Puerta de Toledo arrastraron consigo todo tipo de objetos que pudieran ser útiles para formar barreras, en un intento por evitar la entrada de los coraceros franceses".

Estudios contemporáneos como el de Peyrou reflejan que algunas mujeres tuvieron un papel destacado en el levantamiento y trascendieron el rol social de madres pacíficas ajenas a los asuntos públicos que les asignaba la sociedad de la época. Goya reflejó muy bien esta idea en su serie de grabados conocidos como Los Desastres de la Guerra. En varios de ellos aparecen mujeres en actitudes belicosas, como en el número cinco, titulado Y son fieras, en el que varias mujeres aparecen armadas con picas combatiendo contra el ejército ocupante.

En el barrio de las Maravillas –actualmente conocido como el barrio de Malasaña–  los capitanes Daoíz y Velarde defendían con escasos medios el Cuartel de Artillería de Monteleón, donde actualmente se encuentra  la Plaza del Dos de Mayo. Además de ellos, cuya  historia es bien conocida, varias mujeres del barrio arrimaron el hombro heroicamente y pasaron a la posteridad por sus gestas.

Una de las historias más célebres y discutidas del Dos de Mayo madrileño es la de Manuela Malasaña, una joven bordadora de familia humilde que vivía en la calle de San Andrés, a escasos metros del cuartel. La leyenda que se contó durante cien años hablaba de una muchacha de 15 años que llevaba cartuchos escondidos bajo su falda a los sublevados, entre los que se encontraba su padre.

En un lance de la batalla recibió un disparo en la sien que le costó la vida, mientras su padre siguió combatiendo hasta la muerte. Esta visión de la historia, que convertía en protagonista al padre, fue recogida por las crónicas de la época y fue inmortalizada por el pintor Eugenio Álvarez Dumont, 80 años después de los hechos en un lienzo que se encuentra en el Museo del Prado.

Posteriores investigaciones dieron lugar a otra versión, considerada más fiel, que eliminaba la figura del padre y se refería a ella como una costurera de 17 años que portaba unas pequeñas tijeras cuando se vio sorprendida por la violencia del levantamiento. Al comprobar que llevaba un objeto punzante, fue retenida y fusilada por las tropas francesas.

Sea cierta o no la historia, el mito trascendió en el tiempo  y en 1869 la calle situada entre San Bernardo y  San Andrés recibió el nombre de Juan Malasaña. Casi cien años más tarde, se cambió el nombre por el actual de Manuela Malasaña.

En la calle Velarde número 20, a escasos metros de donde hoy está el famoso bar la Vía Lactea, uno de los cuarteles generales de la movida madrileña, vivió otra heroína popular, la vallisoletana Clara del Rey.

Según el relato, Clara se encontraba luchando junto a su marido, Manuel González, y sus tres hijos ayudando a los artilleros del Cuartel de Monteleón cuando fue alcanzada en la frente por el casco de una bala de cañón. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio de la Buena Dicha, junto al de otros  caídos,como la propia Manuela.

Hoy, en la plaza del Dos de Mayo se encuentra una placa donde se puede leer el nombre de otra de las caídas en batalla, Benita Pastrana, de 17 años . En ella se glosa que murió "defendiendo el cañón del teniente Ruíz hasta ser herida de muerte". A unos metros, no es dificil encontrar un latero vendiendo cerveza por las noches.

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