La post-España de Santiago Abascal

Santiago Abascal, líder de VOX, con un halcón.
Santiago Abascal, líder de VOX, con un halcón.
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Santiago Abascal, líder de VOX, con un halcón.

Dio la campanada en las elecciones al Parlamento andaluz y consiguió 24 escaños en las elecciones del 28A. Ahora Santiago Abascal llama de nuevo las puertas del Congreso de los Diputados y aspira a condicionar la próxima legislatura y todo un país con una minoría suficiente que, de paso, pondrá a España en el mapa de la ultraderecha.

A sus 43 años cumplidos el día de la República, Abascal es padre de cuatro hijos de dos matrimonios. También es agresivo, poco riguroso y experto en armarse a golpe de tuit. Su equipo ha planteado una estrategia infecciosa en las redes para soslayar sus contradicciones. 

Lo importante es la épica. A Vox no le sonroja prometer, con una mano, la eliminación de "miles de cargos políticos" o pulverizar el "cancerígeno" estado de las autonomías mientras, con la otra, presenta a un candidato a presidente cuyo currículo no puede contradecir más esa idea. 

Afiliado al PP desde los 18 años, fue concejal durante dos legislaturas en Llodio, miembro de las Juntas Generales de Álava y del Parlamento Vasco. También, fue director de empresas públicas sin contenido de la Comunidad de Madrid por obra y gracia de Esperanza Aguirre. 

En ellas llegó a cobrar una nómina anual de más de 80.000 euros, más que el sueldo del entonces presidente, Mariano Rajoy, a quien abandonó en 2014. Cuatro años después de aquel portazo, dio otro golpe: Vistalegre.

Sus apelaciones a la España de a pie contrastan con una reforma fiscal abrupta que rebaja los impuestos a las rentas más altas y desmonta el sistema actual de pensiones. Ejemplo de bolsonarismo, dicen sus detractores, la suya es la España de la postverdad. La post-España. La misma que para pensar el futuro se remonta a un imaginario de libro de texto franquista. La del Cid, la Reconquista y los militares.

Eso sí. Siempre en el límite. La apariencia, al menos en campaña, importa. Aunque la prensa haya vinculado el renacer de este partido residual ideado por Alejo Vidal-Quadras con la familia del dictador, en sus mítines, hay carteles que piden que no se exhiban banderas predemocráticas. 

Tampoco quieren que se recuerde el pasado filonazi de su ideólogo condenado por dar una paliza a un grupo de estudiantes de la Complutense en el que estaba Pablo Iglesias. Ni que se les asocie con la homofobia, aunque propongan eliminar el derecho al matrimonio y la primera votación de su único senador autonómico sirviera para vetar una declaración contra la lgtbifobia en el deporte. Con el feminismo, por contra, no hay ambages. Tampoco, con el libre albedrío de los medios de comunicación.

Vox no han confeccionado programa electoral para el 28-A. Mantiene el mismo texto que para las andaluzas En él, Abascal defiende la deportación masiva de inmigrantes ilegales, elevar el nivel de tributación para obtener la nacionalidad y levantar un muro en Ceuta y otro en Melilla. Literal. 

El trumpismo con el que se compara sabe generar titulares. Un ejército de perfiles distribuye memes para moldear conciencias y desplazar el volátil voto que PP y Ciudadanos compiten por retener. Pablo Casado y Albert Rivera se fotografiaron con él en Colón. 

Aquella imagen inició la campaña de Vox (y animó a Pedro Sánchez para adelantar las elecciones). Todos los sondeos coinciden en que cualquier escaño se lo arrebatará a esos dos partidos en una competencia de tono grueso. Abascal les insulta. Son, en los días amables, la "derechita cobarde" y proclama que no ejercerá de muleta. 

El único partido que defiende la tenencia de las armas de fuego en los hogares necesita la tensión para crecer. Y su líder lo sabe. Mientras agita el fantasma de la ruptura inminente de España que le ha dado toda propulsión política, se ve protagonista de una campaña sometida a una violencia extrema. "Como no se recordaba", advierte. Aunque eso, tampoco, sea cierto. Lo suyo es el ruido. Hecho proyecto político.

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